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Opinión

El fin de Jorge Javier Vázquez

«Uno puede criticar a un presentador porque no le gusta cómo hace su trabajo, pero nunca porque vote a un partido distinto o por su orientación sexual»

El fin de Jorge Javier Vázquez

El presentador Jorge Javier Vázquez. | Gtres

Con la salida de Paolo Vasile y la renovación de la cúpula de Mediaset se produjo un terremoto que sacudió los cimientos de las cadenas del grupo. Con el tiempo, hemos visto que, más allá de las pirotécnicas decisiones de contenido que llevan encendiendo las redes sociales, existe un enfrentamiento entre dos formas de entender el negocio del grupo audiovisual, el liderado por el presidente de la compañía, Borja Prado, y el que encabezan los consejeros delegados, Alessandro Salem y Massimo Musolino.

La guerra que al inicio era soterrada ha salido de manera insospechada a la luz pública a través de un tira y afloja de comunicados, desmentidos y rumores confirmados por numerosas fuentes que están dañando la imagen de la cadena, por lo que, imaginamos, no tardaremos en ver una solución drástica que ponga fin a unas especulaciones que nunca son del agrado de los accionistas, más pendientes de los resultados que de los cotilleos internos. Uno de los ‘daños colaterales’ de este conflicto ha sido Jorge Javier Vázquez, presentador estrella de Telecinco, con contrato millonario de cadena, rostro del programa más visto y veterano de las tardes, Sálvame, y del reality buque insignia de la casa, Supervivientes.

En las últimas semanas, se ha publicado que la cadena se carga el programa que lleva 14 años presentando, que no lo quiere en su nueva estrategia de ‘televisión familiar’, que están estudiando la rescisión de su contrato para quitárselo de encima antes de tiempo. Todo ello, después de insistir en que el código ético de Telecinco se creó exclusivamente para censurarle, para que no hablara de política, para que no provocara a los colaboradores del programa de Ana Rosa, para que estuviera calladito y bien controlado. Todos apuntaban contra Jorge Javier, la víctima propiciatoria del cambio. Un blanco fácil. ¿Por qué? Porque JJ es un elemento polarizador: o se le quiere o se le odia. Y los que le odian le odian muy bien, con mucho esmero, con mucho ruido. Un hater suyo vale por mil.

Sea como fuera, no sabemos si por la presión de estos días, el presentador está de baja médica y no aparece en pantalla desde hace una semana mientras en los despachos de Mediaset se decide su futuro. ¿Es el fin de Jorge Javier en ‘su pantalla amiga’? Pase lo que pase, conviene analizar las razones del odio que concita.

Si uno repasa los comentarios y los insultos que se le dedican, la gran mayoría se centran en dos cuestiones, su ideología y su sexualidad (muchos no le perdonan todavía aquella icónica manera de describir Sálvame: «Este es un programa de rojos y maricones»). Y eso, por mucho que busquemos blanquearlo con excusas, es sencillamente repugnante. Ya sé que en esta columna somos más de hacer risas, pero hay cosas en las que debemos ponernos serios: uno puede criticar a un presentador porque considera que no le gusta cómo hace su trabajo, porque lo ve muy soberbio, porque hace bromas de mal gusto, porque se cree el dueño del cortijo y no deja hablar a los invitados, por cincuenta mil razones relaciones con su forma de enfrentarse al programa, pero nunca, nunca, porque vote a un partido distinto al nuestro o por su orientación sexual.

Si España es una democracia consolidada, aquí cada uno está en su derecho de ser de izquierdas o de derechas. Y de decirlo. Y de no pagar peaje alguno por ello. Que tengamos que recordar, una vez más, que la Constitución ampara la libertad de cada uno a ser diferente y que nadie, absolutamente nadie, nos puede discriminar por ello, es prueba que la consolidación famosa está por ver. Y un presentador es un ciudadano más.

«Ese señor domina como pocos el espacio y el tempo en un plató, manteniendo en todo momento el programa en la cabeza de una manera orgánica»

Deberían ustedes ver una escaleta de Supervivientes. Yo no solo las he visto, he hecho unas cuantas. Se puede empapelar una pared entera de la redacción. No todo el mundo puede mantener el ritmo, la tensión, el interés, introducir un elemento de humor para romper el tono, alimentar un conflicto o pararlo en seco a lo largo de un reality de esas características. Son muchas horas de directo, con vídeos, entrevistas, cebos, discusiones, conexiones, pruebas, votaciones… Es una locura.

Por mucho que lea el teleprompter, el presentador debe saber en todo momento dónde está, de dónde viene, adónde va. Y tampoco se crean que un espacio diario como Sálvame es moco de pavo, con una estructura básica, sí, pero con un contenido que fluye a través de una improvisación constante que debe ser alimentada poco a poco, en ocasiones de la nada, hasta llegar al clímax. Así cada tarde, durante cuatro horas. Y claro que meten mucho relleno y mucha tontería, evidentemente.

Usted puede decir que no le gusta Jorge Javier, pero no puede decir que es un mal presentador porque usted no tiene ni puta idea de hacer televisión. No ha trabajado tras las cámaras y no sabe lo que conlleva ponerse delante de ellas. Ese señor -al que muchos llaman «enano dictador»- domina como pocos el espacio y el tempo en un plató, manteniendo en todo momento el programa en la cabeza de una manera orgánica. Son muchas horas de trabajo, también es un don. La cadena no puede perderle, tarde o temprano se arrepentirá.

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