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La historia del chicle que Warren Ellis robó del piano de Nina Simone

El violinista australiano y mano derecha de Nick Cave recrea en este libro publicado por Alpha Decay sus memorias a partir de este insólito suceso, un tributo a la sacerdotisa del soul y a la música

La historia del chicle que Warren Ellis robó del piano de Nina Simone

Nina Simone en París (1977) | Philippe Gras / Le Pictorium / Zuma Press / ContactoPhoto

«Corría el 1 de junio de 1999 y andaba yo entre bambalinas en el festival Meltdown en Londres. Aquel año, me encargaba de dirigir el festival. Era la noche de Nina Simone. Germaine Greer acababa de bajar del escenario después de leer a Safo en la versión griega original ante un público francamente perplejo. Nina Simone estaba encerrada en su camerino sin ver a nadie. La gente corría de un lado para otro y me gritaba. Una noche típica del Meltdown: un caos genial y bastante descontrolado», recuerda Nick Cave sobre aquella mágica noche, la última en que la gran sacerdotisa del soul pisó un escenario de Londres. Con 66 años y con dificultades al andar, la cantante se dirigió al escenario con los puños cerrados, saludó al público, se sentó en el taburete de su Steinway, se sacó un chicle, lo pegó en el piano y empezó a tocar.

Al finalizar el concierto, el ya entonces violinista de Nick Cave and the Bad Seeds, Warren Ellis, trepó al escenario y en un impulso cogió aquel chicle que atesoró, envuelto en la toalla que había utilizado Simone en aquella inolvidable velada, por más de 20 años. De la historia de aquella singular reliquia y de cómo acabó expuesta en la Biblioteca Real Danesa, surgen los compases de El chicle de Nina Simone, que en España publica Alpha Decay con traducción de Núria Molines, un monumento a la cantante de soul y a quienes viven y sienten la música de una manera particular .

Imagen vía Editorial Alpha Decay.

Una noche de champán, salchichas y cocaína 

A Nina Simone no hace falta presentarla. En la escueta biografía que escribe el propio Ellis en su libro, la evoca con música. Se trata, dice, de «la misma mujer que había tardado más de una hora en componer Mississippi Goddam como respuesta al asesinato de Medgar Evars en 1963 y al bombardeo del 15 de septiembre de ese mismo año en la iglesia bautista de 16th Street en Birmingham, Alabama, que se cobró la vida de cuatro chicas negras y dejó parcialmente ciega a una quinta. Dijo que la canción era como ‘responderles con diez balas’», narra el músico en su libro. No era un hecho aislado, reivindicativa y comprometida, tiempo atrás la cantante ya le había advertido a Martin Luther King de una especie de obviedad: «¡No soy pacífica!». 

Y no lo era. Durante la época en que viajó a Londres a dar aquel icónico concierto, recuerda el compositor australiano que alguien le contó que «Nina dijo, con enfado, algo sobre que llevaba veinte años sin pisar Inglaterra y que se había indignado al ‘registrarse en el hotel y ver que las mujeres negras eran las que seguían limpiando las habitaciones’». 

Aquellos fueron los años en que la cantante –que, enferma de cáncer, falleció en abril de 2003– había sido diagnosticada con un trastorno maniaco-depresivo y bipolar. Ellis la describe como alguien muy angustiada. «Era un personaje muy complejo. Siempre había sido explosiva y nunca se había callado nada, pero en aquellos años su carrera estaba desmoronándose. Representaba muchísimo para mucha gente, pero su salud estaba en horas muy bajas, tanto física como mentalmente».  

Dotada de una fuerte personalidad, acompañada en el escenario únicamente por un guitarrista, un percusionista y un batería, corría el rumor de que durante su vuelo a Londres en junio de 1999 había despedido al bajista en el mismo avión. «Sus peticiones adicionales en el contrato incluían la descripción detallada de una habitación junto al escenario en la que pudiera retirarse; en resumidas cuentas, nos obligó a construir una especie de cobertizo (que luego se decoró) para que pudiera entrar y salir durante el concierto», le cuenta el director del festival Meltdown, David Sefton a Warren Ellis. Pero quizás, su petición menos convencional fue la que le hizo al técnico de sonido de aquella noche, Matt Crosbie. «Bueno, Matt, ya que estás, ¿me traes champán, cocaína y salchichas», recuerda que le pidió la doctora Nina Simone, como le gustaba que la presentaran en sus conciertos. 

Warren Ellis | Foto: Darren Gerrish vía Alpha Decay.

Warren Ellis, el violinista que empezó su carrera en un vertedero

El año que Nina Simone dio aquel concierto en Londres, fue también aquel en el que Warren Ellis se casó, atesoró el chicle de la sacerdotisa del soul y se replanteó cambiar de vida. Acababa de morirse su amigo Dave McComb, cantante del grupo australiano Triffids, y el músico estaba tan indispuesto que se sintió incapaz de acudir a su entierro. «Decidí que, si llegaba vivo a París, me desintoxicaría y dejaría de beber», rememora en sus páginas. 

Nacido en 1965 en la ciudad de Ballarat, en El chicle de Nina Simone el compositor australiano también desmenuza sus propias memorias en torno a las experiencias musicales que le marcaron. Miembro de grupos como Dirty Three o Nick Cave & The Bad Seeds, sus orígenes musicales los sitúa el propio Ellis en un vertedero de Alfredton –hoy convertido en un campo de golf– después de pisar por accidente un acordeón de piano Hohner entre la basura. «Lo oí suspirar. Era gigantesco y pensaba un quintal», describe. Por supuesto, se lo llevó a casa y empezó a tocarlo.

«Cuando tocaba, la cháchara y el ruido cesaban. Sabía en qué mundo estaba: el del sonido y la emoción. El resto desaparecía, sin más»

A los 10 años, uno después de aquel suceso, se apuntó a clases de violín con un viejo instrumento de segunda mano que le acompañó desde 1975 hasta 1996 por el colegio, instituto y universidad, donde además tomó clases de flauta. Un viaje truncado por amor le llevó a Londres en 1988. Con 23 años y el corazón roto, «cuando tocaba –narra el músico, la cháchara y el ruido cesaban. Sabía en qué mundo estaba: el del sonido y la emoción. El resto desaparecía, sin más».

Fue el periodista musical Mick Geyer quien en 1994 le presentó a Nick Cave. «Fue entonces –comparte cuando Nick me pidió que me acercara al estudio para una sesión de grabación que luego se convirtió en ‘Murder Ballads’. Después de aquellas sesiones, Mick y Nick organizaron un viaje en coche mientras yo estaba de gira con los Dirty Three, quedamos en que, en un concierto, subirían a tocar con nosotros un par de canciones y al final acabamos viajando todos juntos por la Costa Este hasta Melbourne». Desde entonces, aquella conexión creativa entre Cave y su mano derecha se ha mantenido inquebrantable aun con el paso de los años, algo que corrobora su próximo proyectos juntos que acaban de anunciar, un nuevo documental titulado This much I know to be true, complemento de aquel otro que ya rodaron en 2016 bajo el nombre de One More Time with Feeling.

La Dra. Nina Simone en un concierto en Constitution Hall en Washington (2000) | Foto: The Washington Times / Zuma Press / ContactoPhoto

Objetos, amuletos, recuerdos

Narrada como una crónica musical original e infrecuente, en El chicle de Nina Simone Ellis desvela anécdotas, además, como la vez en que Cave se cayó del escenario durante la segunda canción de un concierto en el festival All Tomorrow’s en Islandia. «Después de actuar, teníamos a un médico esperando en el camerino. Le hicieron placas esa noche en Urgencias de Reikiavik. Se había fracturado cuatro vértebras inferiores. Tocamos en Glastonbury al día siguiente y acabamos la gira de festivales». 

De su música a la de otros, Ellis se revela además no solo como un músico irremediable sino también como un constante admirador. Una imagen del compositor llorando frente a la tumba de Beethoven cruza sus páginas. «Beethoven inauguró algo de mi conexión con el violín y esa música que había estado tocando sin saber cómo entrar en ella», explica. También evoca su admiración por la cantante griega Arleta, de quien en 1995 había versionado junto a los Dirty Three su Mia Fora Thymamai, y a quien conoció precisamente en ese 1999. «Le hablé del casete de su segundo álbum, que me había ayudado en un momento duro a finales de los ochenta. Me contó que la canción la había escrito Giannis Spanos. Me pasó su guitarra acústica de cuerdas de nylon con la que salía en aquellas primeras grabaciones. Me habló de los compositores de la pieza y una historia de cuando la tocó con Leonard Cohen en Hidra, en un café, en los sesenta». La música como hilo conductor entre unos músicos y otros. 

Aquel día, Arleta le regaló una canica de mármol que, desde entonces, viaja con él en el bolsillo de un neceser de su maleta de las giras. Como el chicle, su chicle, el chicle de Nina Simone, que atesoró en su casa durante 20 años, del que después se hicieron réplicas y hasta una escultura, que el Centro de Arte de Melbourne tasó en 1.000 dólares australianos. Una cifra muy pequeña, si tenemos en cuenta que en 2013, mucho tiempo después de que el propio Ellis saltara al escenario para recogerlo, un aficionado hizo lo propio con otro chicle, mascado por Alex Ferguson durante un partido del Manchester United contra el West Bromwich Albion, que fue subastado por la escalofriante cifra de 456.000 euros. 

Pero para Ellis, el suyo está fuera de todo valor. Objetos, amuletos, recuerdos. El violinista los atesora como si detrás de ellos no hubiera una sola historia, como si de alguna manera encerraran la esencia de toda la música, del modo en que él entiende la música, de Simone y de su concierto.  «Alzó las manos –evoca sobre aquella noche su amigo y compañero Nick Cave en el prólogo de su obra– y, ante un silencio anonadado, dio comienzo el que se iba a convertir en el mejor concierto de mi vida, de nuestras vidas, salvaje y trascendental, la última actuación de Nina en Londres».

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