THE OBJECTIVE
Miguel Aranguren

“…y te sacarán los ojos”

El pequeño rubicundo que balbucea sus primera palabras, puede acabar, incluso, engrosando las filas del terrorismo islámico y amenazar, por vídeo, con la muerte a cuchillo o a bombazo de sus padres, acusándoles de infieles.

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“…y te sacarán los ojos”

El pequeño rubicundo que balbucea sus primera palabras, puede acabar, incluso, engrosando las filas del terrorismo islámico y amenazar, por vídeo, con la muerte a cuchillo o a bombazo de sus padres, acusándoles de infieles.

Cuando me convertí en padre comenzó a asustarme el refrán “Cría cuervos…”, que hasta entonces mis entendederas de aire naif habían vinculado a la celebérrima película de Hitchcock, pesadilla de mis días y de mis noches, que a mis criaturas, sin embargo, les hace bostezar. La negrura del ave, su carácter carroñero, su siniestra inteligencia y ese pico, capaz de dejar tuerto al ladrón malo que agonizó junto a Cristo, parecen incompatibles con los sonrosados y regordetes bebés de los que todos los padres hemos presumido al salir a la calle (por cierto, no olvido una ocasión en la que saqué a pasear a una de mis hijas –todo un muñeco con mofletes de manzana- sentada en su carrito, junto a Pipa, la pequeña perra. De pronto, una mujer que también llevaba un par de perros se detuvo frente a nosotros y dobló el espinazo para comenzar, con voz atiplada, a gorjear: <<¡Pero qué belleza!… ¡Si es una ricura!>>. Me inflé con el orgullo de un palomo mensajero, hasta descubrir que sus arrullos y carantoñas estaban dirigidas a nuestro can. A sus ojos estúpidos, nuestra hija de dos añitos les pasaba completamente desapercibida).

Sin embargo, la ternura puede travestirse en barbarie. Es decir, el pequeño rubicundo que balbucea sus primera palabras, puede acabar, incluso, engrosando las filas del terrorismo islámico y amenazar, por vídeo, con la muerte a cuchillo o a bombazo de sus padres, acusándoles de infieles. También puede salir a la calle con el único propósito de unirse a sus amigotes para apalear a quienes se les pongan por delante. O dedicarse al trapicheo con toda clase de estupefacientes. O invertir su tiempo en romper el mobiliario urbano y, al regresar a casa todavía con fuerzas, soltar una buena tunda a quienes debería querer. Es decir, a su papá y a su mamá.

Me tranquiliza saber que a los cuervos primero se los cría, pues la columna que sostiene nuestro hogar es la educación en el respeto y el ejercicio responsable de la libertad. Me preocupa, sin embargo, mirar alrededor, en donde hay tantos niños que sueltan sus primeros graznidos.

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