THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

La IV guerra mundial

«La historia es siempre mucho más compleja que los esquemas que elaboramos para explicarla y, sobre todo, para predecirla. El espejo de la historia siempre nos refleja con cara de tontos»

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La IV guerra mundial

Las terribles imágenes de la humillante derrota occidental en Afganistán me empujaron a releer algunos capítulos del libro que Podhoretz escribió el año 2007 con el título de World WAR IV: The Long Struggle Against Islamofascism. Y de esa lectura, estas líneas.

Norman Podhoretz es una figura central de un movimiento político que se reconoció a sí mismo como neoconservadurismo. Él, además, fue un neoconservador orgulloso porque, según sus palabras, nunca ha tenido ninguna razón para fingir humildad. Con 24 años publicó su primer artículo en Commentary; con 24 se estrenaba en Partisan Review y con 26 en The New Yorker. Al cumplir los 29 fue nombrado editor de Commentary, una publicación del American Jewish Committee centrada en la defensa de «the best of the West», es decir, de los Estados Unidos, Israel y la alta cultura. Irving Kristol llegó a decir que Commentary era la mejor revista judía de la historia. Lo cierto es que Philip Roth, Bernard Malamud, Cynthia Ozick y tantos otros se ganaron la atención del público lector a la sombra de Podhoretz, que siempre fue un editor caligráfico, siempre dispuesto a hacerle decir a un autor lo que por su cuenta no sabía lo que quería decir.

Pondré un ejemplo. El filósofo judío Emil Fackenhim pasará a la historia del judaísmo, sin duda, por haber firmado, en agosto de 1968, uno de los artículos más importantes que publicó nunca Commentary, Jewish Faith and the Holocaust: A Fragment. Su tesis era que los judíos debían añadir un mandamiento más a los 613 que ya aparecen en la Torá, el siguiente: «Todo judío tiene la obligación de creer en YHVH para negarle a Hitler un triunfo póstumo». Pues bien, Fackenheim nunca escribió esto. Lo escribió Podhoretz al corregirle el artículo. Pero Fackenheim sintió perfectamente sintetizado su pensamiento en esta lapidaria sentencia que lo ha hecho famoso.

Podhoretz es un correoso y agresivo polemista y agresivo, sin pelos en la lengua, que nunca suelta su presa. Lo demostró, por ejemplo, en su interminable polémica con Edward Said, a quien llamaba «Professor of terror», que simbolizaba para él exactamente lo que más detestaba: el multiculturalismo. Said se defendió criticando a los neoconservadores, especialmente a Kristol y Podhoretz, porque, a su parecer, se habían sacado de la manga de sus intereses ideológicos el concepto de «valores americanos» para utilizarlo sesgadamente en beneficio exclusivo de sus intereses partidistas. En realidad, el valor político de los valores lo aprendieron del uso que hizo de los «british values» la Dama de hierro, Margaret Thatcher.

Efectivamente, hay algo de retórica en el discurso neoconservador sobre los valores norteamericanos, pero es que habían leído a Gramsci. Podhoretz cuenta en uno de sus libros autobiográficos, ExFriends, que si algo ha aprendido en la vida es el significado y sentido del concepto gramsciano de «hegemonía» Suele repetir que «We are all Gramscians now».

Podhoretz siempre ha estado seguro de conocer de primera mano el Bien y el Mal. El Bien es lo que representan los Estados Unidos e Israel; el Mal es el enemigo del Bien, o sea, los comunistas, el Islam, el multiculturalismo y los partidarios de la cultura de masas.

En junio de 1997 apareció su firma en el primer borrador de The Project for the New American Century (PNAC), junto a las de Elliot Abrams, Jeb Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, William Kristol, Richard Perle, Donald Kagan, Francis Fukuyama y otros. El PNAC era, básicamente, una declaración de principios que animaba, sin complejos, al «American global leadership». Pero no se limitaba solamente a los principios. También definía objetivos militares precisos, entre los cuales se encontraba el Golfo Pérsico. Los Estados Unidos debían asegurar su presencia en una región de decisivo interés estratégico.

En octubre de 1998 los promotores del PNAC consiguieron que se creara la Comisión Nacional Security/21st Century, cuyo informe conclusivo, New World Coming: American Security in the 21st Century (1999) postulaba la creación de estrategias que permitieran a los Estados Unidos continuar siendo el principal poder militar del mundo, advirtiendo también que en la nueva centuria la vulnerabilidad del país con respecto a «nontraditional» ataques sería enorme.

En septiembre de 2004 Norman Podhoretz publicó en Commentary el arttículo titulado World War IV: How It Started, What It Means, and Why We Have to Win. Sostenía que la Guerra Fría había sido en realidad la III Guerra Mundial y que el 11-S había supuesto el inicio de la IV, que será la más larga.

Los neoconservadores creyeron haber encontrado en Bush el Presidente capaz de asumir la responsabilidad histórica abierta por el 11-S. «Ni tan siquiera Ronald Reagan», llegó a escribir Podhoretz, «fue nunca tan elocuente expresando el ímpetu idealista que se encuentra detrás de la concepción que tiene Bush del papel de América en el mundo». Bush, que representaba, por encima de todo, la «moral clarity», evitaría la recaída en el «Vietnam syndrome» al mismo tiempo que sabría ignorar las reticencias de los europeos a su proyecto. Según Podhoretz, los europeos somos incapaces de comprender la importancia del poder militar, porque vivimos en el espejismo de un «post-historical paradise» que nos incapacitaba para entender la realidad.

Para Podhoretz, la IV guerra mundial está aquí. Se está desarrollando ante nuestros ojos y no podemos cruzarnos de brazos. Este «no podemos» iba dirigido específicamente a los norteamericanos, no a los europeos, porque Europa occidental estaría destinada a «ser conquistada desde dentro por el islamofascismo».

Que cada cual extraiga las conclusiones que crea pertinentes. Las mías se limitan a constatar, de nuevo, que la historia es siempre mucho más compleja que los esquemas que elaboramos para explicarla y, sobre todo, para predecirla. El espejo de la historia siempre nos refleja con cara de tontos. La realidad se empeña en entrometerse, terca, impertinente y autónoma, entre lo que sucede y lo que preveíamos que sucedería.

Los europeos imaginamos que debe existir una vía intermedia entre el dominio y la sumisión. Tanto es así, que dedicamos muchas energías a culpar a nuestros padres por no haber sabido encontrarla y haber caído en el pecado nefando del colonialismo, que nos ha contaminado a todos por no sé cuántas generaciones. Nos sentimos culpables por haber sido martillos, pero no estamos dispuestos a hacer de yunque. ¿Hay en las cosas humanas un espacio político entre el yunque y el martillo? Los teóricos del fin de la historia creían que sí.

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