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Los antivacunas existían incluso antes que las vacunas

Las vacunas han salvado más vidas que cualquier otro elemento preventivo que se conozca. Sin embargo, en cada vez más países proliferan voces críticas [popularmente conocidos como los antivacunas], que en muchas ocasiones son padres movidos por teorías conspiratorias y estudios pseudocientíficos y cuyas acciones acaban teniendo consecuencias en la salud de los demás. En países como Italia o Rumanía la situación es particularmente grave. La caída del número de vacunados en el mundo está provocando el retorno de enfermedades controladas como la tos ferina, las paperas o el sarampión.

Los antivacunas existían incluso antes que las vacunas

Las vacunas ha hecho más por la salud de los humanos que cualquier otro elemento preventivo que se conozca. Sin embargo, en cada vez más países proliferan voces críticas [popularmente conocidos como los antivacunas], que en muchas ocasiones son padres movidos por teorías conspiratorias y estudios pseudocientíficos y cuyas acciones acaban teniendo consecuencias en la salud de los demás. En países como Italia o Rumanía la situación es particularmente grave. La caída del número de vacunados en el mundo está provocando el retorno de enfermedades controladas como la tos ferina, las paperas o el sarampión.

La cuestión, tan en boga en los últimos años, ha movido al científico Michael Kinch, vicerrector adjunto de la Universidad de Washington, a escribir un libro llamado Entre la esperanza y el miedo: una historia de vacunas e inmunidad humana (en su traducción al castellano) para combatir algunos de los principios de los detractores de las vacunas y explicar que están ahí desde hace siglos.

Para justificarlo, en una entrevista para la revista Futurity, Kinch se apoya en el caso de Benjamin Jesty (1736-1816), el primer hombre que experimentó para inmunizar a los humanos de la viruela. Fue él quien, tras las primeras observaciones de Edward Jenner [padre de la inmunología] sobre la inmunidad de muchas mujeres lecheras a la viruela por su contacto con las vacas, trató de proteger a su familia con unas vacunas primigenias en medio de un brote de este virus. En cuanto sus vecinos lo descubrieron, expulsaron a los Jesty del pueblo y tuvieron que mudarse a varios kilómetros de distancia. Los habitantes temían que pasaran a convertirse en minotauros.

“El movimiento antivacuna ha existido durante más tiempo del que ha habido vacunas”, agrega Kinch, “y siempre de manera completamente irracional”. El científico explica que las vacunas han salvado “más vidas” que cualquier otro producto y que los casos a los que se acogen los antivacunas, como el brote de polio en California [cinco niños contrajeron esta enfermedad prácticamente erradicada en Estados Unidos], se deben a un error humano que derivó en un mal lote.

Kinch sostiene que los científicos deben hacer un esfuerzo mayor por explicar la importancia de las vacunas a la sociedad en este momento de descrédito: “No quiero vilipendiar a los antivacunas”, concluye. “No dudo de que se preocupen por sus hijos y por los hijos de otras personas. Lo que ocurre es que los científicos están haciendo un mal trabajo de comunicación. La evidencia de que las vacunas son seguras y efectivas es tan abrumadora que los científicos ya no quieren hablar de ello. Piensan que el asunto está zanjado. Sin embargo, si bien los hechos están de nuestra parte, estamos perdiendo la guerra”.

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