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Los buenos datos de PISA, la ministra bruja y el presidente que sale de la tarta

«Un electorado educativamente disminuido (o discapacitado) es el abono que los políticos españoles, dado su nivel, necesitan para poder prosperar»

Los buenos datos de PISA, la ministra bruja y el presidente que sale de la tarta

La inclinación de María Jesús Montero mientras el alumno de 2º de primaria Pablo Ruiz Moreno lee un artículo de la Carta Magna durante el acto de homenaje a la Constitución. | Eduardo Parra (Europa Press)

1. Excelentes los datos sobre la educación en España. No para el país, sino para los políticos. España está peor que nunca en educación desde que se publica el informe PISA, lo que le viene de miedo a la peor generación de políticos de la historia de España. Con exquisita precisión, los peores resultados de entre los peores son los de las dos regiones con los políticos más embrutecidos: Cataluña y el País Vasco. Miel sobre hojuelas. Un electorado educativamente disminuido (o discapacitado) es el abono que los políticos españoles, dado su nivel, necesitan para poder prosperar. Un electorado que no entienda mucho y los mantenga. Un electorado que no les exija (que no sepa exigirles), porque si les exigiera tendrían que irse todos los políticos a su casa. Sé que parezco en taxista con mis dicterios, pero es que nuestra realidad política (y educativa) se ha acomodado a la que se dicta en los taxis.

2. Cómo se inclinaba la ministra Montero, con qué ternura maternal, cuando el niño leía su artículo de la Constitución en la celebración del 6 de diciembre en el Congreso. La ministra que está lastrando el país en el que crecerá ese niño, cuyo futuro será peor por esa ministra (y las y los que son como ella). El inocente niño leía, con una dicción sintáctica que jamás alcanzará la ministra, y la ministra se inclinaba sonriente, casi contorsionándose maternalmente, tiernísima como la bruja de la casita de chocolate.

3. Lo que podía pasar antes por debate intelectual, discusión política o incluso conversación pública ya solo aparece como lucha de poder; lucha descarnada, maquiavélica, sucia. Siempre fue un poco así, pero no tan así. Quedaba margen para las palabras, o para hacerse la ilusión de que valían para algo. Pero cuando ha surgido y prosperado alguien sin límites como Sánchez y los suyos le han seguido en todo y el electorado no lo ha expulsado de la vida pública, esa ficción se desvaneció. Estamos ya en otra cosa, no en el terreno de las palabras y las argumentaciones. Aunque los marginales como yo, que no estamos en la lucha por el poder, seguimos dándole (¡qué remedio!) a las inútiles palabras. Ya solo para los lectores del futuro; para que no piensen que todos fuimos tontos, cómplices o bellacos.

4. Estoy seguro de que el catedrático y crítico Jordi Gracia, que escribió en Babelia una descacharrante reseña de la novela de  Sonsoles Ónega, ganadora del último premio Planeta (Aloma Rodríguez escribió en Letras Libres unas brillantes reflexiones al respecto), se ocupará con no menos descacharre del nuevo libro firmado por el presidente Sánchez y escrito por Irene Lozano (esta hace la tarta y Sánchez es el hombre que sale de esa tarta). Por ahí ya anda todo el mundo descacharrándose con el libro. Menos los sanchistas, claro. ¡Espero que no sea este el caso del debelador de literaturas ridículas Jordi Gracia! ¡Queremos su descacharrante reseña!

5. Se terminó la serie Cuéntame y para mí es otro motivo de melancolía. No por la serie en sí, de la que vi muy pocos capítulos, sino por un recuerdo de mi época de guionista. A finales de 2001 estábamos preparando otra serie y el productor quería que la dirigiera el que entonces dirigía Cuéntame, que llevaba emitiéndose unas semanas. «Esperaremos a que se estrellen y lo fichamos», dijo. Nos estrellamos nosotros, incluso antes de partir: nuestra serie ni llegó a rodarse. Cuéntame ha seguido todos estos años, mientras nos íbamos dedicando a otras cosas alejadas de nuestra juventud. 413 episodios. Al menos se nos acabó su recordatorio semanal. 

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