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Javier Quero

Ni profesión ni procesionar

Los palabros son como los políticos corruptos. Cada día aparecen más. En semana santa, el engendro más profuso es el inexistente verbo «procesionar».

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Ni profesión ni procesionar

Los palabros son como los políticos corruptos. Cada día aparecen más. En semana santa, el engendro más profuso es el inexistente verbo «procesionar».

Tuve que acudir al otorrino hace pocos días. Mis oídos se habían rebelado tras escuchar a una periodista de televisión muy moderna la expresión «contradeciría». El engendro lingüístico no es nuevo. Recuerdo al ilustre parlamentario español Josep Antoni Duran i Lleida transmutando igualmente el correcto «contradiría» en el espantoso «contradeciría». Y eso es extraño, pues el dirigente de conveniencia y unión no sólo es un experto en contradicciones, sino uno de los diputados que mejor manejan el español. Su trayectoria le avala.

Los palabros son como los políticos corruptos. Cada día aparecen más. En semana santa, el engendro más profuso es el inexistente verbo «procesionar». En los medios se cuela el disparate con sorprendente normalidad para aludir al acto de ir en procesión. Será cosa de tiempo que la RAE se acabe bajando los pantalones normativos para que el vocablo adulterado se introduzca por el camino más recto hacia el diccionario. No es inusual.

Otro error común, relacionado con las tradiciones de la Pasión, es el que adultera el dicho «la procesión va por dentro» con el desbarro «la profesión va por dentro». La metáfora del penitente sirve para dar a entender que el dolor no se exterioriza, cuando la frase se emplea adecuadamente. Sin embargo, a lo de que la profesión vaya por dentro no le encuentro sentido alguno. Una profesión por dentro, oculta, sólo puede responder a un caso de economía sumergida. De otro modo, no se entiende que alguien tenga que esconder si es notario, albañil o asesor del ministro de Hacienda. Bueno, en este último caso puede disculparse y entenderse el interés en mantener el anonimato. Cristóbal Montoro, ese sí que guarda evidentes similitudes con las procesiones. Al fin y al cabo, es nuestro calvario, nos marca el paso, y cargamos con su imagen. ¡Menuda penitencia!

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