THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Ciencia y caridad

«Los prodigios suceden, la amabilidad de los extraños salva; en cualquier momento acaso fuiste o serás como el niño volando hacia la salvación»

Opinión
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Ciencia y caridad

¿A quién no le conmueve, ni que sea un poco, el caso de Oliver Romero, el niño español de dos años y medio, residente con su familia en México, a punto de morir por un tumor cerebral, y que gracias a la caridad anónima de un empresario español que leyó sobre su caso en El Mundo y se ofreció a costear el viaje en avión medicalizado, ha podido viajar a Barcelona para que le operen de urgencia en el hospital Sant Joan de Dèu? Es una de esas noticias que de vez en cuando confortan. Una de esas anécdotas que desmienten la categoría, o sea la naturaleza del mundo como un lugar sin esperanza: de repente en ese lugar abandonado a su suerte un gesto particular conculca la ley universal del universo indiferente, desalmado.

Seguramente la inteligencia materialista crítica y estrictamente racional, sabiamente inclinada al hábito de la sospecha, negará trascendencia y significado, relativizará el valor de ese gesto de un filántropo acaudalado que acaso así alivia o compensa la mala conciencia de esa riqueza, o sea la ligera incomodidad de estar al abrigo y bien servido, al lado de la chimenea encendida, mientras al otro lado de la ventana hace frío y llueve a mares sobre oscuras multitudes. Algún desconfiado, sin duda sobrado de motivos para serlo y de conocimientos psicológicos, observará que para señorear bien, para disfrutar de verdad del bienestar, salvo que uno sea muy simple y primitivo no basta con la avaricia del propio goce, cuyo consumo en circuito cerrado es al fin y al cabo decepcionante y depresivo; no basta que los que están alrededor de uno vean y admiren la capacidad de acción de esa riqueza sin poder disfrutar de ésta: es preciso además que esa posición de superioridad no se consuma en uno mismo (y su familia) y en la admiración de los demás, sino que debe extender su beneficio sobre otros, elegidos al azar o por simpatía, confirmando ante uno mismo y en la praxis su realidad y su efectivo poder transformador.

«La única gratitud que era para él valiosa era la de la familia Romero y la única felicitación aceptada con gusto, la que se da a sí mismo»

Así, en este caso, el filántropo ha querido expresamente mantenerse anónimo; no sólo porque para nada necesita publicidad, que sólo le hubiera traído molestias, entre ellas acaso más súplicas de socorro y otras llamadas telefónicas con propuestas obscenas de explicarse ante cámaras y micrófonos. La única gratitud que era para él valiosa era la de la familia Romero, los que encarnan su poder magnánimo; y la única felicitación aceptada con gusto, la que se da a sí mismo.

Todo esto es verdad, y también es verdad que estadísticamente, en la salvación o perdición del mundo, que es la de nuestros cuerpos y almas, gestos de caridad a la vez secreta y espectacular como éste, al que, si hay suerte, la ciencia y la segura abnegación de los médicos del Sant Joan de Déu coronarán con el triunfo, cambian tan poco nuestra deriva fatal como la rutina de la señora que mientras los demás pasan de largo siempre da limosna al mendigo bajo la arcada, el mendigo que a la mañana siguiente vuelve a estar ahí. En la contabilidad general nada varía, con inexorable rigidez las columnas del debe y el haber arrojan siempre la suma cero…

Pero aunque en el cómputo de las grandes magnitudes son lo inútil, «como el golpe de sol en los ojos del ciego», no son para nada deleznables: además del beneficio inmenso, directo y decisivo para Oliver tienen la función de recordarle a los demás que hasta la regla más severa admite su excepción; que aunque no se prodiguen, los milagros se dan, y las benditas casualidades, como por ejemplo que alguien lea una noticia fatal en la prensa, le toque el corazón y se diga: «Pues no me da la gana de que eso pase, y todo lo demás no, pero esto concretamente puedo y voy a remediarlo»; que a alguien cada día le va a tocar la lotería, lo que justifica la ilusión de los muchos apostantes que pierden, rompen el boleto sin premio y al día siguiente compran otro; los prodigios suceden, la amabilidad de los extraños salva; en cualquier momento puedes ser tú para alguien el anónimo bienhechor, y en cualquier momento acaso fuiste o serás como el niño volando hacia la posibilidad de salvación en un avión medicalizado; y no ya en el reino de las metáforas del Arte sino en la cruda y crasa realidad el dado a veces cae en el siete.

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