THE OBJECTIVE
Fernando Fernández

La inflación, personaje del año

«Será un año complicado en los mercados financieros, con pérdidas que serán saludadas por parte de la opinión publicada como una corrección de la avaricia»

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La inflación, personaje del año

Imagen de una frutería.

Permítanme que les aburra una semana más con preocupaciones de economistas aparentemente alejadas de la inmediatez política y carentes del morbo del vestido de Pedroche. O tal vez no tanto, ya veremos. No crea el lector que estoy hablando del año 2022 sino del que acabamos de empezar. Ha bastado que por un efecto escala la inflación haya bajado al mínimo del año en diciembre, 5,8%, para que demasiada gente empiece a pensar que lo peor ha pasado y que ya podemos abandonar las políticas monetarias restrictivas y volver a la expansión fiscal. Como si tipos de interés reales de -4% en Europa (tipo de intervención del BCE del 2,5% menos la inflación estimada media del año en la Eurozona) pudieran calificarse de restrictivos y ser sostenibles sin castigar el ahorro. O como si un gasto público del 48% del PIB en España, seis puntos porcentuales por encima del nivel pre-covid, fuera una política fiscal responsable en períodos inflacionistas.

Volviendo a la inflación, se habla menos de que la subyacente sigue subiendo, seis décimas este mes, y esté ya en 6,9%. Y que por lo tanto se hayan generalizado las subidas de precios y se hayan hecho realidad los temidos efectos de segundo orden. Y se habla todavía menos de que la bajada de la inflación se debe fundamentalmente a la brusca caída de los precios energéticos y sus causas; que no son las políticas gubernamentales de distorsión de mercados sino algo mucho más pedestre, el buen tiempo. El invierno está siendo suave, casi cálido, y con los depósitos al completo y los gobiernos en todo el mundo queriendo apuntarse un tanto, los precios de la energía están incluso por debajo de los existentes antes de la invasión de Ucrania.

Se preguntarán entonces ustedes por qué sigo siendo tan agorero y me empeño en amargarles el principio del año. Pero la realidad es tozuda y conviene leer bien los datos. Es cierto que la inflación parece haber superado ya el efecto Ucrania, siempre que la meteorología no se tuerza y esto no dure mucho. Y siempre que China no nos acabe exportando otra vez inflación. Hemos dejado atrás, salvo circunstancias geoestratégicas ajenas al conocimiento de economistas, el peligro de inflaciones de dos dígitos. Pero aún nos queda por digerir el efecto inflacionista de tantos años de políticas expansivas. Nos quedan burbujas financieras por purgar en varios mercados, el caso de los criptoactivos es un ejemplo de libro de texto y aún me sigue maravillando cómo los inversores se habían olvidado del flujo de caja y consagrado el gasto en publicidad y marketing como indicador de valoración empresarial. Y nos queda adormecer las expectativas inflacionistas. Nos queda bajar la inflación del 5% como terminaba mi artículo de la semana pasada.

Sean por un momento observadores de la realidad, jueguen a sociólogos y pregunten a su alrededor cuántos han modificado su comportamiento en el entendimiento de que los precios van a seguir subiendo este año. Cuántos  van a exigir ajustes salariales, para recuperar o mantener capacidad adquisitiva, con la inflación pasada o con una estimación de la futura cercana al 5%. Cuántos pequeños empresarios o autónomos han ajustado sus tarifas y cuántos piensan seguir haciéndolo gradualmente. Cuánto les han subido esos consumos básicos que los economistas llamamos utilities: agua, gas, teléfono, internet, televisión, luz, etc. Cuánto el supermercado, el ocio, los viajes, la hostelería, el taller, las chapuzas domésticas. Pero, sobre todo, pregunten y pregúntense cuántos creen que esto se ha acabado. Que ha sido un lapsus horrible, un shock transitorio que se ha agotado.

Pregúntense cuál será la nueva normalidad. Esta es la cuestión. Y qué hace falta para volver a ella. ¿Cree usted que volveremos al 2% objetivo ya este año?, ¿el que viene? No lo creen en el Banco Central Europeo ni en la Reserva Federal americana. No ayuda a un pronto retorno a la normalidad una renovada confusión sobre la verdadera naturaleza de la inflación. Algunos economistas neokenesianos han vuelto a sus clásicos y han redescubierto el pensamiento de Joan Robinson y la escuela postkeynesiana de Cambridge, en la Inglaterra de los años cuarenta del siglo pasado. Se llaman a sí mismos progresistas y consideran que la inflación es esencialmente un fenómeno redistributivo, una manifestación necesaria de la lucha por la apropiación del excedente. Son economistas que han recobrado poder e influencia en el partido demócrata americano y en los círculos socialdemócratas europeos. 

«Será un mundo de más inflación; que es un precio que muchos están dispuestos a pagar por ese mundo feliz huxleiano»

Con ellos en el poder, la inflación está asegurada. Porque la consideran deseable para mejorar la distribución de la renta, transferir rentas a los deudores y castigar a los ahorradores. Son economistas que viven obsesionados con las imperfecciones de los mercados y que justifican toda intervención estatal como una necesidad para reequilibrar fuerzas y limitar el dominio de los poderosos. En su soberbia intelectual, no conciben que el Estado ilustrado, que les pertenece por derecho propio, pueda equivocarse. Y le tienen muchas ganas a la revolución monetarista y a Milton Friedman, que les arrinconó y les obligó a volver a las cátedras y los seminarios para creyentes, cuando demostró que la inflación ha sido, es y será siempre un fenómeno monetario. Que solo hay inflación si las autoridades la consienten y acomodan con expansiones monetarias siempre justificadas en un bien superior, sea la justicia, la igualdad o salvar el planeta.

Miren a su alrededor y piensen en qué mundo vivimos este año 2023. Cuáles son las ideas dominantes en economía; qué nos dicen los gurús de la nueva normalidad, cuáles son los objetivos y las preocupaciones de las élites que la imaginan y diseñan. Y tendrán que concluir conmigo que será un mundo de más inflación; que es un precio que muchos están dispuestos a pagar por ese mundo feliz huxleiano. No importa que piense que están equivocados, estos postkeynesianos han ocupado el poder político y el espacio mediático y nos traerán más inflación. Los precios seguirán siendo los protagonistas del 2023. No tengo duda de que las políticas fiscales seguirán siendo expansivas e inflacionistas. No hay más que ver los programas presupuestarios de Biden, Macron o Sánchez. Espero que no se queje el presidente por la compañía, él que ha preferido a Bildu y ERC. 

Tengo algunas dudas más sobre la resistencia que ejercerán las autoridades monetarias y los inversores. Por eso pienso que puede ser un año complicado en los mercados financieros, con pérdidas que serán saludadas inicialmente por una parte de la opinión publicada como una necesaria corrección de la avaricia. Con subidas agresivas de tipos de interés para compensar los continuados excesos fiscales. Con una economía en recesión y con ataques cada vez más virulentos a la independencia de los bancos centrales. Hasta que recuperemos la cordura y dejemos de discutir sobre la naturaleza monetaria de la inflación. Y entonces espero que no sea demasiado tarde, que las expectativas no se hayan desbordado y que el coste no sea excesivamente doloroso. Y que Croacia pueda beneficiarse de su entrada en la unión monetaria, que sea capaz de evitar el shock inflacionista y la pérdida de competitividad asociada. Y que la Unión Monetaria salga fortalecida de su nueva ampliación y le ayude a corregir su sesgo inflacionista e intervencionista. Mi duda final es cuánto tardarán en venir los Reyes Magos.

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