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Ricardo Dudda

Han muerto Kirill, Ilya, Veronika

«En Mariupol, la invasión rusa se muestra claramente como lo que es: una guerra de exterminio»

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Han muerto Kirill, Ilya, Veronika

Europa Press

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha confirmado que, entre las 4 de la madrugada del 24 de febrero, cuando Rusia invadió Ucrania, y la medianoche del 15 de marzo, han fallecido 726 civiles ucranianos (141 hombres, 104 mujeres, siete niñas y 13 niños, así como 32 niños y 429 adultos cuyo sexo aún se desconoce). Según el gobierno ucraniano esas cifras ascienden a 3.000. Es posible que sean muy superiores. Según la inteligencia estadounidense, el Ejército ucraniano ha sufrido entre 2.000 y 4.000 bajas (a fecha de 10 de marzo), y calcula que han fallecido 7.000 soldados rusos, una cifra superior a las bajas militares estadounidenses en 20 años en Irak y Afganistán y casi el mismo número de bajas americanas que en la batalla de Iwo Jima en la Segunda Guerra Mundial.

También han muerto Kirill, Ilya y Veronika. En un reportaje estremecedor, los periodistas de Associated Press Mstyslav Chernov y Evgeniy Maloletka narran el horror del asedio de Mariúpol. «Está Kirill, de 18 meses, cuya herida de metralla en la cabeza fue demasiado para su pequeño cuerpo de niño. También está Iliya, de 16 años, cuyas piernas volaron en una explosión durante un partido de fútbol en un campo escolar». Son los únicos periodistas extranjeros en la ciudad. Su relato es estremecedor y sirve para documentar, con nombres y en el lugar, los crímenes de guerra que está cometiendo el Ejército ruso, que ya hace semanas que ha dejado de tomar decisiones militarmente racionales y ataca indiscriminadamente a civiles.

En Mariúpol, una ciudad de 430.000 habitantes que une la península de Crimea con el Donbás, la invasión rusa se muestra claramente como lo que es: una guerra de exterminio. El Ejército la ha asediado y acosa y bombardea como ya hizo en Grozny (Chechenia) en octubre de 1999 y en Aleppo en 2016. Según funcionarios locales, se han producido más de 2.500 muertes, relatan Chernov y Maloletka, «pero muchos cuerpos no pueden contarse debido a los interminables bombardeos. Han dicho a las familias que dejen a sus muertos en la calle porque es demasiado peligroso celebrar funerales».

El trabajo de Chernov y Maloletka, dando nombres a las víctimas, describiendo sus gestos y detalles humanos, me ha recordado al de Vasily Grossman describiendo el Holocausto en Ucrania. Grossman nació en la ciudad ucraniana de Berdichev. En 1941, tras el avance nazi en Ucrania, atravesó de este a oeste el país. Como explica Alexandra Popoff en su biografía de Grossman (Vasili Grossman y el siglo soviético, Crítica, 2020), «crea un monumento conmovedor contando quiénes eran las víctimas, enumerando las profesiones y las características reconocibles de los viejos artesanos judíos, los médicos, los ingenieros, los agrónomos, las abuelas, los estudiantes, los discapacitados». 

Grossman no solo se niega a explicar esta matanza solo con cifras; quiere recordar a estas víctimas más allá de su condición de víctimas. Por eso escribe: «Han muerto conductores de tractores, chóferes, ebanistas; han muerto molineros, panaderos, pasteleros, cocineros; han muerto médicos, terapeutas, dentistas, cirujanos, ginecólogos; han muerto expertos en bacteriología y bioquímica, directores de clínicas universitarias, profesores de historia, álgebra, trigonometría; han muerto las abuelas que sabían remendar medias y hornear un delicioso pan, que podían cocinar sopa de pollo y hacer strudel con nueces y manzanas; han muerto las abuelas que no sabían hacer nada excepto amar a sus hijos y nietos; han muerto las mujeres que eran fieles a sus maridos, y han muerto las mujeres frívolas; han muerto los violinistas y los pianistas; han muerto los niños de tres años y los de dos años; han muerto los ancianos de ochenta años con los ojos nublados por las cataratas. Han muerto los bebés ruidosos que mamaron del pecho de sus madres hasta el último minuto». 

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