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'Rivales', un triángulo amoroso y tenístico

La película de Luca Guadagnino explora con inteligencia las arenas movedizas del deseo, los celos y la manipulación

‘Rivales’, un triángulo amoroso y tenístico

Imagen de una escena de la película. | Warner Bros

Si hay algo omnipresente en la filmografía de Luca Guadagnino (Palermo, 1971) es la fascinación por la juventud, sea en relación con el mundo adulto (Cegados por el sol), en versión primer amor gay y veraniego (Call me by Your Name), en su vertiente adolescentes conflictivos (la serie de HBO We Are Who We Are) y hasta en modo jóvenes caníbales (la estupenda e incomprendida Hasta los huesos). Vuelve una vez más sobre el asunto en Rivales, en este caso a través de un triángulo amoroso.

Los protagonistas son tres tenistas que empiezan en torneos universitarios y saltan al circuito profesional. Son dos chicos que se conocen desde niños y han jugado como equipo de dobles y una chica destinada a ser una estrella hasta que una lesión se interpone en su camino. Ella es Zendaya (en carrera ascendente desde Euforia hasta Dune) y ellos el británico Josh O’Connor (lo vieron en The Crown haciendo de príncipe Charles) y Mike Faist (quizá lo hayan visto en la curiosa Pinball: el hombre que salvó el juego de Apple TV). Los tres ponen sus cualidades interpretativas y la sensualidad de sus cuerpos -en los que Guadagnino se regodea, como es habitual en su cine– al servicio de la triangulación amorosa que desarrolla la película.

La historia no se narra de manera cronológica, sino mediante un intrincado -y muy bien resuelto- juego de saltos en el tiempo que van componiendo un puzzle. Arranca en el presente, con un partido entre los dos varones del trío, con la mujer de espectadora, y desde ahí va saltando a distintos momentos del pasado compartido de los personajes. La primera escena rinde homenaje a la célebre secuencia de Extraños en un tren de Hitchcock, en la que todos los espectadores de un partido de tenis mueven la cabeza de un lado a otro siguiendo a la pelota, excepto uno, que mantiene la mirada fija en uno de los jugadores.

Para que la estructura de saltos temporales funcione de forma fluida e inteligible es vital el admirable montaje y sobre todo el guion. Aquí, si me lo permiten, les voy a contar un cotilleo muy pertinente: el autor es Justin Kuritzkes, novelista y dramaturgo, que resulta ser el marido de Celine Song, la directora de la maravillosa Vidas pasadas -el gran éxito del cine indie de 2023-, una película muy autobiográfica sobre una mujer de origen coreano residente en Nueva York y casada, en cuya vida reaparece un amor de infancia que dejó en Seúl. De modo que Kuritzkes y Song, marido y mujer, nos han presentado dos versiones muy diferentes de un mismo tema: una relación triangular. La de ella cargada de melancolía, deseos incumplidos y romanticismo; la de él mucho más desvergonzada y en apariencia liviana, pero igualmente llena de matices.

Rivales puede tener la apariencia de una cinta frívola y ligera, pero es una exploración muy inteligente de las arenas movedizas del amor, el deseo, la dependencia, los celos y la manipulación. El hecho de que Kuritzkes provenga de la literatura -novela y teatro- se nota para bien, porque hay escenas dramáticamente muy sólidas y diálogos de una sagacidad que no es tan habitual en el cine. Guionista y director manejan muy bien los saltos temporales y van construyendo personajes con aristas, que nos hablan de los sueños y la autoindulgencia de la primera juventud y del momento en que todo eso debe abandonarse a menos que uno aspire a ser un eterno Peter Pan.

Cartel de la película. | Warner Bros

Duelo en la pista

A diferencia de tantas cintas sobre deportistas, Rivales no se centra en el esfuerzo y el triunfo con una historieta de amor como acompañamiento. Aquí el triángulo amoroso es lo nuclear y el tenis sirve como campo de juego en el que también se manejan los deseos (al principio se explica que los dos jugadores comparten un código secreto basado en el modo en que colocan la pelota antes de hacer el saque y esto se retoma en la escena final de un modo brillante, otro ejemplo de la eficacia del guion). Como versiones modernas de los caballeros medievales que se batían en duelo con espadas por el amor de una dama, los dos protagonistas masculinos se baten en la pista para conquistar a la mujer deseada, mientras ella decide por un interés no necesariamente amoroso por cuál de los dos prefiere optar. Los partidos de tenis -estrategia, colocación, ímpetu, rapidez- son el escenario en el que dos jugadores enfrentados compiten por un trofeo amoroso.

Guadagnino, que ha trabajado mucho en publicidad y tiene una más que demostrada capacidad plástica, aquí se muestra más comedido que de costumbre, salvo en la parte final, en la que se le va un poco la mano en su búsqueda de planos imposibles y sorprendentes y en el uso de la cámara lenta. Un buen ejemplo de su dominio de la cámara y los actores es la temprana escena del ménage à trois en la habitación de hotel: en otras manos hubiera bordeado el ridículo o caído en el cliché, pero él la resuelve de un modo tan verosímil como sensual, y además la utiliza para definir la personalidad de cada uno de los tres y cómo van a comportarse a partir de ese momento.

Rivales es una película desacomplejadamente sexy y juguetona -su director es un maestro filmando el deseo-, ingeniosa e inteligente. Guadagnino sigue con su frenético ritmo de trabajo: tiene pendiente de estreno Queer -adaptación de la novela de William Burroughs, de nuevo con guion de Kuritzkes y protagonizada por Daniel Craig- y una nueva versión de Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh en formato de serie para HBO, con Ralph Fiennes, Cate Blanchett, Andrew Gardfield y Rooney Mara, que llegará el año que viene.

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