THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Francia: voto y estatus

«Mejor tomarse en serio lo de Le Pen esta vez, ahora que hemos vuelto a comprar cinco años para intentar arreglarlo»

Opinión
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Francia: voto y estatus

Marine Le Pen. | Europa Press

Los estudios postelectorales de las presidenciales francesas han dado resultados interesantes al establecer quiénes votaron por Macron y quiénes por Le Pen. Uno de esos estudios mostraba que, medido por ingreso neto medio por hogar, la candidata de Reagrupamiento Nacional había sobrepasado al actual presidente en los de menos de 1250 euros. En los dos siguientes escalones –hogares que ingresan entre 1250 y 2000, o entre 2000 y 3000– hubo un empate ligeramente favorable a Macron, quien ganaba claramente en el último –más de 3000 euros–. Por profesiones, ambos candidatos empataron entre los empleados y autónomos, Macron arrasó entre jubilados y directivos, y Le Pen hizo lo propio entre parados y trabajadores menos cualificados. Macron, además, atrajo al electorado de las ciudades grandes en general y a los jóvenes y mejor formados en particular. Le Pen, por su parte, ganó en ciudades pequeñas y pueblos del entorno rural.

Es algo que se sabía y que, más que sorprender, confirma una tendencia asentada en el país vecino, y no solo allí. Las fallas francesas están muy claras y dibujan un país en el que conviven dos comunidades separadas por sus realidades y sus expectativas. En esta división tan nítida, dos angustias se enfrentan y optan por votos opuestos. El electorado de Macron está mucho mejor situado, y votan por él los más acomodados, lo que le ha valido el apelativo de «presidente de los ricos». Pero no solo. Puede decirse, generalizando, que optan por él quienes quieren defender una buena situación y quienes todavía creen que pueden acceder a ella si las cosas siguen su curso más o menos como hasta ahora. En cambio, habrían elegido a Le Pen quienes ya perdieron esa situación y quienes ya no tienen esperanza ni de recuperarla ni de alcanzarla si las cosas no cambian radicalmente.

Siendo así, surge la pregunta de qué angustia es más determinante o poderosa, si aquella que padece quien ha perdido el estatus, quien teme perderlo, o quien nunca lo ha tenido. Esas serían, de nuevo generalizando, las tres Francias que se manifestaron en la primera vuelta: la que votó a Le Pen, a Macron y a Mélenchon. Lo que es seguro es que no solo se vota por la situación estática y coyuntural que se tiene el domingo antes de ir a votar, sino en el contexto más amplio de la biografía pasada y de las expectativas de futuro. Por eso tiene tan poco sentido hablar de que Francia está cabreada por un exceso de bienestar que ha malacostumbrado a sus ciudadanos, que siguen siendo ricos: lo que establece si las expectativas se cumplen o defraudan es el análisis de esas expectativas en el curso de la propia vida, no en la comparación entre vidas distintas, y menos entre vidas diferentes de ciudadanos de distintos países. Siempre hay alguien que está peor que uno, o podríamos estar mucho peor, pero eso es un magro consuelo.

Insistir en esa vía es empujar todavía más a los brazos de Le Pen a sectores que todavía creen que pueden arreglarse las cosas sin necesidad de romper con todo. Si a una situación que se vive con angustia se le suma la condescendencia, cuando no el rechazo altivo de muchos de los que no padecen demasiados problemas socioeconómicos, será difícil convencer a nadie de la irracionalidad de su voto. Como cuando a un amigo desanimado se le trata de convencer de que no solo no está mal y no tiene la depresión que le ha diagnosticado el médico, sino que su problema es que está demasiado bien y que ya es hora de que espabile. Mejor tomárselo en serio esta vez, ahora que hemos vuelto a comprar cinco años para intentar arreglarlo.  

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