THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Fluchtpunkt Cataluña

«El contraste Madrid-Barcelona no obedece a la capitalidad de Madrid ni al desarrollo más o menos desigual de las infraestructuras, sino a factores de orden institucional. Detrás del declive barcelonés se encuentra la creciente división de la ciudad a partir de clivajes económicos, sociales e identitarios»

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Fluchtpunkt Cataluña

Una manifestación independentista. | Matthias Oesterle (Europa Press)

Película de culto escrita por Guillermo Cabrera Infante y favorita de Tarantino, Vanishing Point cuenta la historia de un conductor profesional que debe viajar a San Francisco en un corto espacio de tiempo y, enredándose con la policía por el camino, se empeña en huir a toda velocidad mientras el DJ de una emisora local de música negra procede a mitificarlo. El final es abrupto: el bólido se estrella deliberadamente contra las excavadoras que los agentes han colocado en mitad de un pueblo para obligarle a frenar. No está claro lo que el film, más allá de su trepidante acción, quiere contarnos: su héroe puede ser un rebelde o un nihilista. Pero la imagen del vehículo blanco que atraviesa el desierto de Arizona a toda velocidad conducido por su protagonista —ese Kowalski al que Primal Scream dedicó una canción electrizante— constituye una de las mejores representaciones fílmicas de la huida hacia delante. Es así un acierto que la edición alemana del film se titule Fluchtpunkt San Francisco: si hay que arruinar el original, mejor hacerlo con estilo.

Viene esto a cuento de otra huida hacia delante que nos coge mucho más cerca: la que protagoniza una élite catalana empeñada desde unos años en estropear la antaño bien engrasada maquinaria de la economía regional. Casi pareciera que se han empeñado en imitar el triste destino de Montreal, evocado durante los días en que las grandes empresas catalanas dieron la espalda al procés y muchas otras se iban —en un goteo constante que aún no ha cesado— con la música a otra parte: la exacerbación del nacionalismo provocó allí un éxodo económico que fortaleció a Toronto y empobreció a Québec. Se traía el ejemplo a modo de advertencia; cabe preguntarse si el paralelismo se ha hecho ya realidad.

En un largo artículo del economista Ferrán Brunet i Cid que acaba de aparecer en Revista de Libros, se señala que la decadencia de Cataluña no ofrece dudas: ha disminuido el PIB en términos comparados, la inversión extranjera se ha hundido, la Generalitat no tiene credibilidad en los mercados de deuda, se ha deteriorado fuertemente la balanza comercial y, en fin, se ha producido un descenso de la competitividad que algo tiene que ver con la creación de hasta 15 tributos propios en los últimos años. El autor se esfuerza por calcular los costes del procés, arguyendo que el despilfarro, las subvenciones ideológicas, las competencias impropias (como las célebres «embajadas») y las distintas formas de corrupción suponen el 15% del prespuesto del gobierno autonómico. A su juicio, la merma del PIB permanente que puede atribuirse al desafío separatista —por reducción de actividad y descenso de la competitividad— se sitúa en el 4.6%. Su conclusión es palmaria: «El procés es una tarea destructora de las instituciones democráticas de España y de todos los aspectos de la vida en Cataluña». Si no se pone remedio a la fractura separatista, advierte, la decadencia será inevitable.

Otro trabajo reciente, publicado en la revista académica Growth & Change y firmado por los geógrafos de la London School of Economics Andrés Rodríguez-Pose y Daniel Hardy, trata de explicar la trayectoria económica divergente que han seguido Madrid y Barcelona desde la transición a la democracia hasta hoy. Para los autores, este contraste no obedece a la capitalidad de Madrid ni al desarrollo más o menos desigual de las infraestructuras, sino a factores de orden institucional. Detrás del declive barcelonés se encuentra la creciente división de la ciudad a partir de clivajes económicos, sociales e identitarios. O sea: las políticas de nacionalización de los sucesivos gobiernos catalanes —incluido el tripartito de izquierdas— habrían terminado por provocar un grave debilitamiento de la confianza social. Cuando la comunidad prevalece sobre la sociedad, señalan los autores, se acumulan las malas noticias: aumentan los costes de entrada y transacción; proliferan los cazadores de rentas públicas; crece el clientelismo; se distribuyen de manera deficiente los bienes públicos. En otras palabras, la falta de confianza más allá del círculo social inmediato genera externalidades negativas que limitan el potencial de crecimiento.

¡Blanco y en botella! Obviamente, quienes han creado —a sabiendas o no— semejante estado de cosas se mostrarán en desacuerdo. Como el personaje de Vanishing Point, prefieren la huida hacia delante: de un lado, intensifican el discurso victimista; de otro, construyen al enemigo que conspirar para frenar su desarrollo. Ya saben: ahora ya no es España quien les roba, sino Madrid a secas. Así que no caben la autocrítica ni la rectificación: jamás reconocerán que la apuesta por el aislamiento identitario conduce a una sociedad cerrada que, déficits democráticos y morales al margen, no podrá mantener su prosperidad. Hay en ello una cierta venganza de la realidad, pues se demuesta que la política no puede controlarlo todo: afortunadamente. Por supuesto, la negación de esa realidad o la atribución de falsas causas a la misma no hace sino reforzar el círculo vicioso: la insistencia en el victimismo aleja la aplicación de soluciones y esta, a su vez, aumenta la frustración. Sería bueno que alguien detuviese ese vehículo antes de que se estrelle o, simplemente, se quede sin gasolina.

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