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'Castigo': retrato demoledor del alma humana en seis casos judiciales

La serie, en Filmin, está basada en relatos del escritor alemán Ferdinand von Schirach y plantea incómodos dilemas

‘Castigo’: retrato demoledor del alma humana en seis casos judiciales

Escena de la serie 'Castigo'. | Filmin

Si quieren pasar un buen rato o ver algo ligero para coger el sueño, absténganse. Si están dispuestos a adentrarse en los retorcidos recovecos del alma humana sin temor a ser incomodados, tal vez esta serie puede interesarles. Hablo de Castigo (Filmin), seis episodios independientes, basados en casos judiciales reales. Es una de las propuestas más sorprendentes y potentes que puede verse este verano en streaming, en unos tiempos en que las plataformas navegan entre incertidumbres sobre el modelo viable, toman pocos riesgos e insisten en productos previsibles que parecen basados en algoritmos y generados por inteligencias artificiales que solo saben reciclar.

En el origen de Castigo está el escritor alemán Ferdinand von Schirach (Munich, 1964). En las letras germanas actuales hay dos autores con estatus de bestseller cuyos libros se inspiran en su pasado como profesionales judiciales. Uno es Bernhard Schlink, que fue juez y es el autor de la celebérrima El lector (y este próximo septiembre saca nueva novela en Anagrama: La nieta). No todos sus libros están ambientados en los juzgados, pero en todos ellos hay una reflexión ética que tiene que ver con el sentido de justicia. El otro, Von Schirach, ha ejercido de abogado defensor en algunos casos sonados de espionaje y el de la publicación del historial médico de Klaus Kinski en el diario Bild. Y, por cierto, es nieto del líder de las Juventudes Hitlerianas y jerarca nazi Baldur von Schirach, sentenciado en los juicios de Núremberg a 20 años de prisión, que cumplió en Spandau, por crímenes contra la humanidad.

Fotograma de Castigo.

En su faceta de literato, Ferdinand von Schirach ha escrito un par de novelas –El caso Collini y Tabú-, alguna pieza de teatro –Terror– y algún guion -el de la serie La acusación, también en Filmin. Pero lo mejor de su producción con diferencia son sus tres volúmenes de relatos Crimen, Culpa y Castigo, inspirados en expedientes judiciales que ha conocido de cerca. Todos los libros mencionados están publicados en español por Salamandra y se han traducido a más de 35 idiomas. La serie de la que hablamos adapta seis de los 12 relatos del último título.

Impacto visual

El paso a la pantalla es fiel a las tramas, pero cambia de forma notable -y muy beneficiosa para los resultados- el estilo del autor. La escritura de Von Schirach es seca, casi telegráfica. Su prosa se asemeja a la de un atestado: hechos a palo seco, frialdad expositiva. Deja que sea el lector quien saque sus conclusiones éticas o psicológicas sobre los perturbados personajes que presenta. En la traslación visual que hace la serie, cada capítulo está a cargo de un cineasta alemán relevante. El hecho de contar con un director diferente para cada episodio plantea opciones estéticas diferentes, pero tienen varios nexos en común que dan coherencia al conjunto: todos potencian el impacto visual con encuadres sorprendentes, fotografía estilizada de colores intensos y actores de fisionomías singulares. Ninguno elude las escenas incómodas e incluso escabrosas, que buscan sacudir al espectador.

Y todos ellos rompen con la narración cronológica más tradicional. En algunos hay grandes elipsis, en otros vaivenes temporales con saltos adelante y atrás. La estrategia permite jugar con las expectativas del espectador y vapulearlo, desconcertarlo. Y es que no siempre las cosas son lo que parecen; en ocasiones tenemos primero la desconcertante consecuencia y después vamos conociendo poco a poco los hechos y componiendo el puzzle. El episodio que hace un uso más radical de este manejo del tiempo es Un día de azul claro, ya que está narrado en una sucesión de fragmentos montados en orden inverso. Empieza por el final y va retrocediendo hasta el inicio para contar la historia de una mujer acusada de matar a su bebé.

La serie arranca con El buzo, que marca ya de forma clara la apuesta por la contundencia visual. Está dirigido por Oliver Hirshbiegel, autor, entre otras, de El hundimiento, la película sobre los últimos días de Hitler en el bunker. Somete al espectador a una montaña rusa de emociones condensadas en una hora: en un pequeño pueblo de esos en que todo el mundo va a misa los domingos y se viste con trajes tradicionales, un hombre muere en extrañas circunstancias. La esposa del fallecido es sospechosa, pero la situación va dando giros inesperados que vapulean nuestros apriorismos. De fondo, asoma una retorcida perversión sexual que nos obliga a chapotear en aguas pantanosas morales: ¿dónde están los límites de lo aceptable, de lo que alguien debería tolerar?

El segundo episodio, El jurado -que contiene la impactante imagen surreal de una mujer levitando- habla de maltratos físicos y psicológicos. Una mujer elegida para ser jurado popular muestra su empatía hacia la víctima de una agresión, pero ese gesto acaba teniendo consecuencias nefastas. Y la protagonista se ve empujada a confrontarse con su propia realidad de relaciones sentimentales tóxicas.

Tensión

Escena del segundo capítulo.

El tercero, La espina, es kafkiano. Cuenta la vida de un individuo impasible que trabaja como vigilante en un museo y se obsesiona con la escultura de un niño que se saca una espina del pie. El tipo es un neurótico que repite cada día los mismos rituales, hasta que se abre una grieta en su universo milimetrado. Eso desata una pulsión agresiva con el uso de chinchetas, que el relaciona con la espina de la escultura. El cuarto, La casa del lago, está protagonizado por otro obsesivo, en este caso un jubilado que hereda una solitaria casa frente a un lago en el que pretende pasar su vejez en paz. Pero la construcción de unas viviendas vacacionales en la parcela contigua altera su tranquilidad y desata una creciente tensión que acabará estallando. El quinto, Un día de azul claro, es el que está narrado en orden inverso y el que juega con una estética más sórdida, con un verismo carcelario por momentos casi insoportable.

El cierre es una pieza desoladora: Subotnik. La historia de una joven abogada de origen turco que, con ansias de ascender en su bufete, acepta la defensa de un presunto proxeneta ruso, hijo de un amigo de su jefe. En el juicio hay una testigo, una joven rumana captada con engaños en su país y prostituida, cuyo rostro ha sido desfigurado. ¿La abogada puede defender al verdugo y dormir tranquila? ¿Hasta el ser más abyecto tiene derecho a ser defendido, aunque sea utilizando triquiñuelas legales? Hay una escena que es una buena síntesis del tono de la serie: la testigo expone ante el tribunal los abusos atroces que sufrió, pero se niega a hacerlo en alemán, porque después de lo vivido en ese país, el idioma le repugna. Un traductor va traduciendo sus palabras, en ocasiones con balbuceos y dudas. Este recurso alarga de manera agónica la situación y aumenta exponencialmente su horror.

Lo dicho: si quieren entretenimiento liviano, manténganse alejados. Si les interesa acercarse a una propuesta visual y narrativamente muy ambiciosa, y están preparados para las emociones fuertes, para enfrentarse a debates éticos incómodos y para asomarse al lado más oscuro del ser humano, entonces atrévanse a darle al play.

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