THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

¡A las armas, mis valientes!

«Si elogias a Zelenski y a sus valientes mientras sigues en la terracita del Mazzarino, tomando tu cervecita a las 13 horas, ¿cómo te atreves a escribir?»

Opinión
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¡A las armas, mis valientes!

En la guerra de Ucrania mandan las armas (rusas), claro, pero también ahí hay, o debería haber, un a priori, que es el imperativo categórico kantiano, que te exige obrar como crees que debería obrar todo el mundo. Es la ley moral. El respeto al imperativo categórico nos enseña el camino de ser coherentes con las propias convicciones; es lo contrario de la doblez y de la hipocresía, sea ésta patriotera-fachosa o santurrona-progresista.

De hecho, el desacuerdo de nuestro comportamiento particular con el imperativo categórico nos escandaliza y repugna. Por poner un ejemplo cercano: aceptamos que un jefe político (en este caso Pablo Iglesias) critique severamente a otro por poseer una vivienda de un valor determinado (600.000 euros). Pero si luego él adquiere una vivienda por ese precio, entonces eso ya nos parece incoherente, contradictorio, inaceptable y teatralmente inverosímil, y se le obliga a salir del escenario de la política. Porque no ha ajustado su patrón de comportamiento a lo que le dictaba el imperativo categórico.

De manera análoga: todos aquellos periodistas y políticos (son legión) que estos días están elogiando el heroísmo del señor Zelenski y de los ciudadanos de Ucrania que defienden la independencia de su país, y todos los que sostienen que hay que ayudarles enviándoles armas para que resistan al invasor, no merecen respeto alguno si no respaldan tan fuertes convicciones con sus propios actos. El imperativo categórico les compromete a confirmar con sus hechos el canto a la Libertad y el Derecho que sostienen con la pluma. No hay excusa ni alternativa. Lo demás es cháchara, blablablá, marear la perdiz y enredar al respetable.

Si elogias a Zelenski y a sus valientes mientras sigues en la terracita del Mazzarino, tomando tu cervecita a las 13 horas, ¿qué eres? ¿Un maldito cura? ¿Cómo te atreves a escribir? ¿A hablar?

Igualmente me encantaría ver enroladas en la defensa de Kiev, con un fusil en la mano, a todas las mujeres feministas que luchan tan denodadamente –quiero decir: que se manifiestan por la Castellana— por la paridad y el derecho a llegar a casa solas, de noche y colocadas.

Leo en la prensa: «Kiev y la estación de las familias rotas. En medio del dolor y de la incertidumbre, los hombres se quedan para defender el país mientras las mujeres y los niños se alejan de la capital ucrania en tren».

Pero bueno, ¿por qué regla de tres han de ser las mujeres las que cuiden de los niños y valientemente se fuguen hacia Lviv, y los varones los que se queden a sacrificarse en el matadero? ¿Dónde queda el feminismo, la paridad, la igualdad de derechos y deberes?

En el colmo del cinismo están esas predicadoras que sostienen, contra toda evidencia, que las mujeres son las principales víctimas de la guerra. ¡Señoras, por favor, tápense!

Hay algo excesivamente filisteo en enviar a Ucrania armas de combate a ras de tierra para que sus héroes admirados sostengan las hostilidades todo lo que puedan, que será hasta el exterminio de la población y la destrucción total de las ciudades a manos del Ejército ruso invasor (tal como pasó en Chechenia)… pero no enviar aviones -que en la guerra moderna es el arma de combate decisiva-, por temor a que la guerra se derrame más allá de las fronteras y llegue a casa.

¡Poca broma, eh! Que una cosa es ver una película en la tele, exclamando «¡no hay derecho!», en la plácida tarde del domingo, y otra, que estalle un misil en tu jardín.

Sanciones a los rusos, sí… pero que no nos corten el gas.

Ah, ¿no son encantadores todos estos tartufos del heroísmo ajeno, esos campeones de la libertad que la glosan desde el rinconcito de la chimenea?

En fin, ya lo cantaba Marisol: «Con paso firme y marcial / marchemos codo a codo a luchar. / Y no se piense nadie rendir / que es preferible morir».

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