THE OBJECTIVE
Argemino Barro

Roe v. Wade: eficacia republicana

«Es posible que los demócratas tengan las mejores ideas, pero, ¿de qué sirve tener las mejores ideas si luego no gobiernas las instituciones que las aplican?»

Opinión
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Roe v. Wade: eficacia republicana

os manifestantes se reúnen a raíz de la decisión que anuló Roe v. Wade frente a la Corte Suprema de EE. UU. | AFP

El Congreso y la Casa Blanca están en manos demócratas, pero las grandes victorias en Estados Unidos siguen siendo republicanas. La derogación de la ley Roe v. Wade o el derecho constitucional al aborto, firmada el viernes por el Tribunal Supremo, es parte de un proceso meditado, concreto y muy profesional de implementación de las causas conservadoras y ultraconservadoras en este país. Un proceso que suele pasar desapercibido, oculto tras las azucaradas narrativas de las industrias demócratas.

Los dos grandes partidos de EEUU tienen maneras muy distintas de entender el poder.

Los demócratas, como apuntaba Mark Lilla, están obsesionados con dos cosas: la presidencia y los movimientos de protesta. Estos son sus grandes fetiches. 

Ocupar la Casa Blanca es el sueño último, controlar el púlpito, vivir en ese resplandeciente edificio columnado de la Avenida Pensilvania, desde donde pronunciar discursos edificantes y timonear al país en la dirección correcta.

Como complemento, hay que predominar también en las calles, fundirse con la marcha sagrada del pueblo y su eterna búsqueda de una sociedad más perfecta.

Estas dos obsesiones se retrotraen a los años 60: a la mitificación de esa breve y carismática presidencia de John F. Kennedy y a los días gloriosos de la lucha por los derechos civiles, una de las grandes cruzadas norteamericanas.

Dado que la mayoría de periódicos y televisiones nacionales, Hollywood, Silicon Valley y las universidades, están en manos progresistas, esta narrativa se proyecta al mundo empaquetada de la manera más exquisita: situamos nuestros corazones junto a las víctimas de la injusticia racial o de género, lloramos a los muertos de las masacres cometidas con metralletas compradas legalmente y escuchamos, de fondo, el suave redoble de tambores de una serie de Aaron Sorkin.

Mientras, a los republicanos les interesa el poder. El poder real, práctico, ejecutable.

La mayoría de las leyes de Estados Unidos, por ejemplo, se aprueban en los 50 congresos estatales. Por las cámaras de cada estado circulan 23 veces más leyes al año que por el Congreso nacional. Ahora que el Supremo ha derogado el derecho constitucional al aborto, son estos 50 parlamentos bicamerales quienes tienen total libertad para regularlo.

A pesar de que, en las elecciones generales de 2020, fueron los demócratas quienes recuperaron la presidencia y el Congreso, los republicanos ampliaron su presencia en los 50 parlamentos bicamerales, de los cuales hoy dominan 30 frente a los 17 de los demócratas. En los tres restantes, la potestad es mixta. 

Y no es algo de ahora, de 2022. La mayoría de los congresos estatales están bajo férula republicana desde principios de los años 90. Los demócratas llevan tres décadas a la defensiva, fuera cual fuera el inquilino del Despacho Oval.

La preponderancia conservadora no se debe a la casualidad, sino a una discreta e imparable campaña de base para conquistar oficinas públicas de color gris, sin glamur, difíciles de memorizar, pero que ejercen una gran influencia.

Con el poder judicial sucede lo mismo. En la trastienda de la política hay un entramado de think tanks conservadores activos, bien financiados, que van pintando el boceto de la América que quieren. Cuando un republicano llega a la Casa Blanca, solo tiene que firmar al pie de los decretos que le ponen delante grupos como The Federalist Society o la Heritage Foundation, que, entre otras cosas, atesoran una lista de magistrados adecuados para cubrir los puestos de todo el circuito judicial. 

Es posible que los demócratas tengan las mejores ideas, pero, ¿de qué sirve tener las mejores ideas si luego no gobiernas las instituciones que las aplican?

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