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Ley de Mecenazgo, flotador para náufragos

«El flotador se lanza al mar sin más prosa: no es posible empezar las encuestas con uno que se está ahogando»

Ley de Mecenazgo, flotador para náufragos

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El Gobierno aprueba por decretazo la vieja y nueva Ley de Mecenazgo. El flotador se lanza al mar sin más prosa: no es posible empezar las encuestas con uno que se está ahogando. Todos hablaron del mecenazgo: Rajoy y Zapatero, Aznar y (muy al final) Felipe. Los que mejor explicaron la ley ideal fueron los galeristas de arte: «Se trata de que un tío que compre un cuadro aquí pague menos impuestos. Punto final». La ley es micro y macro, y resulta que el micromecenazgo es ahorrarse unos cien pavos sobre un precio de mil, y en el macro nos perdemos, entre fundaciones y dinosaurios. 

La ley, al parecer, en su fundamento teórico, tiene por objeto regular el régimen fiscal de las entidades sin fines lucrativos definidas en la misma, en consideración a su función social, actividades y características. Por lo que, a lo que decía nuestro amigo el galerista, no es así: el tío que compra ese cuadro es una empresa, sin ánimo de lucro. Para liar más el embrollo, para añadir más confusión al asunto con tal de verlo todo más claro, como decía André Breton: ¿Y un tío que compra 50 cuadros al año qué es? Ese ya puede ser una fundación, amigo, me siguen explicando. 

El mecenazgo, a nivel de diccionario popular, sin leyes ni judicatura, consiste en patrocinar a artistas, escritores o científicos, entre otros, para que puedan desarrollar su obra. El tío que paga, fundación o no, precisa beneficios fiscales de lo que está haciendo, entendido como una riqueza nacional para su país y gentes. La idea prioritaria del mecenazgo siempre fue que el artista o científico se pueda centrar en su trabajo y pueda enfocar toda su creatividad a lo que está haciendo. 

¿Quién se va a oponer a una Ley de Mecenazgo en los patrones anteriores? Nadie. El problema es siempre la letra pequeña. ¿Realizan las fundaciones mecenazgo? Por supuesto. Vamos con algunas de escritores: resulta que la de Caballero Bonald, según me dijo él mismo, tuvo que poner él la casa y los euros para abrir la tienda, al igual que la de Cela en Iria Flavia o la de tantos otros. Fue graciosa la de Brossa, donde todos querían un contenedor o museo para sus obras, y él dijo que le importaba una mierda, lo que quería era una pensión vitalicia, que al final tuvo. En mitad del bosque anterior, una fuente brilla con agua clara, las donaciones, sin entender cómo alguien que regala algo tenga encima que pagar de su bolso.

«La especulación seguirá porque siempre será posible comprar un cuadro por cincuenta euros a un yonqui famoso, pero ese es otro mar negro»

Los viejos del lugar también separan entre patrocinio y mecenazgo: en el primero, lo sabemos, el patrocinado se compromete a hacer publicidad del patrocinador, por lo que es un negocio (intercambio de dinero por publicidad fijado en un contrato); en el segundo no ocurre así, no existe compromiso de que el destinatario haga pública la donación recibida. El mecenazgo lleva practicándose en el mundo desde hace dos mil años, lo inventa Gaio Cilnio Mecenas, mano derecha del emperador Octaviano Augusto, impulsor cultural hasta sus últimos días. A esa nómina se añaden los Médici, los Rothschild, grandes banqueros y grandes ricos de toda condición. El Renacimiento entero quiere salvar de la ruina las promesas de sus mejores creadores: todos, de una forma u otra, hicieron negocio con ellos, porque la promesa hecha real, antes o después, vale una pasta. Un cuadro de Barceló comprado en los ochenta por trescientas mil pelas, y vendido en la actualidad por trescientos mil euros, es un negocio redondo. No hay dudas. 

La Ley de Mecenazgo actual no es nueva sino una reforma de la que ya había (2002). Afecta tanto a Cultura (histórica reclamación) como a Hacienda y Economía (los números, siempre los números). Lo fundamental está claro: deducciones fiscales para las donaciones. Deducción del 80% en el IRPF que antes cubría el micromecenazgo de particulares hasta 150 euros (ahora 250 euros). Las empresas, del 35% al 40%.  Bastará con donar durante tres años (en lugar de cuatro) la misma cantidad a la misma entidad para obtener un 5% de deducción y un 10%, si eres empresa. Invertir en ciencia o cultura te sale más barato, y lo macro puede salvar a muchos de los tiburones, y en lo micro —a niveles de grandes coleccionistas— es un pico que no pueden desdeñar en sus haciendas y contabilidades nerviosas. Solo Vox se abstuvo a la fiesta, por lo que interesa a todos. Bolaños puso el gran lazo al regalo: estas medidas urgentes tienen como objeto los diez mil millones de la Comisión Europea como recuperación, resiliencia y transformación de la cosa. Diez mil kilos, diez mil.

Lo curioso es que esta aprobación empieza en serio en el 2020, gracias a un diputado del PdCAT, y no se aprobó hasta abril del 2023, y ese texto sin cambios es lo que ahora es y será una ley que entrará como tal en vigor el 1 de Enero. Los incentivos fiscales al mecenazgo son muchos, pero siguiendo por la senda donde empezamos, el primer beneficiario son las entidades sin fines lucrativos, junto al particular micro, persona física, jurídica o residente que quiere animarse con la cosa. Dos cosas tenemos claras: subirá la donación continuada y aumentará la participación de inversiones privadas. Bienvenido, Mister Marshall. Los ricos tienen más motivos para exhibir su grandeza interior. Los pobres (artistas, científicos, creadores) comerán más veces caliente. La especulación seguirá porque siempre será posible comprar un cuadro por cincuenta euros a un yonqui famoso, pero ese es otro mar negro. Molará mazo ser un Médici que reparte muchos flotadores.  

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