THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

Dos siglos de España oscura

«Las Pinturas Negras salpican las paredes, y el banquero francés se queda petrificado admirándolas. Él mismo se encargará de preservarlas»

Opinión
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Dos siglos de España oscura

Francisco de Goya. | .

Retrocedamos exactamente dos siglos. Año de 1823. El silencio se espesa en torno a la Quinta del Sordo, la finca donde vive el pintor. Un coche de caballos sale de la ciudad a toda prisa. Dentro, un enfermo Francisco de Goya observa cómo a un lado se achican los casones de Madrid, mientras al otro se agrandan los extremos de la cordillera pirenaica. Al otro lado, Francia. Burdeos, para ser exactos. El genio aragonés huye: ha caído Riego, vuelve el absolutismo fernandino. Pocas horas antes de escapar, Goya ha retocado con pincel la última de sus Pinturas Negras. Se cumplen, por tanto, doscientos años desde que el de Fuendetodos terminase aquel prodigio, una suerte de protosurrealismo, de espejo cóncavo a través del cual observar la esencia de la cultura hispánica. Años más tarde, Émile d’Erlanger, un banquero francés coleccionista de arte, compra la Quinta del Sordo. Entrar en esa finca para alguien como él es casi como llegar a la cuna de un mesías. Dentro, observa el prodigio. Las Pinturas Negras salpican las paredes, y el banquero francés se queda petrificado admirándolas. Él mismo se encargará de preservarlas. Por suerte, las pinturas están a salvo.

«Hay en las Pinturas Negras un grito trágico, un socorro y un sálvese quien pueda al mismo tiempo»

Decía renglones atrás que estas pinturas reflejan la esencia de la cultura hispánica. Y a fe mía que así es: a uno le da por observar el Duelo a garrotazos o los Viejos comiendo sopa y no puede dejar de pensar en que hay algo muy español en todo aquello. Algo primario, radical. Algo que bucea en las tinieblas de nuestra identidad. Goya, que había vivido la llegada de la Ilustración, la guerra de la Independencia y el absolutismo posterior, la base de un XIX sangriento y de un XX casi peor, intuye que ese cainismo está brotando, y su cabeza, atormentada por la enfermedad y la tiranía política, no duda en expulsar todo aquello en óleos extraordinarios. Hay en las Pinturas Negras un grito trágico, un socorro y un sálvese quien pueda al mismo tiempo. Ese perro enterrado en la arena que lucha por escapar de su propia muerte es casi la mejor metáfora de toda la serie.

Inquisición, romerías satirizadas, duelistas, conspiraciones, aquelarres… Goya sabe que el alma negra de un país que en ese momento está siendo devorado por sus gobernantes (véase el famosérrimo Saturno devorando a sus hijos) estaba presente en aquella Quinta del Sordo, de ahí a las paredes y a los frescos, y del arte a la eternidad. La obra es, además, un prodigio visionario. Se adelanta a la España Negra de los Gutiérrez Solana, los Zuloaga o los Nonell, se adelanta al Expresionismo, al Surrealismo y a tantos otros movimientos que beben, en parte, de este pequeño milagro obrado a orillas del Manzanares. Volviendo a aquel momento, dos siglos atrás, con los Cien Mil Hijos de San Luis entrando en España, no es difícil imaginar ese carro que llega a Burdeos con el ínclito Francisco de Goya en su interior completamente derrotado. Del coche se apeó para encontrarse con la muerte, exiliado y olvidado como tantos seres brillantes en este país. Es el sino de esta cultura, a veces negra, oscura y, desgraciadamente, funesta.

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