THE OBJECTIVE
Daniel Múgica

Los niños y las bestias

«Los poderes públicos vascos rinden culto a la muerte durante las fiestas porque enaltecen a los pistoleros»

Opinión
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Los niños y las bestias

Pintada del anagrama de ETA en una pared de una vivienda. | EFE

Óscar Monsalvo, en las páginas de lectura de El Mundo, escribe un artículo necesario. Cuenta cómo las fiestas del País Vasco son utilizadas para fomentar la violencia. El autor explica que, en un entorno de normas, la escuela, es más complicado insertar el odio en la mente de los chavales. Para que no cese el aprendizaje la captación del odio se realiza en positivo, desde el divertimento, en las fiestas populares. Resaltar que ese divertimento, el que eleva a ídolos a los asesinos etarras, lo pagan todos los vascos. Los asesinados y los cientos de miles condenados al exilio ya no pueden. Los demás, todos, pagan con los impuestos las verbenas de glorificación de los violentos.

¿Se ha visto en algún lugar que paguemos para que nos insulten? ¿Se ha visto en algún lugar que paguemos para enaltecer a los asesinos de nuestros seres queridos? Cuenta el articulista hechos terribles, que a la salida de una carrera local se ponen los carteles de los condenados por delitos de sangre, de varios. Al aplaudir a los corredores se quiera o no se aplaude a los asesinos. Este es uno de los ejemplos narrados. Una de las fotografías del reportaje cuenta una nueva salvajada. En un frontón un señor recoge del suelo una pelota. En la pared, en letras grandes, se lee gora eta. En un partido de pelota, durante las fiestas, la vista del respetable irá del golpeo de la pelota a la pared, luego a la mano y así sucesivamente. El chaval o la chavala se tirará el partido celebrando los puntos de su deportista. A la euforia de cada punto se le suma el enaltecimiento del terrorismo. No hay manera de contemplar el partido evadiéndose de la memoria de la sangre, del lema.

El gobierno del ayuntamiento de turno, en cualquier pueblo que no sea vasco, limpia las pintadas y retira la basura. En las fiestas de los pueblos vascos se mantienen las pinturas de la ira a lo foráneo, y no se retira la basura. No hay mayor basura que un asesino. La basura humana se manda a las cárceles. Ahora la basura humana se devuelve a las calles y plazas que en una democracia deberían ser por lógica sitios de libertad, para ejercer y disfrutar la libertad. Los adornos situados en sitios estratégicos sirven para coartar la libertad de expresión y la de asociación. Son una copia de las fiestas del fascio italiano celebradas los días grandes de los pueblos. Una foto del Duce en la salida de una carrera indicaba que allí solo se podía hablar de las virtudes del fascio, que allí solo podían concurrir los fascistas.

Ocurre lo mismo en las fiestas de los pueblos vascos, al que discrepe de Bidu en público lo expulsan. Se ha atrevido a criticar las fiestas tan importantes en lo humano. Se deduce que lo humano, en las fiestas vascas, queda reducido a categoría de bestia. La inmensa mayoría de los gobiernos de los ayuntamientos vascos rinden culto a la muerte. Los poderes públicos vascos rinden culto a la muerte durante las fiestas porque enaltecen a los pistoleros. Financian la euforia de la sangre con el dinero de los vascos. No hay que olvidar que hasta hace unos años todo quisqui pagaba el llamado impuesto revolucionario, el pizzo

«Los ayuntamientos vascos están creando una generación de niños enfermos, de niños bestias cuyos referentes son los asesinos»

El abuelo que acompaña orgulloso a su nieto adolescente a la verbena recuerda cuando era perseguido por ejercer el derecho a hablar. Una foto o una canción de un grupo nacionalista sumerge al abuelo en la memoria de lo atroz, los años en los que caminaba con miedo. En cambio, al nieto la parafernalia de la hecatombe se le antoja divertida. El abuelo sabe que la risa del nieto celebra la muerte. Esa risa a la que le inducen los poderes públicos. El abuelo calla. La enfermedad del nieto, el odio, es incurable. Crecerá alimentada por lo público. El chaval ignora que lo están preparando para que tome las calles a la fuerza. Y cuando lo asume cualquier rastro de humanidad ha sido erradicada. No lo han formado en una lengua por la belleza de esta, ni en una cultura propia, lo han cogido de la mano mostrándole un sendero de gritos y de puñetazos.

Los nacionalismos siempre se fortalecen con el odio, así que adoctrina a humanos que son convertidos en bestias. Hay que empezar con los niños a fin de que crezcan animalizados y respondan a las ordenes sin rechistar, sin un rastro de pensamiento propio.

Imaginen a ese adolescente que se ha ido de farra con el gora eta en la sesera. Llegará a su casa hablando de los héroes, los asesinos. Va al colegio. Los maestros ensalzan a los asesinos. En el recreo se junta con sus amigos, que vuelven a rendir pleitesía a los malevos. Suena a círculo de crimen. Y lo es. En realidad, en el sacro ejercicio del voto, al optar por unas siglas que reivindican el asesinato, se está elevando el odio a asignatura social. No hay mejor lugar que las fiestas de los pueblos para esparcir el odio.

Los ayuntamientos vascos están creando una generación de niños enfermos, de niños bestias cuyos referentes son los asesinos.

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