THE OBJECTIVE
Kiko Mendez-Monasterio

Soldados en la historia

Son cuadros de guerra. Porque Afganistán no fue nunca una merienda campestre de Manet, inesperadamente arruinada por una tormenta de plomazos.

Opinión
Comentarios
Soldados en la historia

Son cuadros de guerra. Porque Afganistán no fue nunca una merienda campestre de Manet, inesperadamente arruinada por una tormenta de plomazos.

Cuando Rubalcaba aún colaboraba con el desastre nacional del zapaterismo, se le ocurrió decir que lo de Afganistán era una misión de paz que se había complicado, que es igual que decir que la carga del Alcántara en Annual fue una carrera hípica accidentada. El eufemismo se ha convertido en liturgia casi inseparable de lo castrense, y donde antes había clarines y timbales después no quedó ni un tío silbando himnos, porque parecía belicista incluso Marujita Díaz cantando banderita. Son restos absurdos de esos años del plomo -cuando a los soldados los escondíamos hasta para enterrarlos-, de las romerías laicas al Torrejón, y más tarde del «No a la guerra» porque esta no la he decidido yo. Cierto que algo ha remitido la fiebre pacifista, probablemente por el recorte de subvenciones. Ussía estaba tan convencido de esa relación que en los ochenta le dedicaba ripios crueles: pacifistas no, se os nota/ que de pacifistas nada/ que el que no cobra es idiota.

Pues resulta que a pesar de todo el dinero público invertido todavía existe una admiración inevitable hacia lo militar. Porque no son los uniformes vistosos la causa de que se abarroten los alrededores de un desfile, sino la intuición compartida de que un significado más profundo rodea a lo castrense. Incluso ahora conserva un atractivo imperecedero, natural, que nada tiene que ver con enfermizas aficiones a la violencia. Quizá porque el sentido común adivina el genio y la virtud que son necesarios para levantar un ejército, y se advierte que no reside la barbarie en esos uniformes y armas, sino todo lo contrario, que probablemente son ellos la última línea de la civilización antes del horror.

Hay un tipo de arte con función terapéutica que explica mucho de estas intuiciones, y que aporta algo de amor propio a un paciente necesitadísimo de autoestima. Es arte como el de Augusto Ferrer-Dalmau, pintor del exilio catalán, heredero de Cusachs y el más cotizado representante de la pintura militar de hoy. La pintura de Dalmau se recorre con una mezcla de melancolía y fascinación, con sensaciones parecidas a la que experimenta el protagonista de «Las cuatro plumas» cuando atraviesa la galería de los antepasados heroicos de su familia, temiendo no ser digno de heredar tantas hazañas.

Para pintar las de hoy se ha ido Ferrer-Dalmau hasta Afganistán, y hace poco regalaba un cuadro al Ejército que recibía el ministro Morenés, junto a uniformados muy orgullosos, disfrutando de una de esas escasas ocasiones en las que los políticos no les esconden. Son cuadros de guerra. Porque Afganistán no fue nunca una merienda campestre de Manet, inesperadamente arruinada por una tormenta de plomazos.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D