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Cultura

Una visita guiada al futuro del planeta

‘Cómo funciona el mundo’ (Debate), de Vaclav Smil, no pretende ser una predicción del futuro, sino un modo de esclarecer los retos del mañana.

Una visita guiada al futuro del planeta

Rascacielos. | Pixabay

Cuando nos acercamos a esa disciplina llamada ‘estudios del futuro’, las imágenes del porvenir saltan en completo desorden entre lo viable, lo deseable y el delirio especulativo. Resultado: ya casi no hay en esta especialidad pensadores que generen confianza. A figuras respetables como Alvin Toffler, el autor de El shock del futuro (1970) y La tercera ola (1980), las siguió un tropel de vendehúmos y aficionados a la ciencia ficción que han abaratado este tipo de análisis a base de simplezas, exageraciones y verdades a medias. Por eso es tan interesante el perfil intelectual de Vaclav Smil, un científico y analista especializado en la evolución y las perspectivas de la energía. Cuando a Smil le preguntan por el mañana, no piensa en migraciones a Marte o en ensueños transhumanistas, sino en cifras y datos cuantificables. ¿Son definitivos sus diagnósticos? En absoluto. Y es así, precisamente, porque no es un productor de quimeras, sino un vigía de procesos complejos y multifactoriales.

En su nuevo libro, Cómo funciona el mundo, Smil nos invita a pensar en el mañana de forma realista, teniendo en cuenta qué podemos esperar de los avances científicos y tecnológicos. Sus impresiones vienen precedidas por la cautela: «Tenemos que reconocer -escribe- la existencia de niveles de ignorancia y constantes incertidumbres que hacen difícil cualquier respuesta categórica».

Esa prudencia a la hora de pensar en los problemas del nuevo milenio le lleva a tratar al lector con respeto. Esto es, sin la típica vanidad del que se sube a una tribuna como si fuera una estrella del pop. De ahí que descarte, para empezar, las tesis más exageradas: «Si miramos hacia el futuro, debemos recuperar una perspectiva crítica cuando nos enfrentamos a los modelos que exploran la complejidad de los aspectos medioambientales, técnicos y sociales. La construcción de estas simulaciones -o, por usar una jerga de moda, la construcción de relatos- no tiene límites». También desconfía de los nuevos fabricantes de utopías: «Estas personas van acompañadas de la nueva multitud de tecnófilos, cuya ingenuidad equipara cualquier avance científico con los recientes progresos en electrónica, sobre todo con los teléfonos móviles».

Portada del libro

Qué sucederá en los próximos años con la energía o con la producción de alimentos es un asunto que genera demasiadas discusiones inútiles. En este sentido, como buen divulgador, Smil sabe que ignoramos cómo funciona el cuarto de calderas de nuestra civilización. Cita dos ejemplos. Porcentualmente, muy pocas personas están involucradas en actividades como la agricultura, la ganadería o la pesca, así que no es raro que el resto «no tenga ni idea, o solo una idea vaga, de cómo se han producido el pan o los filetes que llegan a sus mesas». Por otro lado, la exigua comprensión de los procesos que generan materiales duraderos o energía, sea en forma de alimento o de combustible, se debe a que «ahora son percibidos como pasados de moda -o incluso obsoletos- y definitivamente aburridos en comparación con el mundo de la información, los datos y las imágenes». En este sentido, a muchos les resulta más tentador imaginar cómo serán, dentro de unos años, las inteligencias artificiales que diseñar con sensatez una granja de pollos o una acería especializada.

Cómo funciona el mundo cubre de forma específica y minuciosa estas dos lagunas. A partir de ese examen, el autor llega a conclusiones incómodas. La más importante es de cajón y, por sí sola, invita a que la tomemos como una advertencia. De hecho, no cabe ignorarla: «La descarbonización total de la economía global para el año 2050 solo es concebible ahora bajo el coste de un impensable retroceso económico en todo el mundo, o como resultado de transformaciones de una extraordinaria rapidez basadas en progresos técnicos casi milagrosos. Pero ¿quién va a organizar -de manera voluntaria- esas transformaciones cuando aún carecemos de una estrategia global convincente, práctica y económicamente viable, así como de los medios técnicos para lograr tales progresos?».

Ese es el quid. Que viajamos sin brújula. A partir de ahí, al lector tampoco le pasarán inadvertidas otras afirmaciones. Algunas de ellas se dirigen contra la línea de flotación del activismo contemporáneo. Por ejemplo, esta: «Los reactores nucleares modernos, siempre que se construyan de un modo adecuado y se manejen con cuidado, ofrecen formas de generación eléctrica seguras, duraderas y muy fiables». O esta otra: «Las cosechas de alta productividad son posibles gracias al incremento del uso de energías fósiles», precisamente porque «el camino hacia el mundo moderno se inició con arados de acero y fertilizantes inorgánicos asequibles». No caben, pues, soluciones milagrosas, sino razonables cambios a medio y largo plazo.

Smil no ignora las ventajas de la globalización, pero tampoco sus consecuencias geoestratégicas o su impacto en la naturaleza. Por eso, se ocupa de precisar cuestiones que no caben en un titular de prensa, como los costes energéticos del comercio intercontinental de piensos a gran escala.

Frente a una opinión pública polarizada y superficial, Vaclav Smil también plantea interrogantes complejos, muy específicos, que mueven a la reflexión: «¿Puede un mundo que pronto tendrá 8.000 millones de habitantes alimentarse a sí mismo -al tiempo que mantiene una variedad de cultivos y productos animales, así como la variedad de las dietas predominantes- sin fertilizantes sintéticos ni otros productos agroquímicos?».

Realista, lleno de pormenores que cristalizan en ideas, Cómo funciona el mundo ilumina nuestra manera de acercarnos a las incertidumbres del mañana. Atento a esos matices, el autor va trazando un panorama que viene a ser «una mezcla de progreso y retroceso, de dificultades aparentemente insuperables y avances prácticamente milagrosos». Dada la escala y profundidad de su trabajo, Smil podría repetir al final de su libro aquello que Ramón Gómez de la Serna escribió en Automoribundia: «Ver la medida de lo que el hombre es, eso es lo importante, para que no haya envidia de los hombres del pasado ni de los hombres del porvenir».

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