THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

¿Dónde está el poder del perro?

«En la naturaleza humana se esconde a veces la propensión a no ser justos con un artista que nos gustó en su momento»

Opinión
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¿Dónde está el poder del perro?

Fotograma de 'El poder del perro'. | Netflix

La tarde/noche de los Oscar me dispuse a ver en televisión El poder del perro, última película de Jane Campion. Lo hice por el rito de los Oscar, pues nunca veo la ceremonia en directo y tampoco –entera– en diferido. Lo hice porque la película venía precedida por el premio a la mejor dirección del Festival de Venecia y varios galardones más. Y lo hice, sobre todo, por ser de Jane Campion, cuyo Retrato de una dama –adaptación de la novela homónima de Henry James– me encantó cuando la vi y lo mismo puedo decir de su película El piano, un gran hallazgo en su momento. Y a posteriori, incluso, me pareció que El piano había influido sobre el comienzo de El atlas de las nubes, la novela de David Mitchell de la que también existe versión cinematográfica, aunque no de Jane Campion. Manías mías.

Había en esas cintas de la realizadora neozelandesa dos cosas que me interesaron especialmente. En Retrato de una dama la destreza en llevar a la pantalla las complicadas sutilidades de Henry James, superior en alguna situación a la maestría de James Ivory haciendo lo mismo. En El piano, aparte del tratamiento del paisaje, la manera de escrutar ciertos comportamientos masculinos que el hombre oculta y a menudo desconoce y la forma de mostrar activamente unos deseos femeninos donde el rol de los sexos acababa invertido sin dejar de ser el que es. Todo ello con un tratamiento formal y de fondo, impecable. Pero, ay, El poder del perro me hizo bostezar y en más de una ocasión me pregunté por qué no apagaba el televisor y hacía algo de más provecho, tanto fue creciendo mi desinterés.

Repasemos sus elementos. La soledad de dos hermanos muy distintos. El recuerdo de un vaquero fetén, que marcó la vida de uno de ellos. La ausencia de los padres en el rancho, que nada quieren saber. Una montaña que algunos ven como un perro peligroso. Un chico raro –y cuando digo raro, me refiero a raro, a nada más, como raros –cada uno en su especialidad–, son ambos hermanos. Una viuda mal vista y mal traída desde el principio, que además bebe, es madre del chico raro y se casa con uno de ellos. Una atmósfera campestre como de gimnasio masculino con ribetes gay. Unos ramilletes de cebada manchada de sangre que se mueven como en una película china (el esteticismo es una constante en su directora y eso me gusta, pero no en esa escena). Y un relato que sólo avanza con un objetivo –pienso que previsto– que no puedo contar aquí para no hacer eso que ahora llaman un spoiler y antes ser un aguafiestas. Esta es la síntesis de El poder del perro y sus tempos narrativos, una sinfonía del tedio. Pues bien: ha sido o está siendo un éxito.

En la naturaleza humana se esconde a veces la propensión a no ser justos con un artista que nos gustó en su momento o en varios de sus momentos. A no ser justos –quiero decir, más comprensivos al menos– cuando a nuestro modo de ver mete la pata. Como si haber sido excelente le impidiese a cualquiera caer en la medianía. Esto es lo que tildo de injusticia porque anula el agradecimiento debido, en favor de la crítica purista. Y en estas me encuentro con El poder del perro, que también tiene su origen en una novela. En estas y con una duda sobre la metáfora que le da el título: ¿a qué viene ese poder? ¿De dónde sale?

Recuerdo la montaña que, aseguran, parece un perro que ladra y que en un momento de la película, uno de sus protagonistas abre la Biblia y lee un salmo: ‘Dios nos libre de la espada y del poder del perro’ o ‘Libra mi alma de la espada y el poder del perro’, no recuerdo muy bien. Y he de decir que ni una infancia donde la lectura de la Biblia por parte de mi padre era habitual –y yo la disfrutaba como pocos libros he disfrutado–, ni mi lectura años después y sus hallazgos escondidos –o no tan escondidos– en las páginas de Borges, Melville o Conrad –por citar sólo tres ejemplos– me ilustraron la otra tarde respecto al poder del perro y tras leer ese salmo y ver la película entera continúo in albis.

Ahora veo que a Jane Campion le han dado el Oscar a la mejor dirección. Los premios suelen llegar o demasiado pronto –y la mayoría de estos, tan tempraneros, no deberían haber llegado nunca– o demasiado tarde. Pero en este caso debe de ser por lo mismo que no entiendo qué hace aquí la metáfora bíblica, porque premios, precisamente, premios –tempraneros y tardíos– nunca le han faltado a Jane Campion. Quien, por cierto, entre las bofetadas, risotadas, riadas de autocompasión y otras salidas de tono hollywoodienses, destacaba en aquel teatro como una gran duquesa de las de antes de la revolución.

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