La llamada de Irlanda

La llamada de Irlanda suena hoy en mi corazón como el eco de aquella tormenta que vi de niño. ¿Innisfree? Sígame.

Cuando era niño, solía ir con mi padre y mi hermano al fútbol a ver al Viveiro F.C., en la Mariña de Lugo. El campo estaba justo al pie de la playa. Una tarde de tormenta, en la que debido al diluvio se había cancelado el partido, vi a un viejo marinero mirando por encima de la valla hacia el mar. Pensé que ocurría algo, o que observaba algo importante, dado lo absorto de su estampa. Pero yo no veía nada más que las olas rompiendo con desmesurada violencia contra el dique.

– ¿Qué mira? – le pregunté curioso.

– Irlanda – me respondió, con una sonrisa nostálgica.

-¿Irlanda? – dije yo, y me esforcé en mirar, con la inocencia de quien habita todavía en el reino de lo imposible.

– Sí. Ahí enfrente, está la gran playa de Tramore con su estatua del “hombre de metal” que cualquier marino conoce. Justo ahí, subiendo los 7 grados oeste – aseguró rotundo señalando algo invisible- Ahí mismo.

Yo me quedé callado, lleno de asombro infantil y mítico, y al llegar a casa interrogué al atlas y a las enciclopedias para saber de Irlanda y de Tramore y de aquella estatua. Aquella noche, con la lluvia batiendo en los cristales y a la luz cálida de la lamparita, escuché por primera vez la llamada de Irlanda.

Desde entonces nunca he dejado de escucharla: resuena en el verde de la camiseta de Brian O´Driscoll, cuando se enfrenta al XV de la Rosa, se esconde en el negro de una Guinness tomada serenamente, late en la sonrisa alegre de los violines y sale a mi paso en el campo en forma de trébol.

Siempre he sido un hombre tranquilo que busca un lugar al que regresar, un lugar en el que ser feliz con pequeñas cosas y una gran compañera. La llamada de Irlanda suena hoy en mi corazón como el eco de aquella tormenta que vi de niño. ¿Innisfree? Sígame.