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Siete razones por las que 'La boda de mi mejor amigo' es un clásico que deberías revisitar

Hace 25 años se estrenó esta joya que le dio una vuelta de tuerca a la fórmula de la comedia romántica y lo hizo, además, con Julia Roberts a la cabeza

Siete razones por las que ‘La boda de mi mejor amigo’ es un clásico que deberías revisitar

Imagen de 'La boda de mi mejor amigo' | TriStar Pictures

1997 es un número poco atractivo, un momento en medio de dos épocas muy diferentes (la rebeldía de los noventa, lo comercial de los 2000s), un año que de entrada no parece tener ninguna importancia. Eso es hasta que se revisan ciertos estrenos que llegaron a los cines durante sus 12 meses. Y no, no estamos hablando del clásico que es Titanic (eso vendrá pronto, pero no hoy), ni de otras películas memorables como El quinto elemento, El indomable Will Hunting, Boogie Nights, Hombres de negro, Full Monty, Mejor… imposible o el fiasco que borró de las mesas de los productores todos los proyectos de superhéroes por una década, Batman y Robin… Estamos hablando de una pequeña comedia romántica que cambió las normas, hizo más interesante el currículo de su protagonista, le abrió las puertas a la secundaria e hizo, inesperadamente, mucho dinero en taquilla: La boda de mi mejor amigo

La boda de mi mejor amigo es una de las más rebeldes e interesantes de su género en una época en la que la fórmula comenzaba a aburrir

Esta extraña romcom en la que (spoiler alert) la protagonista termina sola, puede que sea una de las más rebeldes e interesantes de su género en una época en que la fórmula estaba comenzando a hacerse aburrida. Durante finales de los 70s hasta los 90s la comedia romántica era una mina de oro, una máquina de producir estrellas y francamente un género en que encontrar buenas historias. Pero ya cerca de los 2000s la fuente de las ideas comenzaba a secarse. Y es ahí donde entra La boda de mi mejor amigo

Para los que no la hayan visto (es hora): La boda de mi mejor amigo tiene a Jules (Julia Roberts), una crítica gastronómica, como protagonista. Cuando su mejor amigo, un periodista deportivo (Dermott Mulroney) con el que tenía el pacto de casarse a los 30 si ninguno lo había hecho (¡ay los 90s y sus pactos de matrimonio en la ficción!), le dice que va a casarse, Jules entra en una espiral de tristeza y, luego, de conspiración. Y es que Jules había estado secretamente enamorada de su amigo desde siempre y no puede aceptar que otra mujer (una pija y rubia y dulce y tan fresa) le haya robado el corazón de su amor. Así que, desaconsejada por su editor y nuevo mejor amigo (Rupert Everett), decide sabotear la relación de todas las maneras que pueda. Y vamos si intenta todo, hasta cosas bastante imperdonables

Eso hace de esta comedia romántica una rareza que merece la pena volver a ver. Tiene maldad, tiene un sentido de la moda exquisito y vigente, tiene escenas musicales inolvidables y tienes actuaciones que están entre las mejores de su reparto.

Así que vamos a repasar las cosas y personas que construyen la callada genialidad de esta película en su aniversario de 25 años… y contarte cosas que seguro no sabes.

Julia Roberts

En los años previos, Julia Roberts había vivido una serie de escándalos amorosos muy públicos (abandonó su boda con Kiefer Sutherland con su padrino, el actor Jason Patrick, de quien se había enamorado… y esa es solo una anécdota) y había tenido una serie de fracasos de taquilla. Era la comidilla de los tabloides (y de medios más serios que, en esos tiempos y como nos ha demostrado la historia de Britney Spears, eran igual de salvajes y misóginos) y quería darle combustible a su carrera. Se hablaba de que su chispa se había apagado, se trataba su diversificación como actriz como una traición de la novia de América al género romántico que la había hecho famosa. 

Julia Roberts quería contar esta historia, sobre una protagonista romántica que puede ser despreciable y que, al final, no consigue lo que quiere.

Y fue en este momento en que el guion de La boda de mi mejor amigo le llegó a sus manos y fue una revelación. Quería contar esta historia, sobre una protagonista romántica que puede ser despreciable y que, al final, no consigue lo que quiere. Quería volver a las rom-coms, pero hacerlo dando un golpe bajo a quienes la habían criticado por dejar el género. Era un regreso a las rom-coms de las que tanto había huido después de Mujer bonita para no encasillarse, pero era uno más oscuro, humano y real. Nada de cuentos de hadas. 

Roberts tuvo poder de aprobar el casting (volveremos a ello) y peleó porque su antiheroína lo fuese tanto o más de lo que el director o el estudio querían. 

Su innegable carisma hace que Jules, que cada vez se hace más despreciable en el transcurso de la trama, no se convierta en una villana a los ojos de la audiencia, pero tampoco la hace redimible. Y esa es una complicada línea que recorrer (más siendo la novia de América) y Roberts lo logra y prueba, sin lugar a dudas, su innegable talento. 

La boda de mi mejor amigo
Imagen de La boda de mi mejor amigo vía TriStar Pictures.

Cameron Díaz

Había sido modelo y su debut en el cine había sido en la máscara, donde, interpretando a una mezcla de femme fatale y dama en apuros, logró robarse el show, y no solo por su belleza, sino por su presencia escénica y su innato sentido del humor. Díaz no fue la primera elección de Roberts, que se preocupaba de que el personaje de Kimmy (la prometida de su mejor amigo) fuese tan encantadora que se llevase el protagonismo. Pero el director lo vio claro. Díaz tenía una dulzura que, como dice el libro From Hollywood with Love, proyectaba fortaleza. Y era opuesta en look y tono a Roberts (aunque en el fondo sus estilos como actrices probaran ser similares). 

Como Kimmy, Díaz proyecta dulzura, inocencia y agallas. Parece inmadura (la película quiere que lo pensemos al principio, como lo piensa Jules), pero es inteligente y acertiva sin dejar de ser quién es y sin perder su esencia. Puede que Díaz no se robe la película, pero para ser una relativa desconocida se gana su puesto en el top tres de los mejores de la cinta, sin duda. 

La boda de mi mejor amigo hizo mucho, mucho bien a la carrera de Rupert Everett | Imagen vía TriStar Pictures

Rupert Everett

La otra actuación que se lleva el podio. Este actor británico era, también, un relativo desconocido… y además no hacía comedia. Pero su agente recibió el guión e insistió que le hicieran una audición, insistió en que Everett era el personaje de George en la vida real (y si lo es… qué deleite).

George, el actual mejor amigo (gay), editor y, por un tiempo de la historia, falso prometido de Jules, se roba sus escenas con la elegancia y el humor ácido de alguien que se siente completamente cómodo en el rol. Pero no es solo eso. George es un buen amigo, centrado, cariñoso y directo… e intenta hacer entrar en razón a Jules en más de una ocasión, pero sin forzar su punto de vista (entiende que se trata de que ella llegue a la obvia conclusión por sí misma). 

No va de un triángulo amoroso

Este triángulo no tiene tres lados. Michael (Mulroney) y Kimmy (Díaz) están enamorados. Cuando Jules aparece con sus nefarios planes, Michael (el rol más pasivo y aburrido de toda la película) se siente atraído por su presencia, por su carisma, por su vieja flama… pero nunca es otra cosa que eso. La historia va realmente de Jules llegando a una conclusión sobre sí misma. No ama a Michael, no realmente. Su obsesión por detener el matrimonio está alimentada por un apego a los viejos tiempos, un enorme miedo al cambio y la pérdida de su red de seguridad en el campo amoroso (el pacto, ¿recuerdan?).

Perder la posibilidad de Michael implica tener que ser vulnerable, salir afuera a conocer a otras personas, arriesgarse al rechazo o a enamorarse realmente. Es una romcom que, por primera vez, hace del centro emocional de su trama la evolución interna e individual de su heroína. 

Las escenas musicales

Si has visto esta película sabes que, en medio, tiene tal vez una de las escenas musicales recientes más memorables del cine. En una comida con toda la familia de Kimmy, George (que se hace pasar por prometido de Jules) relata cómo se conocieron. El resultado es todo un restaurante cantando al unísino su entonación de Say a Littler Prayer.

Hay otro momento que compite con este. Y es cuando Kimmy, Michael y Jules van a un bar de karaoke. Jules, consciente de que Kimmy tiene miedo escénico y canta horrible, la obliga a cantar ante todos para humillarla ante Michael (¿ven? Hace cosas bastante desagradables). Pero el tiro le sale por la culata cuando todo el bar, incluido un seducido Michael, aplauden a Kimmy por su valentía. 

El vestuario

¡Ay, esos traje anchos que Jules lleva! ¡La elegancia de George! ¡Incluso el look twee/pijo de Kimmy! El vestuario de esta película es a la vez un retrato de su época y algo que, hoy, podría inspirar colecciones y llenar armarios. En su momento lo hizo, quién dice que, con toda la nostalgia que nos rodea, no pueda volver a pasar. 

El final

Si hay algo que hace de esta rom-com algo único es su final. Jules no se queda con Michael. Asiste a la boda, tras intentar su última estratagema y besarlo el mismo día. A esto le sigue una graciosa persecución: Kimmy los ve y sale corrriendo, Michael sale tras ella y Jules tras él. George la llama en medio del embrollo y cuando Jules le relata lo que sucede suelta una de sus muchas frases sabias «Él la persigue a ella, tú lo persigues a él… ¿quién te persigue a ti?». Así que Jules, al ver a Michael destrozado, decide pedirle perdón a Kimmy y convencerla de que vuelva con él.

Tras una memorable escena en un baño de estación (¡tantas escenas memorables!), vemos suceder la boda y a Jules, sola, sentada en la fiesta. Suena el móvil y es George. Y lo que sigue es uno de los mejores discursos de romcom jamás dicho… y no es romántico, pero sí está lleno de amor. 

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