THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Dilema y vacío: la generación muda

«Parece cada día más frecuente que el uso (y claramente abuso) de los móviles esté atrapando y mucho a una generación veinteañera hoy, a la que se tilda de muda»

Opinión
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Dilema y vacío: la generación muda

Jóven mirando el móvil por la calle. | Dinendra Haria (Zuma Press / Europa Press)

Parece que los llamados «millenials» (una generación de Internet, que hasta ha llegado a la poesía, bien que muy pobre) van a ser muy pronto cercano pasado, porque los mayores rozarían ya la cuarentena. Lo siguiente se ha bautizado como «generación muda» (mute generation). Me pregunto si el mero rótulo no dice ya demasiado y, obviamente uno se pregunta, además, hacía dónde llevaría algo semejante. La escritura no está en peligro -según esto- sino la oralidad más diaria.

La primera vez que atisbé algo de ello -hace varios años ya, desde luego- fue en un moderno bar madrileño donde, a un lado de la barra, había unos cuantos peldaños de diferentes colores para sentarse. En uno, en el mismo, vi a tres chicos sentados muy cerca uno de otro. Eran claramente amigos y muy probablemente habría un vaso a los pies de cada uno. Andarían alrededor de los 20 años. Nada de particular en eso. Pero era el caso (y observe en varios momentos) que entre sí no hablaban, ni tan siquiera apenas se miraban, cada uno, los tres, andaban plenamente enfrascados en sus respectivos móviles. Sólo miraban y contemplaban actuando su celular propio. De momento, sólo sentí estupor y una inquietante extrañeza. Nada más, pero sí narré lo visto a varios amigos. Todos se extrañaban y alguno dijo que su hijo estaba muy pegado al móvil, pero no hasta aquel extremo. Otro -especialmente clarividente- comentó: ¿No se te ocurrió pensar que podrían estar hablando entre sí, a través del móvil? Un fallo: en verdad no se me había ocurrido. Un estupor: Podría ser cierto.

Parece cada día más frecuente que el uso (y claramente abuso) de los móviles esté atrapando y mucho a una generación veinteañera hoy, a la que se tilda de muda. Conocí hace poco a un chico colombiano de 21 años, estudiante de matemáticas en la Universidad, que lleva siempre su móvil consigo. El móvil -celular diría él- es su tercer brazo o mucho más exacto su intimidad, su mente, su actividad, su secreto. Duerme con el móvil debajo de la almohada, vaya donde vaya lo lleva con él, y salvo privilegiados momentos de conversación necesarios o solicitados, se refugia de continuo en el telefonito. Muy pocas veces habla de voz (que yo sepa), pero escribe muchos mensajes, alguna vez deja un audio y más normalmente usa juegos o mira historietas o noticias -creo en su información- que lo mantienen no sólo silencioso sino abstraído.

Una vez le pedí ver mensajes y la mayoría (concedamos que lo hizo aposta) eran muy escasas líneas vacuas, casi chistecitos, con amigas y amigos. Casi nada parecía tener sustancia o fundamento. No había leído a García Márquez (omnipresente en los más usuales billetes de muchos pesos) pero me agregó que iba a leer muy pronto El coronel no tiene quien le escriba, una novela bien corta. Si a este ya amigo -lo he pensado, no me atreví a decírselo- le roban el móvil o lo pierde y si además no pudiera de inmediato comprar otro -eso sí, no estaba pendiente del último número de Iphone- su vida quedaría desoladoramente vacía, sino rota del todo. Sólo alcanzó a decirme que no era para tanto. Pero lo es: vive con el móvil y en el móvil. Moviladicto. Se puede ser adicto a la coca (y me parece más grave) adicto al móvil. Comentando todo esto -y otros detalles- con quienes juzgo saber más que yo, todos analizan con pesimismo.

«Pero lo es: vive con el móvil y en el móvil. Moviladicto»

Un psiquiatra amigo me comenta que trata casos -hablo de jóvenes- que rozan el autismo, encerrados en sí mismos y en sus redes sociales, los es imposible hablar cara a cara. El amigo, el próximo casi desaparece. No se hablan, se escriben mensajitos. Dato curioso, no pocos a ese intercambio de mensajes elementales pero escritos, lo llaman «hablar». ¿Podemos hablar? Claro, lo estamos haciendo. Es decir, usando el teclado del móvil que manejan con maestría. Un profesor me comenta (colegio y universidad) que retirar el móvil a los alumnos durante las horas lectivas, es cada vez más frecuente. Sin duda -piensan- los padres, no siempre bien educados, no siempre ni medianamente cultos, tienen mucha culpa de la «generación muda». Pero ¿quién tiene la culpa cuando ya son oficialmente adultos? Se lo dejo como reflexión. La incultura es uno de los males que (con la sobrepoblación) corroen, oxidan, están destruyendo el mundo.

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