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La otra cara del dinero

Hamás ha abierto las puertas del infierno para Gaza con plena y estremecedora conciencia

No nos confundamos: el Diluvio de al-Aqsa es un acto de terrorismo y no pretende forzar ningún diálogo

Hamás ha abierto las puertas del infierno para Gaza con plena y estremecedora conciencia

Ilustración de Alejandra Svriz.

No nos confundamos: el Diluvio de al-Aqsa es un acto de terrorismo y no pretende forzar ningún diálogo

«Hamás ha abierto las puertas del infierno para Gaza», sentenció el general israelí Rasan Aliyan a las pocas horas de producirse la invasión del sábado 7 de octubre.

La organización islamista dice obrar en el nombre del pueblo palestino, pero es difícil ver cómo va a contribuir a mejorar una situación que ya es límite. En 2022, la renta per cápita en la franja era de 1.257 dólares anuales o 3,4 diarios, levemente por encima de lo que la ONU considera «pobreza extrema». El bloqueo impuesto por Israel, que era «casi total», ahora es completo. «Les hemos cortado todo —declara el ministro de Defensa hebreo, Yoav Galant—. Ni luz ni comida ni agua ni combustible».

Si la ofensiva tenía alguna lógica, no era desde luego la económica.

Una operación abocada a la derrota

Desde el punto de vista militar, el Diluvio de al-Aqsa estaba también condenado al fracaso.

Aunque Benjamín Netanyahu ha declarado el estado de guerra, no se trata de un choque entre dos ejércitos regulares. Tampoco existía la menor posibilidad de que los islamistas retuvieran una sola de las poblaciones efímeramente ocupadas. Al contrario, la derrota es ineluctable y los gazatíes van a sufrir una represalia implacable, que devolverá el daño infligido en una bíblica proporción de siete veces.

¿Y no podría arrastrar al conflicto a otros actores regionales más poderosos?

La operación ha contado, al parecer, con las bendiciones de Teherán. «Irán ayudó a planear el ataque contra Israel —señalaba el lunes el Wall Street Journal, y añadía—: La Guardia Revolucionaria dio el visto bueno en Beirut». Su fiel aliado libanés Hizbulá ha bombardeado unas granjas en los Altos del Golán, pero es improbable que la implicación de los ayatolás llegue mucho más lejos, porque no se consideran listos para un duelo al sol con Israel.

Otra cosa será cuando finalmente cuenten con la bomba atómica.

Los enemigos de mis enemigos

¿Qué objetivo persigue entonces el Diluvio de al-Aqsa?

Hace un par de años, en un seminario organizado por la Fundación Usanas, el investigador del Instituto de Estrategia y Seguridad de Jerusalén Emmanuel Navon argumentó que «la posición internacional de Israel nunca había sido tan buena, a pesar del conflicto pendiente con los palestinos».

Navon explicó cómo Ben Gurión había lanzado a finales de los 50 una ofensiva diplomática para romper el cerco que sus vecinos habían levantado a su alrededor.

Siguiendo la filosofía de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, Israel estableció una alianza con Irán, que en aquella época se sentía amenazado por la Unión Soviética y los países árabes. Esta estrategia funcionó bastante bien hasta que en 1979 el sah fue depuesto por Jomeini.

En principio, Israel se quedó sin socios en la región, pero la emergencia de una potencia chií tampoco era del gusto de los suníes y, en un gesto de pragmatismo, árabes y judíos iniciaron un acercamiento.

La conexión energética

Los grandes damnificados de este giro, materializado en los acuerdos de Abraham, fueron los palestinos.

De repente, se encontraban alejados no ya de la mano de Alá, sino, peor aún, de los mercados de la energía. Su causa ha tenido tradicionalmente tanto eco en Occidente porque, como estamos viendo estos días, cualquier aumento de la tensión en los territorios ocupados impulsa la cotización del petróleo. La razón es la respuesta de los hermanos del Golfo, que en última instancia pueden abrir o cerrar el grifo del crudo para presionar a los aliados occidentales de Israel.

Pero ¿funcionará igual de bien esa solidaridad una vez que los saudíes empiecen a hacer negocios con los israelíes?

Es improbable. Y si la suerte de los palestinos se desvincula de los precios de la energía, también lo hará del interés mundial. La postración de Gaza quedará reducida a una de esas catástrofes humanitarias que suscitan una atención breve y cíclica por parte de los telediarios occidentales.

¿Qué podían hacer para seguir captando su atención?

Segar la hierba

Existían «poderosos incentivos» para que Hamás llevara a cabo «brutales actos de terrorismo», sostiene Zack Beauchamp en Vox.

Las autoridades israelíes lo sabían, pero no es sencillo determinar de dónde te llegará el golpe cuando tienes varios frentes abiertos. Además, creían que la Cúpula de Hierro podía reducir «el impacto de los cohetes a un nivel aceptable», dice Beauchamp.

Las medidas de seguridad fronteriza se encargaban, por su parte, de «impedir grandes incursiones transfronterizas».

Finalmente, de vez en cuando hacían alguna demostración de fuerza o llevaban a cabo un asesinato selectivo. Tenían incluso un nombre para referirse a estas incursiones: «segar la hierba», una clara referencia a que la amenaza de Hamás se había convertido en un fastidio, pero no constituía una amenaza existencial. Iba en interés de los islamistas limitar la escalada, porque en un enfrentamiento frontal siempre llevarían las de perder.

Piensa bien y no acertarás

La política de Netanyahu dependía, en suma, de una serie de asunciones «que se han revelado falsas», sermonea The Economist.

El primer ministro israelí creía que con su diplomacia proárabe en el exterior y un poco de mano dura en el interior podía dejar que la cuestión palestina se pudriera, pero no ha sido así y la conclusión implícita de la revista es que lo que tiene que hacer ahora es sentarse a la mesa de diálogo y buscar una solución para los territorios ocupados.

Esta tesis pasa, sin embargo, por alto que dos no hablan si uno no quiere, y basta con echar un vistazo a la entrada de Hamás en la Wikipedia para darse cuenta de que no quiere.

Como proclama su Carta Fundacional: «No vendrá el Día del Juicio hasta que los musulmanes combatan a los judíos, hasta que los judíos se escondan tras las montañas y los árboles, los cuales gritarán: “¡Oh, musulmán! Un judío se esconde detrás de mí, ¡ven y mátalo!”». El objetivo del Diluvio de al-Aqsa no es arrastrar a Israel a una negociación y consumar la partición de Palestina en dos estados, como defienden los biempensantes

Estamos ante un acto de terrorismo cuyo propósito es el apostolado: ganar voluntarios para la causa.

Poner de rodillas a la arrogante hiperpotencia

A los occidentales nos parece un acto de barbarie indescifrable que se persiga y mate a quemarropa a los indefensos asistentes a un concierto, pero ese horror es metabolizado de una manera muy distinta en el mundo árabe.

Piensen en el 11-S. En las imágenes que recogían la visita de un jeque saudí a Afganistán poco después del atentado, un Osama bin Laden exultante alardeaba de que «en Holanda el número de personas que se han convertido al islam durante los días siguientes a las operaciones ha sido mayor que el total de los últimos 11 años». La imagen de las Torres Gemelas desmoronándose constituyó una fenomenal victoria simbólica.

La «vanguardia bendita de los musulmanes» había puesto de rodillas al Gran Satán estadounidenses.

Plena y aterradora conciencia

Del mismo modo, hoy se considera que Hamás ha humillado al Pequeño Satán israelí.

Lo que en Occidente presenciamos con espanto, miles de musulmanes lo celebran con entusiasmo. En este vídeo de Nueva York unos activistas vitorean la matanza del festival de música. En este otro de Sydney, una masa no despreciable corea: «¡Gasead a los judíos!». En Marruecos, Abdelilah Benkiran, el secretario general del partido Justicia y Desarrollo, dice que ha seguido «con gran orgullo los acontecimientos que tienen lugar en la querida tierra de Palestina». En Turquía, Yemen, Bahréin, Kuwait, Irak, Jordania y Líbano se convocan grandes concentraciones de apoyo al Diluvio de al-Aqsa… A la vista de esta reacción, ¿seguirán los saudíes dispuestos a normalizar su relación con los israelíes?

Hamás ha abierto, efectivamente, las puertas del infierno para Gaza, pero lo ha hecho con plena y aterradora conciencia.

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