THE OBJECTIVE
Anna Grau

Del Parlament de la señorita Pepis a la mesa camilla

«El recién desinmunizado (por el Parlamento Europeo) Carles Puigdemont no sólo no oculta, sino que exhibe a ojos vista, su afán de reprogramar el legislativo catalán para ponerlo a la altura de sus personales miras: a medio camino entre el betún y las catacumbas»

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Del Parlament de la señorita Pepis a la mesa camilla

Stephanie Lecocq | EFE

Recuerdo que, cuando yo apenas empezaba a echar los dientes como periodista, casualmente en Cataluña, una broma recurrente era llamar al Parlamento catalán «el Parlament de la señorita Pepis». De tan poca enjundia solían ser sus sesiones. La verdadera política, la verdadera garra de las cosas, parecía estar tan lejos… Y conste que esta sensación no duró cuatro días, ni ocho ni dieciséis. Recuerdo a la difunta Carme Chacón, cuando muy poco le faltaba  para ser ministra, admitir en un arrebato de íntima sinceridad que a veces tanto oasis catalán la ponía enferma. «No te digo que nos tengamos que tirar los trastos a la cabeza como en Madrid, pero… ¡de ahí a estar todos cantando villancicos cogidos de la mano!», me dijo. Ay, Carmeta. Menos mal que te fuiste antes de ver a tu tocaya Carme Forcadell en acción… degradando hasta el extremo nuestras instituciones.

Lo que va en cursiva es autocita. Así empezaba yo un artículo que publiqué a finales de 2017. Lo que entonces parecía el colmo de la desdicha, el desgarro y el despropósito se ha visto superado, y hasta desbordado con creces, por la nueva segunda autoridad de Catalunya, por la nueva presidenta del Parlament, doña Laura Borràs. Y lo más interesante y a la vez angustioso del caso es que da la impresión de que en el resto de España no se da por enterado casi nadie.

El recién desinmunizado (por el Parlamento Europeo) Carles Puigdemont no sólo no oculta, sino que exhibe a ojos vista, su afán de reprogramar el legislativo catalán para ponerlo a la altura de sus personales miras: a medio camino entre el betún y las catacumbas. La idea que tiene es ni más ni menos que borrar de la Cámara a todos los diputados no separatistas. Hacer como si no existieran. Empezando por el socialista Salvador Illa, estéril ganador de unas elecciones trucadas, y casi casi truncadas, por la feroz abstención. Vaya por delante el mea culpa de todos los que aspirábamos a movilizar más sufragios, empezando por quien esto firma. Dicho lo cual: ¿a dónde nos conduce, a Cataluña y a todos, esta paradoja de no fácil salida, donde va a votar más quien menos cree en la democracia, y viceversa?

Triste es perder unas elecciones, pero no sé qué adjetivo poner a ganarlas para nada, para que te roben la cartera y la mesa del Parlament gente aupada a la más alta responsabilidad institucional (incluida la representación del Estado en Cataluña) por el 50 por ciento del 25 por ciento del censo. Laura Borràs no sólo está haciendo descarados esfuerzos ímprobos para barrer a los no independentistas del órgano rector del poder legislativo catalán. Es que a los que no ha podido barrer, los deja fuera de un provocativo sistema de cónclaves paralelos, de mesa bis fraccionada (como sus contratitos…) que pretende emular el Parlamentet bis propuesto por su mentor Puigdemont. Un Parlament no ya de la señorita Pepis, sino directamente de mesa camilla.

Parecerá cuestión local o menor pero no, porque normaliza lo anormal, deslegitima lo legítimo, defrauda el espíritu y hasta el cuerpo serrano de todas las leyes, incluyendo la de la gravedad. He aquí la consecuencia del masivo abandono de las urnas, del hastío democrático, de la frigidez constitucional, que ningún ocasional fogonazo de Vox/Viagra consigue remontar más allá de lo peliculero, es decir, de forma efectiva y permanente. También o sobre todo en esto, durar y estar por la labor es todo.

¿De qué sirven esforzados encajes de bolillos como los tejidos por PSOE, PP, Ciudadanos y Vox -no necesariamente por este orden- para lograr que el Parlamento Europeo levante la inmunidad a Puigdemont, es decir, reconozca que la democracia española -catalana incluida- es plena, si luego se banaliza y se permite en Barcelona lo que tanto cuesta, cada día y cada hora, combatir en Bruselas y en Estrasburgo? ¿Si luego la presidenta del Parlament puede alardear de que va a convertir Cataluña en una especie de parque político temático donde vale el voto de los fugados de la justicia, se reforma el reglamento con el explícito objetivo de que aquí no te puedan imputar así seas Al Capone con osito de Tous, el derecho se puede leer del revés, la presidenta se va de excursión oficial a Lledoners, «a visitar a los presos políticos» (sic), que entre otras cosas todavía quedan a deber la friolera de 4,1 millones de eurazos malversados en la inmensa estafa colectiva del Primero de Octubre? Que ya es casualidad que la efemérides de lo que en sufrido argot constitucionalista catalán solemos llamar «botifarrèndum» coincida con la fecha en que oficialmente accedió un tal Francisco Franco a cuatro décadas, cuatro, de caudillaje…

Definitivamente y vertiginosamente vamos para atrás, como los cangrejos. Y acabo como en 2017 empecé: Quién nos iba a decir que acabaríamos echando de menos el Parlament de la señorita Pepis… Allí, al menos, se podía hablar. De todo.

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