THE OBJECTIVE
Marcos Ondarra

El escuadrón de la turra

«El cineasta se nos ha vuelto remilgado, moralista y politólogo, y ha abandonado la noble labor del entretenimiento para pontificar sobre cuestiones que le son ajenas»

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El escuadrón de la turra

Rubén Ortega | Wikimedia Commons

Como con el huevo y la gallina, uno ya no sabe qué fue antes: si el cine español o la subvención. De un tiempo a esta parte, el cineasta se nos ha vuelto remilgado, moralista y politólogo, y ha abandonado la noble labor del entretenimiento para pontificar sobre cuestiones que le son (le deberían ser) ajenas. Y todo porque ya saben qué es lo que procede para tener el aplauso del gremio y la billetera llena.

El otro día fui a ver El Escuadrón Suicida -solo, como se debe ir al cine- y me reconcilié con el séptimo arte. La de James Gunn es una película sin ínfulas, que no se toma en serio nada -ni a sí misma- y que sólo aspira a hacerte olvidar tu mundo durante dos horas, que no es poco para aquellos a los que la ansiedad nos quita el sueño… Y las uñas.

Se me había olvidado, digo, que había vida en la gran pantalla más allá del empoderamiento femenino, de la visibilización de las minorías, del antifascismo, del poliamor y de todas esas causas impuestas de las que Hollywood se lleva un tiempo purgando, pero que en España aún están a la orden del día.

Y es que aquí el único escuadrón que conozco es el que va de Anabel Alonso a Carlos Bardem, pasando por Los Javis o Leticia Dolera, entre otros guardianes de la moral. Un panorama ante el que sólo cabe el consuelo de saber que los fenómenos de Estados Unidos -como lo woke o la cancel culture– terminan llegando con cierta demora a nuestras fronteras. Y así quizá disfrutemos pronto de un blockbuster palomitero.

Tampoco pido alguien que, como dice Raya Pons de Tarantino, se pase «por la espada» la corrección política y venga a hacer transgresión de la buena, aunque quizá convendría para que se enteren las wannabes de que Casanova no es precisamente Von Trier por dirigir un corto escatológico y ponerse digno contra el «fascismo» en los Goya. 

Nuestros directores se han tomado demasiado en serio el prodesse, se han olvidado del delectare y ahí andan, sentando cátedra con cuatro palabras tótem y sus dos monomanías: feminismo y extrema derecha. Los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen.

El cineasta español está, como decía Platón, dos veces alejado de la verdad. Acaso porque se limita a imitar el discurso dominante, a adherirse con firmeza -y cero sentido crítico- a lo que nos venden las élites como virtuoso. Y sólo porque intuyen dónde está -y dónde no está- la mamandurria. Y ahí van prestos.

Pero el verdadero artista, y así lo consigno el maestro, es el que nos cuenta lo que no sabemos, y no el que repite cual papagayo la cantinela oficial para que le arrojen la limosna.

Habrá quien diga que el cine español necesita menos Guerra Civil y más guerra cultural, menos corrección política y más transgresión (de la buena), menos Javis y más Garcis. Yo, la verdad, me conformo con que nos dejen de dar la turra.

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