THE OBJECTIVE
Gemma Bargues

Un futuro a la intemperie

Hay veces que la sonrisa de un niño es capaz de arrasar con el mayor de los desastres que cualquier adulto pueda imaginar. Nunca la pobreza, el hambre o incluso las catástrofes con las que la tierra se revela contra el hombre han podido arrancar la joya más valiosa que un niño tiene: su capacidad de soñar, indestructible y a prueba de catástrofes.

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Un futuro a la intemperie

Hay veces que la sonrisa de un niño es capaz de arrasar con el mayor de los desastres que cualquier adulto pueda imaginar. Nunca la pobreza, el hambre o incluso las catástrofes con las que la tierra se revela contra el hombre han podido arrancar la joya más valiosa que un niño tiene: su capacidad de soñar, indestructible y a prueba de catástrofes.

Hay veces que la sonrisa de un niño es capaz de arrasar con el mayor de los desastres que cualquier adulto pueda imaginar. Nunca la pobreza, el hambre o incluso las catástrofes con las que la tierra se revela contra el hombre han podido arrancar la joya más valiosa que un niño tiene: su capacidad de soñar, indestructible y a prueba de catástrofes. 

El pasado 25 de abril, Nepal sufrió el peor terremoto de su historia. Unas 9.000 personas murieron y alrededor de 900.000 viviendas fueron derruidas. Ahora, seis meses después, la huella del seísmo sigue intacta y en forma de ruina allí donde mires y donde pises. Las escuelas sin techo y sin paredes, obligarán a unos 250.000 niños a afrontar lo que será uno de los inviernos más duros de sus vidas. Pero, otra vez, la sonrisa les va por delante; se ríen ellos de que un tal Richter les arranque de cuajo sus sueños.

Medio año después de la sacudida que azotó Nepal, la organización ‘Save the Children’ ha denunciado que las aulas no están preparadas para «las frías temperaturas del invierno». Financiación es lo que piden, porque el dinero todo lo puede, sí. Pero cuando un niño se nos cruza con su sonrisa indestructible es entonces, y solo entonces, cuando nos convence de que la vida está hecha de lo que construimos cada minuto, y de absolutamente nada más. También está la mala suerte, pero contra eso poco podemos hacer; sonriamos por lo menos. 

Mientras los billetes llegan, Darika sigue a lo suyo; con solo 14 años ha sido testigo de un desastre natural impropio para la vida de cualquier niño. Aún así, cada noche lucha contra sus propias pesadillas y se mantiene bien despierta mientras sueña con ir a la universidad y ser doctora. 

Las personas envejecemos, no por las arrugas, sino porque dilapidamos esa sonrisa de niño que todo lo puede. Nos vamos caducando, por fuera y también por dentro y nos dejamos arrastrar por los otros terremotos que nos da la vida; los de mentira. 

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