THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Cómo hemos cambiado

«Al único que se han tomado en serio las llamadas élites es a Platón, que expulsó a los poetas de la República. Y lo han hecho sin necesidad de leerlo»

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Cómo hemos cambiado

RTVE

Winston Churchill y Somerset Maugham se conocieron a principios del siglo veinte en una Manor house de la campiña inglesa, invitados por su propietario, un aristócrata británico. Ambos habían nacido en 1874 y ambos morirían en 1965. En ese primer encuentro Maugham, que era un hombre de mente centelleante y humor ácido, estuvo punzadamente irónico con el político. Churchill no tenía un buen día y, más o menos apabullado, desplegó una retirada táctica. A la mañana siguiente, el escritor se despertó muy temprano y bajó a desayunar, pensando que lo haría solo. En el comedor estaba Winston Churchill, esperándolo. ‘Señor Maugham –le dijo– usted es un hombre inteligente y un escritor al que la fama y el triunfo le esperan a la vuelta de la esquina; yo no me considero tonto y pienso llegar a primer ministro de nuestra nación. Así que voy a proponerle un pacto: usted no volverá a reírse nunca de mí y yo no le buscaré jamás las pulgas. ¿Le parece un buen trato?’. Somerset Maugham estuvo un rato callado y afirmando con la cabeza se sirvió unos huevos pasados por agua. Nunca más volvió a hablar de Churchill.

Pensé en aquel encuentro el día que murió el ministro de UCD Alberto Oliart –un hombre culto y tan amigo de los poetas Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral, como ambos de él– y volví a pensarlo la noche de las elecciones catalanas, cuando Salvador Illa manifestó su agradecimiento a Iván Redondo. Hacía pocas semanas que había leído una entrevista en la que Régis Debray hablaba sobre la ruptura absoluta entre el mundo del pensamiento y el mundo de los que deciden en el mundo. Y añadía: ‘Nuestras élites tienen necesidad de cifras y de elementos de lenguaje. El análisis de larga duración de un antropólogo no les interesa. Asistimos a la desculturización del medio político y a la despolitización del medio cultural…’. Illa, salvando todas las distancias, no piensa ya como pensaba Oliart o como pensó Churchill la noche de las pullas de Maugham. Siendo filósofo como dicen, no se encomendó a Hegel, ni a la Escuela de Frankfurt, ni siquiera a Baudrillard, sino a Iván Redondo, a quien le dio las gracias, ya veremos de qué. Algo, efectivamente, ha cambiado radicalmente y estamos pagando las consecuencias al ritmo de algoritmos y clics, con Tezanos detrás tocando las maracas.

Margaret Thatcher invitaba a cenar a Isaiah Berlin –quién hubiera podido asistir al encuentro en San Petersburgo entre él y la poeta Anna Ajmátova– e invitaba también a Isaac Bashevis Singer y a Mario Vargas Llosa. Alrededor de una mesa charlaban de todo y podía creerse que las palabras mejoraban el mundo durante unas horas y que esa mejoría calaba en su marcha. Felipe González se enorgullecía de estar leyendo las Memorias de Adriano, en traducción impecable de Julio Cortázar, y la novela de Yourcenar se vendió aquel verano como rosquillas. Al año siguiente recomendó Bella del señor, de Albert Cohen, y uno de los encuentros donde se le vio más feliz fue en el que tuvo con Gabriel García Márquez. Su rostro, al menos, parecía más sincero que el de Clinton hablando de Cien años de soledad. Pero hoy aparece alguien alabando Bella del Señor y sospecho que lo apedrean en las redes o lo denuncian a Igualdad. De lo que se trata es de que en nuestra cultura los hombres de acción –y los políticos, en teoría, lo son– han estado pendientes de los hombres, digamos, de pensamiento. Y no era un efecto publicitario o vampírico lo que se buscaba, sino que cierta admiración, secreta o pública, reforzaba la comunicación entre ambos. Pensemos en Mitterand y Ernst Jünger, por ejemplo, simbolizando la reconciliación franco-alemana en el tiempo europeo.

Pero no vayamos tan lejos, ni nos pongamos tan solemnes. Sin salir de casa, Francisco Umbral fue el cronista cotidiano de la Transición. Quiero decir que en la memoria colectiva, la Transición y sus protagonistas, mayores y menores, no serían quienes fueron sin la mirada literaria de Umbral día tras día. Como no hubieran tenido una conexión europea sin otras crónicas, las semanales de José Luis de Vilallonga. (Tanto Umbral como Vilallonga murieron la misma semana del mismo verano). De aquella época fueron los encuentros en la bodeguiya de Moncloa, las comidas de novelistas y poetas con Carmen Romero, el lujo de la revista Poesía pagada por el Ministerio de Cultura  y la cosa decayó cuando se propagaron por toda España, siempre en período electoral, las cenas con artistas y escritores, invitados por el candidato de turno y pagadas por el partido de turno. Nada que ver con lo dicho al principio: pura comedia que más allá de algún tonto envanecimiento nunca sirvieron para nada, entre otras cosas porque los candidatos habían llegado a serlo sin conocimiento de la literatura y el pensamiento y sin conocimiento del arte y su medio. Y viendo lo que hay, también sin conocimiento de la historia. A la segunda cena a la que me invitaron, decliné: vista una, vistas todas.

Vuelvo a Régis Debray y su diagnóstico: la desculturización del mundo político y la despolitización del mundo cultural. El Camelot de Kennedy no existe. La república de las letras tampoco. Y los príncipes ilustrados van al rally de Montecarlo o al París-Dakar. Al único que se han tomado en serio las llamadas élites es a Platón, que expulsó a los poetas de la República. Y lo han hecho sin necesidad de leerlo.

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