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Cultura

El Woody Allen francés llega a España

El director francés Emmanuel Mouret estrena ‘Crónica de un amor efímero’, en la que dos amantes se esfuerzan por mantener su romance juguetón y ligero

El Woody Allen francés llega a España

Fotograma de la película 'Crónica de un amor efímero'

Un burgués de manual con una confortable vida de padre de familia. Es cultivado e ingenioso, aunque de carácter un tanto débil, un poco neurótico y bastante conformista hasta que… Aparece una mujer fuerte, brillante y aventurera (empoderada, dirían ahora, aunque Katharine Hepburn no necesitaba a Irene Montero), y surge el amor, claro, y la correspondiente comedia romántica. Pero ambas cosas, tanto el amor como la comedia, se desarrollan con una ligereza esencial. Ambos personajes deciden no darle más importancia al romance: no cambiará sus vidas, solo será un divertimento pasajero. Y todo en la película Crónica de un amor efímero, que llega este viernes a los cines españoles, reniega de la gravedad. Su ligereza resulta sumamente agradable, eso sí, y afila, por lo paradójico, los interesantes toques dramáticos que llegan cuando la vida misma, y la correspondiente trama narrativa (si aspira a una mínima coherencia), demuestran que la suma de amor y desapego siempre tiene fecha de caducidad.    

Por cosas como esta película, a su director y coguionista, Emmanuel Mouret (Marsella, 1970) lo han etiquetado como el Woody Allen francés. Inevitable. Los paralelismos son evidentes. El París de Mouret, por ejemplo, tiene mucho del Manhattan de Woody Allen: hermoso y reconocible, pero sin tópicos, de una intimidad encantadora, cómplice. Las suaves y simpáticas neurosis del protagonista masculino, los diálogos fluidos e ingeniosos, la aparición de cuestiones existenciales de forma fluida, orgánica, desde la ligereza burguesa de las tramas… No llega el francés a las alturas del genio, por supuesto, pero funciona. Deja, como mínimo, una sonrisa en el rostro del espectador.

Cartel de la película

Crónica de un amor efímero es una muy buena (quizá no excelente) y, sobre todo, agradable película. Llega, además, después del éxito de Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, que obtuvo 13 nominaciones a los premios César (los Óscar franceses) y terminó de catapultar al estrellato a su autor. A su rebufo, Crónica de un amor efímero tuvo una glamurosa premier en Cannes y el jueves pasado inauguró el cada vez más influyente Festival D’A de Barcelona.

Durante la promoción de la película, Emmanuel Mouret asiste al fenómeno que lo rodea con maneras de antidivo. Un tipo majo, sin pretensiones, sin trazas de genio irritable con jersey de cuello vuelto. No fuma en pipa. Acepta deportivamente, por ejemplo, e incluso agradece, la inevitable invocación, que ya tiene que resultar pesada, a Woody Allen. «Entiendo las comparaciones. Lo digo a menudo: es una forma de conocer a alguien, un primer acceso. Y me gusta mucho el cine de Woody Allen, con lo que esa comparación en particular es más que bienvenida. Aunque, precisamente porque conozco tan bien su obra, me da un poco de vergüenza. Para mí, Woody Allen es un maestro. Yo no lo soy».

Más allá de la veneración al genio de Brooklyn, las referencias de Mouret se remontan en el tiempo hasta épocas míticas: «Soy un cinéfilo que sigue viendo las películas clásicas que me cautivaron hace ya mucho y que me alimentan. Empezando por Lubitsch, Billy Wilder, Douglas Sirk, Gregory La Cava, Blake Edwards. John Ford… Muchos. Y otra veta un poco posterior, con gente como Truffaut o Jean Renoir».  Mouret los ve a todos desde fuera, como un admirador, casi un adorador, que ni se plantea una potencial consanguinidad. «La verdad es que no me he hecho esa pregunta», responde cuando le pregunto si siente que su carrera ha alcanzado otro nivel. «Esta es mi décima película. Sé que he tenido errores. Me he encontrado en todo tipo de situaciones y sé que no hay nada definitivo. Pero es cierto que me siento feliz. Estoy contento de que mis películas de los últimos años hayan sido tan bien recibidas. Es un estímulo». 

Su espontaneidad suena auténtica. Recuerda al espíritu juguetón de los personajes de Crónica de un amor efímero. Cuando le pido que defina la película en términos cinematográficos, no se lo toma a mal, pero replica que, para él, «lo interesante de hacer cine es escapar de las definiciones y jugar. Cuando escribo una película no pienso: ‘Voy a hacer una comedia romántica o un drama psicológico’. Empiezo con una situación determinada y, poco a poco, con el tiempo, voy buscando un tono en el que me sienta cómodo». 

Tráiler de la película ‘Crónica de un amor efímero’

Aquí también son los clásicos los que le marcan el camino: «Muchos de los grandes autores que amo son a veces divertidos, otras melancólicos, amables y crueles… El gag más básico, por ejemplo, la persona que resbala con una piel de plátano puede resultar muy gracioso, pero tiene un lado cruel porque se hace daño. Lo que me interesa en una película es precisamente mezclar la comedia con un poco de crueldad». Los amantes casuales terminan sufriendo, por supuesto. El amor es así.  

En principio, Crónica de un amor efímero debería luchar por confirmar el pelotazo de Las cosas que decimos, las cosas que hacemos. Pero de nuevo Mouret desarma la lógica del cineasta de éxito al uso. «De hecho, la tenía pensada antes de Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, pero no encontraba el reparto adecuado. De todas formas, no tengo un plan de carrera, un plan profesional. Las cosas pasan y ya está».

Precisamente esa forma de vivir el cine ha propiciado una de las grandes bazas de Crónica de un amor efímero, probablemente la más ganadora: la química de la pareja protagonista. «Fue un casting muy largo, el más largo de mi vida», y tenía que serlo por la misma esencia de la película: «Iba a tener a los mismos dos actores en cada escena». Entonces llegó el flechazo de Vincent Macaigne. «Lo conozco desde hace mucho tiempo. Y me encantó cómo leyó el guion hace unos años, pero era demasiado joven para el papel, así que aparqué la película y, mientras, se dejó la barba, que lo hace parecer un poco más viejo». 

El tiempo hizo el resto. Como con el buen vino, Macaigne adquirió el cuerpo que le faltaba para encarnar a un Simon adorable, comestible pero necesitado de un estímulo que disparara todo su potencial. Entonces llegó Sandrine Kiberlain. «Fue como una revelación». Pura energía, un encanto desbordante y, sobre todo, la conexión justa con su pareja de baile. «Lo que realmente me gusta de ellos es que son muy diferentes, pero tienen algo en común. Ambos pueden ser muy conmovedores y muy divertidos a la vez, y eso me permitió darle al proyecto un mayor alcance en términos de tono y color». 

Fotograma de la película

Hasta Caprice (2015), Mouret solía protagonizar sus películas (otro paralelismo con Woody Allen), pero desde entonces parece haber aparcado su carrera interpretativa. La explicación vuelve a sacar el antidivo a pasear. «La verdad es que me divierto más como director, y como actor tienes que aprenderte un montón de texto. Además, cada vez le pido cosas más difíciles a los actores y no me apetece». 

¿Pereza? «Un poco sí», se ríe. Definitivamente, Mouret no responde al cliché del artista francés sofisticado, envuelto en una capa de misterio hiperculturalista. De hecho, en España la triada cine, amor y francés aún dispara todas las alarmas de peñazo existencial. Las películas de Mouret tienen un aroma francés inconfundible, pero de otra forma. «Lo interesante de hacer películas es ir a contracorriente, contra los clichés, los estereotipos, y sorprender, proponer algo nuevo, otra cosa. Me hace gracia que, a veces, los periodistas extranjeros me dicen que lo que hago es muy francés, mientras que en Francia, los críticos me dicen que mi trabajo es muy particular». 

Crónica de un amor efímero también derriba el cliché del macho francés conquistador, elegantemente seguro de sí mismo. Ante el torbellino de vitalidad que despliega Charlotte, Simon representa la parte más vulnerable de la pareja. ¿Nueva masculinidad? A Mouret no le interesan mucho esos berenjenales (más o menos) sociológicos que nos acechan por doquier. «Digamos que nunca me ha interesado la diferencia entre masculinidad y feminidad. El personaje de la mujer fuerte ya está en las películas de Gregory La Cava o Howard Hawks, con actrices como Katharine Hepburn». Hay, además, un componente personal: «Yo me crié entre una mayoría de mujeres y siempre me parecieron más fuertes». Es más, en su segundo largometraje, Venus y las flores, «quería mostrar que hay más diferencia entre dos mujeres, en términos de temperamento, que entre un hombre y una mujer». 

Pero hay una escena muy concreta que remite al fenómeno MeToo: Simon le cuenta a Charlotte que, en el tránsito de la infancia a la adolescencia, una niña le amenazó con acusarlo de violación mientras jugaban, y reconoce que ese un trauma le ha erosionado su capacidad para relacionarse. Mouret también se escapa de aquí. Por un lado, considera el MeToo «un movimiento muy virtuoso», aunque matiza: «Con un trasfondo muy virtuoso». Por otro, al insistir en la escena concreta, niega que tenga nada que ver con el fenómeno MeToo y, además, se desmarca personalmente: «Estaba ya en el guion que adapté. Y tiene una intención narrativa: describe la confianza que llega a tener con Charlotte, haciendo avanzar la trama».  

Da la impresión de que Mouret no quiere meterse en líos. Es un amante del cine que disfruta como un niño jugando a crear historias. Lo que no quita que sea consciente de los entresijos de su profesión. «El cine francés se encuentra en un momento delicado, de muchos cambios, sobre todo porque las plataformas americanas se están llevando el público de las televisiones francesas, que hasta ahora habían apoyado en gran medida las películas francesas». Dice desconocer, en cambio, el sistema del cine español. No es el único, le digo. Nos reímos. 

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