THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Hemos perdido un duro

«Es posible que, gracias a Sánchez y sus empleados, hayamos regresado al convencimiento de que este país no tiene remedio»

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Hemos perdido un duro

Ilustración de Alejandra Svriz

Uno de mis abuelos era una venerable figura en el ramo del comercio barcelonés. El comercio, en Cataluña, no sólo ejercía de religión social sino también de razón nacional. Ya pocos recuerdan que los españoles siempre llamaron «fenicios» a los catalanes, o, mejor dicho, a la burguesía de Barcelona, porque el resto de Cataluña apenas existía. Era memorable el personaje de Berlanga que en Escopeta nacional, si no me equivoco, trataba de vender interfonos de portería al Caudillo durante una cacería de las de antes, cuando acudían a ellas las sanguijuelas de España entera.

Este mi abuelo blasfemaba cada vez que llegaba un puente, a pesar de que los de antes duraban dos o tres días como máximo. Si asistiera a los actuales puentes de cinco y siete días engrasaría el trabuco carlista. Durante aquellas fechas feriadas el abuelo estaba de muy mal humor. Los nietos tratábamos de sugerirle que ya ganaría muchos duros en los próximos días, pero él, apesadumbrado, nos decía: «Sí, sin duda, pero el duro de hoy, ese, ya no lo ganaré nunca».

La conciencia de pérdida es un asunto muy curioso porque parece una razón que se va perdiendo, y si se pierde es porque nuestra relación con el tiempo ya no es la misma. Recuerdo el agobio que causaba, por ejemplo, repetir curso en el bachillerato. Un agobio que ya no existe porque el gobierno hace todo lo posible para que eso no suceda: las cifras de fracaso escolar nos dejan en muy mal lugar ante nuestros vecinos civilizados. Antaño perder un año llegaba a ser trágico. Hoy nadie pierde nada porque el tiempo se ha expandido y, sobre todo, se ha librado de toda culpabilidad. Perder el tiempo no es ya un pecado, sino una virtud. Bien lo saben las empresas turísticas que lanzan a pobres viejos como yo a bailar sobre la cubierta de navíos geriátricos. Una imagen terrorífica.

Todo lo cual viene a cuento si se considera que, aunque es probable que al déspota le queden unos meses o, como mucho, unos años de subirse al Falcon, pronto o tarde pasará. Si también pasó Franco, ¿cómo no va a pasar esta minúscula imitación? Pero no me consuela, francamente. Tengo una idea antigua del tiempo y creo que los muchos años durante los cuales este caradura ha ocupado el poder, son irrecuperables. Como decía mi abuelo, quizás ganemos otros, pero el duro que nos ha hecho perder, ya no lo ganaremos jamás. Este personaje nos ha obligado a repetir cinco o seis cursos, ya no llevo la cuenta.

Las pérdidas son enormes porque no son económicas. Es cierto que los sanchistas se han dedicado a empobrecer a la masa trabajadora con los más altos impuestos de Europa con el único fin de pagar a sus legiones de empleados ideológicos, pero lo peor no ha sido la cleptocracia de esa mafia corrupta, sino la destrucción de la esperanza democrática.

«Los sanchistas se han dedicado a empobrecer a la masa trabajadora con los más altos impuestos de Europa»

Tras la muerte de Franco y a lo largo de bastantes años los españoles aprendimos a confiar en la democracia, a creer en sus mecanismos, a mirar más lejos y hacer proyectos. No fue fácil. Yo me recuerdo a mí mismo y a mis colegas repitiendo como loros que el gobierno de González eran «los mismos perros con distintos collares». Costó un tiempo ir constatando que el país mejoraba, que la gente empezaba a tener esperanza y a salir del pozo corrupto que dejaba el franquismo, que aprendíamos a respetar al adversario y a dudar de nuestras convicciones. Incluso comenzaba a dialogarse en este país de monologuistas.

Todo eso se lo ha cargado el sanchismo, con el indescriptible prólogo zapateril. Son ya muchos años. No sé si será posible recuperar la conciencia democrática anterior, la educación en los valores que inventaron nuestros padres a finales del siglo pasado, el futuro como fuente de ilusión, el tiempo con significado. Es posible que, gracias a Sánchez y sus empleados, hayamos regresado al convencimiento de que este país no tiene remedio y que todos los gobiernos futuros serán siempre inevitablemente mentirosos, ladrones, estafadores, estúpidos, y despóticos.

Quizás sí que saldremos del caos infame en el que nos han metido los socialistas, pero, como decía mi abuelo, el duro de ayer ya no lo ganaremos nunca.

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