THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

OK Corral en Génova 13

«Ya quede uno o ninguno, para el PP únicamente cabe esta esperanza: que suceda rápido. Todo lo que se prolongue esto, será un proceso de autodestrucción»

Opinión
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OK Corral en Génova 13

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. | Javier Lizón (EFE)

Lo del PP es ya un duelo estilo OK Corral: unos frente a otros vaciando los cargadores y que sea lo que tenga que ser. Casadistas y ayusistas no son los Earp y los McLaury, pero también lo suyo ha llegado a un punto en que sólo cabe el duelo al sol bajo la única lógica de matar o morir. Y en prime time con cámaras. El ensayo general con todo de Ayuso y Egea ayer ya fue descarnado; con una retórica inusual incluso en una clase política tan montaraz como la actual. Aunque tirasen del sintagma «Cruel e injusto», como si emulasen a Jane Austen, frase a frase buscaban torpedearse en la línea de flotación. En este punto, cabe pensar que no hay más desenlace que el de Los inmortales: Sólo puede quedar uno. Pero también puede ser el desenlace de Los odiosos ocho y liquidarse todos.

Esto, va de suyo, no trata del hermano de Ayuso. Eso es solo un efecto de mago amateur para crear el clima del truco distrayendo la atención del público. Esta semana, de hecho, el PP ha pedido explicaciones a Nadia Calviño por el trabajo de su marido como agente de fondos europeos y a la directora de la Guardia Civil le espera un incendio conyugal. Incluso si existiera el nepotismo, en España no da para abrir la caja de Pandora un jueves de febrero. Lo sucedido ayer va mucho más allá: es el estallido de la guerra en el PP, y guerra total, más Ludendorff que Clausewitz: la política subordinada a la destrucción implacable del contrario. Y el asesinato del archiduque aquí ha sido el fracaso de la estrategia en Castilla y León: Génova quería evidenciar que es la marca, antes que Ayuso, la que gana elecciones; al fallar, Ayuso olió la sangre de un debilitado Casado para recuperar la iniciativa; Casado-Egea replicaron con filtraciones del dossier Ayuso para neutralizarla… Esto no va de ética pública sino de la lucha descarnada por el poder.

Y se trata de una apuesta muy arriesgada que dejará al PP en un estado catastrófico, quizá agónico, cuando se aprestaba a afrontar un ciclo dominante. No es raro que a los barones ayer se les viera entre la estupefacción y la rabia. Parecen pilotados por Andreas Lubitz, el piloto de Germanwings de amargo recuerdo. No es algo nuevo, pero la capacidad de la derecha para suicidarse resulta un fenómeno asombroso. Hay que quitarse el sombrero; o, a falta de sombrero, como decía Valle Inclán, quitarse el cráneo. Tal vez esto último sería más acorde ante una operación tan descerebrada. Como la secta del Templo del Pueblo, suicidada en masa en Guyana en 1978, en el PP parecen haber emprendido un proceso salvaje de autoliquidación y sin marcha atrás. En el catálogo de Maneras de suicidarse, el PP siempre ha tenido algo que aportar; pero este episodio va más allá de los antecedentes.

La comparencia de Ayuso y la réplica de Egea resultaron tan brutales, que al menos acabaron por imprimir dramatismo a algo que a primera hora de la mañana pintaba a sainete chusco. Y es innoble un género chico para autodestruirse. Que Carromero, ya dimitido, encabezara el dramatis personaje, siendo un cruce de Bartolín y Roldán, ya daba la medida. Egea negó un dossier que había aireado ante demasiados testigos. Y sin pruebas. Parece un tipo rocoso pero Egea pinta a sentenciado después de llegar a encajar demasiado a medida en el retrato mordaz de Cayetana Ávarez de Toledo en Políticamente indeseable, entre la voracidad controladora y la miopía política. En ese Watergate castizo, Cifuentes ha añadido vinagre señalando que a Ayuso le han metido un bote de crema en el bolso, aludiendo a la tradición de espionajes –la gestapillo de Aguirre, la Sra. y el Sr. Cospedal con Villarejo, el chófer de Bárcenas en Kitchen… – y traiciones del partido en Madrid. Sólo con la aparición de Ayuso, el sainete de los fontaneros elevó su dimensión. Vestida de blanco con el imaginario de la pureza frente a los agresores, con un maquillaje muy cuidado para palidecer como Cicerón en el Senado frente a Catilina –la actio tan olvidada para el triunfo oratorio– se plantó allí para percutir dardo tras dardo hasta quedar en el aire olor a napalm y la idea de ellos o yo. Pero pueden ser ambos.

Ya quede uno o ninguno, para el PP únicamente cabe esta esperanza: que suceda rápido. Todo lo que se prolongue esto, será un proceso de autodestrucción. No es fácil entender que en el PP haya ese instinto suicida. Sus líderes, con tendencia a acabar mal, parecen inspirarse en Jacques Rigaut, autor de Agencia General del Suicidio, a quien le gustaba coquetear con la idea de apretar el gatillo cualquier noche, teniendo un revolver como libro de cabecera. Antes o después, como cabía esperar, Rigaut terminó con su vida. Eso sí, lo hizo con un disparo en el pecho utilizando una regla para calcular que la bala le atravesara exactamente el corazón. Quería la máxima precisión. El PP ha optado por la metralla de imprevisible capacidad destructiva. 

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