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Los artistas pobres

Los artistas pobres cierran los ojos, aprietan los dientes y hacen ‘sinpas’ cuando quieren festejar su derrota compartida

Los artistas pobres

Estreno del musical ‘The Producers’. | Europa Press

El 72% de los actores españoles vive por debajo de la línea de pobreza. El documento lo elaboran ellos mismos, no hay el menor sectarismo ideológico y AISGE, presidida por Emilio Gutiérrez Caba, apunta además que el 40% de las mujeres cobra menos y que sólo el 7% del total superan los 30.000 euros anuales. Hablamos de actores pero temo que los porcentajes sean idénticos sino peores en músicos, escritores, pintores y toda la larga caravana de paniaguados habituales. 

El documento de la Fundación de Artistas e Intérpretes (AISGE) es un bofetón a cualquier plato de comida caliente en una casa honrada. Los de más abajo en la lista negra, contando por los dedos y sin calculadora, viven con ocho euros diarios. AISGE, para temblor y temor de Gutiérrez Caba, ha realizado 3.410 encuestas entre sus socios durante el año pasado, 2023. O tienes un empleo complementario, o te vas por el garete. O tienes ayudas familiares o te suicidas en la pensión. O te ficha un Zara o Primark para doblar ropa, o te cortas las venas encima del retrete abierto como les va a quedar la boca luego a tus familiares.

Los premios Goya, con su esmoquin y cabezón de bronce, son una farsa. Cuatro de los que están ahí, levantando la ceja o acercando la cebolleta a la brasa, pueden vivir de ello. Cuatro. Contados. El resto son todos los ambientes contemporáneos: postureo, autoengaño, fake y poliamor (follar sigue siendo gratis, pero tienes que buscar el sitio). El sector audiovisual todavía salva el pellejo: 294 euros por día trabajado; 238 euros en lo que respecta a publicidad. El teatro es prestigio y el hambre atrasada (mucha en la entrepierna): 108 euros por día de trabajo; 79 euros en la danza.

Los artistas pobres cierran los ojos, aprietan los dientes y hacen sinpas (irse sin pagar) cuando quieren festejar su amplia derrota compartida. Los artistas pobres alquilan pajaritas y trajes negros en tiendas de disfraces para volver a irse de vacío de Goyas donde, al menos, privan y jalan gratis. El destello, la purpurina, el flash, el cuché, la lentejuela, es otra trola con profundo sabor a torreznos y tocinos (quién los pillara, dice por la última fila, donde huele a costo). Los artistas españoles no saben lo que es el salario mínimo interprofesional y siguen en los tablaos del hambre, la rapiña, la cucaña y, muchas veces, el arte de enredar o vender el coño para seguir. Los que más trabajan, a ratos y saltos, tienen entre 35 y 44 años. La pensión de jubilación no llega a la media española. La calle es el mejor hotel barato.

«Muchos comen del doblaje, de leer textos que ya recitará un robot que no cobra, ni come ni caga»

Abel Martin, secretario de AISGE, habla de la inteligencia artificial: «Puede ser un aliado pero también la peor amenaza». Muchos comen del doblaje, de leer textos que ya recitará un robot que no cobra, ni come ni caga (igual tampoco hace falta personal de limpieza en el redil). Todo va por cláusulas, todo va por letra muy limpia y pequeñita, es imposible pleitear contra el trabajo de risa, unas horitas y a otra cosa mariposa, unas horitas y a seguir en el burle y en la brega, a ver cómo duermo hoy, a ver qué como mañana. Gutiérrez Caba, caballero español, hombre de una pieza, es breve y certero en el disparo: «Vivir del arte sigue siendo muy difícil en España». Los artistas pobres españoles habitan el desastre. 

Las preguntas son inevitables, además de topicazos, pero hay que pintar el sol por encima de la tapia: ¿Pasa lo mismo en Francia, Alemania, Suecia, Noruega o Finlandia? El artista aquí vive a contrapelo, el cielo arriba y la tierra abajo, donde el sueño es siempre el espejismo en el desierto congelado. Cuatro fantoches, cargados de priva y perico hasta las amuras, sacan jeto en la noche entera de los espejos. Muy bien, dabuti, cojonudo. Al día siguiente pueblan docena y media de hojas volanderas, sin quioscos para venderse, y una retahíla infinita de bello terciopelo digital. Queda una resaca blanca (perico) y roja (tintorro) en el aire semejante a la pólvora que la traca libera. ¿Y luego, qué? Llorar, llorar, llorar. Patéticos en el jolgorio tienen cerrojos en lugar de orejas, frente al micrófono gordo como una polla. El látigo restalla en la pista del circo y, como decía Castilla del Pino desde la ventana del mercedes más largo que un velero: «Los deprimidos no sueñan». El látigo restalla en la pista del circo, sí, y el olor a leña húmeda tapona el naso de los más decentes. 

El salario masivo de los artistas españoles es el miedo. Pobreza rasa. Ignorancia rasa. Juventud, a mordiscos y mellas, desperdiciada. La ley sucia de la tribu: hay que estar ahí, tocando el tambor, porque si no piensan que te has muerto. Artistas que no llegan a tres mil euros anuales. La vida chunga. Alientos que apestan a regaliz y vino peleón. La conciencia: ese gusano que crece en la sombra. Algo todavía más terrible: la rutina de la poca guita y el temor. Muchos hacen visera con las manos para ver, a lo lejos, si lo que se mueve es un bocadillo de panceta o chistorra. Por las noches, los años apilados en el fregadero del cuchitril compartido como justo eso: platos sin lavar. Mugre del alma. La sopa fría del miedo con el televisor encendido. Mucho kebap y locutorio. La mirada oscura y violenta. La vida gastada en vano. El verdugo, a su hora, siempre cumplidor. ¿Volver a dónde? Muchos ya sin padres ni pasado. La vida vencida por las ilusiones que hacen espejismo en el retrovisor. Los políticos, mientras tanto, ahogan en copazos su timbal de trampas. Ministros, concejales, consejeros, presidentes autonómicos, huelebraguetas hablando de la nada entre babas. 

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