THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Seis copias de mí me parecen pocas

«La única utilidad que se me ocurre para tantos dobles míos está en el área de lo delictivo, de lo criminal»

Opinión
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Seis copias de mí me parecen pocas

Imágenes de pares de personas que se parecen sin estar emparentadas. | Proyecto fotográfico de François Brunelle

Interesantes, muy pero que muy interesantes los descubrimientos del científico Manel Esteller, publicados en Cell Report, de los que la prensa española se hace eco estos días, sobre las personas que, aún no teniendo relación de parentesco, se parecen como dos gotas de agua. Y no sólo se parecen, porque su genoma es casi igual, sino que encima tienen aproximadamente los mismos hábitos y la misma manera de comportarse. El mismo carácter. 

Coincide la investigación de Esteller con las presunciones del fotógrafo François Brunelle, que lleva años encontrando, y fotografiando, a personas que tienen un parecido extraordinario, sin ser miembros de la misma familia. A veces esas personas viven separadas por miles de kilómetros. Según Brunelle, todos tenemos, esparcidos por el mundo, por lo menos, a seis personas, seis, que son casi idénticas a nosotros.

Al leer estas noticias lo primero que se le ocurre a uno es salir de casa de inmediato, ponerse ya en camino, para encontrar, errando por esos mundos, a sus seis dobles. Ya que parece un despilfarro dejar pasar casualidades así sin hacer nada. Es posible que algunos de esos dobles vivan  muy lejos, acaso en Islandia, pero el Big Data yo creo que facilitaría muchísimo la tarea de localizarlos y así tendríamos una buena excusa para viajar: 

-Voy a encontrarme con mi doble…

Aunque, bien mirado, ¿para qué? ¿De qué te serviría cenar con seis sujetos igualitos que tú? Vamos a ver: ¿elegiríais lo mismo en la carta?… ¿Todos a sorber la misma sopa?… ¿Y quién pagaría la cuenta? ¿Iríais a pachas?… Es ridículo. Por no hablar de la posibilidad de que te disgustase verte frente a ti mismo, quizá no te reconocerías, igual que no te reconoces en tu voz grabada…

En cuanto a mí, la única utilidad que se me ocurre para tantos dobles míos está en el área de lo delictivo, de lo criminal: podría, quizá, convencer a mi doble de que, por pura simpatía, inducida por nuestra semejanza física, me sirviera de coartada, mostrándose él en público en Madrid, ante numerosos testigos, a determinada hora, la misma hora en que yo estaría en Barcelona, enmascarado, cometiendo alguna fechoría sensacional.

Pero me doy cuenta de que esto es incurrir en una picaresca ya muy sobada. ¡Vaya falta de imaginación, Dios mío, tener a mi disposición (potencialmente) a seis dobles, con todas sus posibilidades más o menos metafísicas, y que sólo se me ocurra… cometer un crimen! ¡Qué previsible!

Haciendo un esfuerzo de imaginación extraordinario, se me ocurre que cualquiera podría acostarse con la esposa de su doble, en un descuido, engañándola, haciéndose pasar por su marido. Pero este engaño, ¿qué sentido tendría si seguramente, como es lógico, el doble habrá elegido como esposa a una mujer idéntica a la mujer de su doble? No se sale de la rutina, se sigue en lo mismo.

«Una total homegeneidad de los rostros y los cuerpos, conseguida mediante manipulación genética, y un único Estado mundial: a esto deberían tender todas las políticas»

¡Vaya fantasía de alas cortas, vaya argumento de vodevil!, se dirá el lector. Y tendrá razón. Pensemos a lo grande, con magnitudes colosales.

En realidad, seis dobles míos (dobles hasta cierto punto, pues supongo que ellos no se llamarían exactamente igual que yo, ya que los nombres, que son tan importantes en la identidad de cada uno, poco tienen que ver con el ADN, y además están esas variantes epigenéticas que seguirían distinguiéndonos), seis dobles míos, digo, me parecen pocos. Toda la humanidad debería ser igual. Warhol lo intuía: «Si los nombres y las caras fueran todos los mismos, yo no estaría celoso de ti, ni tú celoso de mí».

Ni celoso, ni envidioso. Fin de todos los conflictos, pues la gente en principio no quiere pelear consigo misma. Una total homegeneidad de los rostros y los cuerpos, conseguida mediante manipulación genética, y un único Estado mundial: a esto deberían tender todas las políticas, ése debería ser su objetivo primordial. Nos sacaría del atolladero.

En cuanto a los nombres, también todos deberíamos llamarnos igual. Por ejemplo, Velasco: Juan Velasco, que es un nombre a la vez rotundo y melodioso.

Me objetarás, quizá, la tremenda monotonía de un mundo en paz perpetua, sí, pero en el que todos tendrían la misma cara y todos nos llamaríamos Juan Velasco.

Bueno, ¿no te gustaría ese mundo? ¿Es que prefieres éste? ¿De verdad?

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