THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

Irene Montero y las terapias de conversión

«Cuesta saber lo que hay de torpeza y lo que hay de agenda, pero la realidad es que los depravados sexuales están de enhorabuena con este Gobierno»

Opinión
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Irene Montero y las terapias de conversión

Irene Montero, ministra de Igualdad.

La jacarandosa Ángela Rodríguez Pam no se caracteriza por decir cosas demasiado sensatas, pero ha de reconocérsele que lo clavó cuando habló de «diarrea legislativa» porque no se me ocurre un concepto mejor para definir cada una de las leyes que han salido de este Gobierno. La ley del solo sí es sí, que se suponía que iba a proteger a las mujeres, ha rebajado las penas de cerca de un millar de violadores; la Ley Rodhes, que se suponía que iba a proteger a la infancia, deja sin aclarar el plazo de prescripción del delito y la Ley de Bienestar Animal, que se suponía que iba a proteger a los animales, despenaliza la zoofilia. La verdad es que cuesta saber lo que hay de torpeza y lo que hay de agenda, pero la realidad es que los depravados sexuales están de enhorabuena con este Gobierno.

Sin embargo, ninguna de las anteriores leyes, pese al terrible daño psicológico y moral que está suponiendo para las víctimas las reducciones de condenas, es tan perniciosa como la recién aprobada ley trans. Son tantas las consecuencias negativas que es difícil resumirlas en un artículo, aunque para eso ya hay excelentes libros como El laberinto del género, de mi compañero Pablo de Lora; Nadie nace en un cuerpo equivocado, de José Errasti y Marino Pérez Álvarez; La coeducación secuestrada, coordinado por Silvia Carrasco y La fábrica de niños transgéneros, prologado por la jurista Paula Fraga, una de las voces más reconocidas en el intento de proteger a las mujeres y a la infancia frente a esta ley.

De entrada, parece una ley bienintencionada y a la que es difícil oponerse porque ¿quién no va a querer el bienestar de esas personas que han nacido en un cuerpo sexuado que creen que no les corresponde? Es evidente el dolor y las discriminaciones que han sufrido las personas transexuales y parece justo intentar mejorar su situación, pero es que la ley no trata sobre ellos. De hecho, la palabra «transexual» ni tan siquiera aparece en el texto y estas personas son las primeras en quedar desprotegidas. Si alguien siente un rechazo tan grande con respecto al sexo con el que ha nacido –lo que antes se llamaba disforia y ahora incongruencia de género- lo lógico es que tenga todo el acompañamiento posible en su proceso, incluido el psicológico, y que pueda trabajar su malestar, pero esto se complica con la nueva ley, porque todo lo que no sea terapia afirmativa se considera terapia de conversión y puede acarrear la inhabilitación y multas de hasta 150.000 euros. La terapia afirmativa es aquella en la que el paciente se autodiagnostica que es del sexo contrario y cualquiera que lo cuestione será acusado de delito de odio, porque si alguien dice que es una mujer, aunque haya nacido hombre, es que es una mujer. Dicho así, parece la mar de respetuoso, pero la realidad es más compleja, como bien sabe Nicola Sturgeon, que ha acabado dimitiendo por una ley similar a esta. Ante el escándalo de que violadores autodeterminados mujeres acabaran en cárceles femeninas, fue interrogada por ello y acabó diciendo que irían a cárceles de hombres. Obviamente, la pregunta siguiente fue: si una mujer trans es una mujer, ¿por qué va a una cárcel de hombres? Y esta cuestión acabó precipitando su caída.

«Con la nueva ley se es mujer porque uno así lo decide y no se puede cuestionar»

Y es que uno de los aspectos más perniciosos de esta ley es la llamada autodeterminación de género, es decir, que uno es hombre o mujer por su mera voluntad. Es tan fácil como ir al registro, pedir que te cambien el sexo de tus documentos y pocas semanas después ya eres hombre o mujer a todos los efectos. Y como los seres humanos no somos seres de luz, esto puede servir, como ya está sucediendo en otros países, para que violadores y maltratadores cambien su sexo registral y puedan acceder a espacios hasta ahora seguros como lavabos, vestuarios, centros para mujeres maltratadas y cárceles. Como nos explica la inefable Pam: «Una mujer trans es una mujer, así que si esa mujer le pega a otra mujer, no estaríamos hablando de violencia de género». Es decir, que Borja puede tener una condena por violencia de género porque es hombre, pero al hacer el cambio registral, Borja ya es una mujer y si vuelve a maltratar a su esposa, ya no será violencia de género. Todo un despropósito. Y eso sin contar que pueden ocupar puestos de trabajo reservados a las mujeres y a las personas trans o en las listas electorales y participar en las competiciones deportivas femeninas que no solo dificulta a las mujeres poder acceder a los podios, sino que también pone en peligro su integridad física. Alguien podrá alegar que esto es fraude de ley, pero no, no se contempla esta posibilidad, que además sería indemostrable porque con la nueva ley se es mujer porque uno así lo decide y no se puede cuestionar.

Es evidente que las grandes perdedoras somos la mujeres, a las que Irene Montero nos pretende fulminar sustituyendo palabras como «madre» o «mujer» por engendros como «progenitor gestante» o «persona menstruante». Y también los niños, claro, y este es el aspecto más preocupante. Los defensores de la ley dicen que al permitirse la autodeterminación de género sin ningún requisito, se evita la patologización, pero la realidad es que no hay nada más patologizante que la terapia afirmativa: el 87% de personas que pasan por Trànsit (el organismo de la Generalitat que se ocupa de este tema) salen con una receta de bloqueadores de la pubertad o de hormonas en la primera visita, es decir, están convirtiendo a niños y adolescentes sanos en enfermos crónicos que pueden acabar mutilando miembros de su cuerpo sin haber tenido tiempo de explorar de dónde surge su malestar, que suele no tener nada que ver con la disforia de género. Y eso, a mí que me perdonen, sí que es una auténtica terapia de conversión.

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