THE OBJECTIVE
Antonio Caño

¿Cuál es el plan?

«Sólo una cosa parece clara: para que la izquierda siga en el poder, necesitará vencer escrúpulos y sumar a destajo a todo aquello que pueda aportar un voto para la investidura»

Opinión
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¿Cuál es el plan?

¿Cuál es el plan?

La polémica sobre las consecuencias de la ley de ‘solo sí es sí’ ocultó la que unos días antes existía sobre la posibilidad de que el Gobierno redifiniera los delitos y rebajase las penas de corrupción y malversación, que, a su vez, había tapado una polémica anterior sobre la eliminación del delito de sedición, que había oscurecido, por su parte, la polémica previa sobre la matanza ocurrida este pasado verano en la frontera de Melilla entre España y Marruecos.

Todos estos episodios, que son sólo los últimos de una legislatura repleta de decisiones muy controvertidas, podrían formar parte de una sucesión de errores y de decisiones arriesgadas, justificadas por las necesidades políticas de corto plazo. Pero podrían ser también los adoquines con los que se va pavimentando el camino que conduce hacia un proyecto de futuro más ambicioso. Personalmente, tiendo a pensar que se trata de lo primero, pero conviene estar atentos ante la posibilidad de que sea lo segundo, incluso ante el riesgo de que, por pura improvisación y oportunismo, todo esto acabe en una profunda remodelación de nuestro sistema político.

Los pasos más controvertidos dados hasta ahora por el Gobierno suelen ir todos en la mismo dirección: encontrar la simpatías de los partidos nacionalistas -sin renunciar a los independentistas y antiguos aliados del terrorismo- y del abanico más amplio de la izquierda, incluidos los sectores más radicales y los populistas que se asemejan al peronismo y justifican a Maduro y a Rusia. No hay nada que sume contra el PP que quede actualmente excluido del compás político y moral de la izquierda.

«Sería bueno que pudiéramos acudir a las urnas sabiendo lo que podemos encontrarnos después»

Conviene recordar que esos eran límites infranqueables del PSOE socialdemócrata, que siempre prefirió pactar con la derecha que con el separatismo y que jamás llegó a compartir proyecto con los comunistas o la extrema izquierda. El PSOE de hoy se limita a respaldar la voluntad de su actual máximo dirigente, lo que convierte su acción siempre en imprevisible.

En estos meses preelectorales esa imprevisibilidad es extrema, como elevada es también la incertidumbre sobre el pronóstico de los resultados. Sólo una cosa parece clara: para que la izquierda siga en el poder, necesitará vencer escrúpulos y sumar a destajo a todo aquello que pueda aportar un voto para la investidura. Comprobado ya en estos últimos años que esos votos hay que después pagarlos con indultos y leyes, podemos encontrarnos en un tiempo corto en la construcción de un nuevo sistema político casi por accidente, por efecto de las concesiones constantes a cambio de conservar el poder.

Una nueva mayoría de Gobierno, costosamente hilvanada entre un voto de aquí y otro voto de allí, bien podría obligar a completar la agenda pendiente de los independentistas catalanes, que suelen anunciar lo que buscan y han advertido ya que su próxima meta es el referéndum de autodeterminación. Y, si el radicalismo vasco sigue siendo influyente y esa alianza del extremismo catalán, vasco y español sigue vigente, ¿por qué no un referéndum de autodeterminación también en el País Vasco? ¿Qué pedirán los nacionalistas andaluces en auge? ¿Y los gallegos? ¿Qué reclamarán las fuerzas nacionalistas valencianas, baleares, canarias que puedan ser necesarias para ese proyecto? ¿Se requerirá el voto de Teruel Existe? ¿A cambio de qué?

Tal vez todas estas preguntas sean precipitadas. Tal vez al final gane la derecha y la preocupación sea el espacio que reclame Vox. Por el momento, sin embargo, es preciso encontrar una explicación -sería mejor una solución, pero eso parece más difícil- al desconcierto actual.

El desorden no obedece sólo a las medidas tomadas, sino a la red de intereses e intenciones que se esconden detrás. El presidente no puede destituir a los ministros que se equivocan porque pierde la mayoría, unos ministros hacen oposición a otros de su mismo partido porque compiten por el mismo espacio político, los partidos coaligados se engañan en el Consejo de Ministros, los socios del Gobierno le hacen chantaje en público, el presidente cede su autoridad al jefe de la Generalitat, otros líderes regionales prueban las aguas de la rebelión sin decidirse a elegir entre su lealtad al partido y su compromiso con los ciudadanos.

Todo esto, como decía, puede estar ocurriendo simplemente por casualidad, como un enorme teléfono escacharrado en el que un disparate conduce a otro mayor. Pero, quizá, sea parte de un plan o acabe convirtiéndose en un plan. Supongo que el Gobierno lo sabrá y, por tanto, el Gobierno debería decírnoslo.

En esta ocasión, sería bueno que pudiéramos acudir a las urnas sabiendo lo que podemos encontrarnos después.

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