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Capital sin reservas

Sánchez en la era «delulu»

La gestión política del Gobierno es un delirio sustentado a base de geometría variable y gramática parda

Sánchez en la era «delulu»

Pedro Sánchez. | Europa Press

¿Algoritmo, algoritmo, quien es el guapo que realmente manda en España? Querido Pedro, tú eres el mandamás del Gobierno pero el ser que verdaderamente lleva las riendas y conduce tus decisiones está en Waterloo y se llama Puigdemont. El síndrome de Blancanieves ha atrapado definitivamente al gran truchimán socialista que en lugar de un espejito mágico maneja desde sus aposentos presidenciales un sistema informático con patente del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que procesa cada día datos procedentes de casi diez millones de españoles en redes sociales. Utilizando la información que brindan los Facebook, Instagram, X (antigua Twitter) y hasta la china TikTok, los arúspices del sanchismo irredento van escudriñando los motivos que interesan a la masa amorfa de los usuarios con el fin de delinear un relato político modelado para satisfacer los instintos, que no las necesidades, de los ciudadanos cuanto éstos se conviertan en electores.

La política entendida con el único objetivo de eliminar al contrario para mantenerse en el poder es el leitmotiv que inspira la gestión del autoproclamado Gobierno de futuro y progresista. El séquito de Sánchez y sus clientes preferentes saben que la normativa electoral otorga una ventaja competitiva al PSOE en tanto en cuanto los nacionalismos irredentos sigan campando a sus anchas en las principales comunidades históricas. Con eso y el trapicheo de varios puñados de votos en el resto del territorio nacional bastará para ganar por la mano en el Congreso de los Diputados. La franquicia socialista sustenta un caldo de cultivo fermentado a base de dos factores tan básicos como elementales; a saber, la geometría variable acuñada por Zapatero y la gramática parda con que sus portavoces y correas de transmisión van adecuando el ideario al dictado del big data.

Tras salvarse de la quema el pasado 23 de julio, Sánchez ya no tiene que saltar ninguna línea roja por la sencilla razón de que para él no existen ya líneas rojas. Si acaso la única marca límite que ha superado con creces después de cinco años de ejercicios de poder sobre la cuerda floja reside en la inviabilidad empírica y manifiesta de gobernar España. Algo que tampoco le preocupa mientras mantenga a buen recaudo las llaves de Palacio y pueda codearse con los grandes líderes políticos del mundo mundial. De ahí que la vida pública en nuestro país haya entrado en lo que la generación moderna denomina la «era delulu», que no es sino la traducción del delirio al que se aferran muchos jóvenes para crear espacios virtuales con los que engañarse antes de afrontar la dura realidad que les ha tocado vivir. 

«Santos Cerdán ha advertido a Sánchez de que Puigdemont no jugará nunca de farol mientras siga prófugo en Waterloo»

En el caso del líder del PSOE su mayor desvarío consiste en pensar que se puede dirigir el Estado de la mano de aquellos que lo único que pretenden es destruirlo. A partir de esta premisa general todo vale en medio del mayor esperpento político y parlamentario que ha conocido nuestro país desde la restauración democrática. Los exégetas del sanchismo se contonean ataviados de un supremacismo moral y excluyente que les impulsa a homologar como verdades absolutas sus más peregrinas y calenturientas ideas. Hasta el punto, ya les vale, de elevar a la categoría de milagro español la evolución de una economía dopada a base de subvenciones y del consumo y el empleo que genera la Administración Pública. El saldo final se refleja en una cifra galopante de deuda y déficit estructural atada al cuello de los contribuyentes como una descomunal rueda de molino. 

Una legislatura por condena

El primer presidente elegido por representación parlamentaria después de haber perdido unas elecciones generales duerme a pierna suelta con el enemigo mientras el país transpira en un lento declinar engañado por un frágil soporte económico. El escarnio corregido y aumentado durante las últimas semanas, desde los decretos anticrisis aprobados en el último minuto por los pelos hasta el primer rechazo secesionista a la Ley de Amnistía, ha despejado todas las dudas, evidenciando que no existe el más mínimo pacto para la gobernabilidad de la nación. Sánchez ha mantenido su puesto de trabajo bajo muy precarias condiciones y tras admitir sin el menor sentido de oprobio un chantaje de investidura que otorga a Puigdemont carta de naturaleza para una extorsión constante y continua a lo largo de esa condena de 1.260 días que quedan de legislatura.

El prófugo de Waterloo ha tomado la medida al inquilino de Moncloa hasta convertirse en la horma de su zapato y está dispuesto a estirar la cuerda de todas y cada una de sus reivindicaciones convencido de la debilidad lacerante que muestra el actual regente del Estado. El juego a la contra, basado en llevar al límite la capacidad de aguante del adversario, está viciado porque Sánchez ha enseñado las cartas de su visceral ambición política desde el primer momento en que empezó la partida. El líder socialista considera que su aliado nunca le dejará caer pero Puigdemont tiene también muy claro que aquel jamás se arriesgará a ponerle a prueba, lo que obliga a un entendimiento mutuo en el que el presidente del Gobierno está abocado a tragarse incluso la manzana envenenada con tal de mantenerse en el poder

Quien más tiene es el que más tiene que perder y ese, mientras no se demuestre lo contrario, no es otro que Pedro Sánchez. Mientras siga exiliado y huido de la justicia el expresidente de la Generalitat no va a jugar de farol ninguno de sus envites como bien ha señalado el intuitivo Santos Cerdán. El secretario de coordinación socialista ha advertido a su jefe que se vaya preparando porque después de la retorcida ley de Amnistía llegará la petición ineludible del temido referéndum de autodeterminación. Todo ello injertado con una quita de 15.000 millones de la deuda acumulada por Cataluña a modo de anticipo de un convenio fiscal equivalente al que ya disfrutan el País Vasco o Navarra y que hará del todo inviable el vigente sistema de financiación autonómica. Parafraseando al propio Sánchez en su intercesión de boquilla para apaciguar la revuelta verde de los agricultores, «el tomate que tenemos en España es imbatible». 

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