THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Mal mayor contra mal mayor

«El bien, sin duda imperfecto, de ser una nación independiente que intenta prosperar, y el mal de una invasión extranjera que se apoya en mentiras»

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Mal mayor contra mal mayor

Yevgueni Prigozhin, líder del grupo Wagner y Vladimir Putin, presidente de Rusia | EuropaPress

Soñamos con que nuestras decisiones nos permitan elegir entre el bien y el mal. Aceptamos que, en demasiadas ocasiones, discernimos erróneamente las fronteras del bien (delimitado según nuestro mejor criterio moral). También asumimos que, en los momentos especialmente difíciles, la elección es más ardua: debe hacerse entre el mal menor y el mal mayor, y ahí es todavía más importante no equivocar sus dúctiles fronteras. Y hay otras en las que nada se puede elegir: ahí donde el mal mayor se enfrenta a otro mal mayor, ambos inasumibles, inaceptables, insoportables…

Justo 16 meses después del 24 de febrero de 2022, los mercenarios de la Wagner -que son quienes más atrocidades han cometido contra la población de Ucrania por mandato, y con mantenimiento, de Vladimir Putin- se rebelaron contra su patrocinador al punto de dejar al descubierto la fragilidad del autócrata ruso. El 24 de junio de 2023 será recordado por el puñado de horas en las que el mundo miró atónito una temible disputa entre un mal mayor contra otro mal mayor: la del sanguinario y corrupto Yevgueni Prigozhin contra el dictado de Putin, su patrón, el jefe de tantos corruptos y sanguinarios que, aparentemente, sigue al frente del Kremlin.

«El mal de una invasión ilegal e injustificada se enfangó, en su incapacidad para conquistar, en el mal mayor: arrasar sin conquista ciudades, familias, infraestructuras, vidas…»

Los rusos, en este sábado de aniversario de la ilegal (e inmoral) invasión de Ucrania, mostraron al mundo lo duro que es vivir en una nación sometida al imposible dilema del mal mayor contra el mal mayor: sólo es pensable la parálisis o la huida… si hubiera adónde huir. En los 16 meses previos, sus vecinos de Ucrania mostraron al mundo –y a Putin, con su corte y con su Wagner– la enorme distancia que hay entre arrasar y conquistar. Han sido arrasados pero no han podido conquistarles, porque ahí sí había un dilema entre el bien y el mal; o (si nos ponemos realistas) entre el mal menor y el mal mayor. El bien, sin duda imperfecto, de ser una nación independiente que intenta prosperar, y el mal de una invasión extranjera que se apoya en mentiras: que iban a «desnazificar Ucrania», cacareaban. El mal de una invasión ilegal e injustificada se enfangó, en su incapacidad para conquistar, en el mal mayor: arrasar sin conquista ciudades, familias, infraestructuras, vidas, presente y próximo futuro de una nación devastada. O también, si preferimos ver el dilema con ojos realistas, los ucranios eligieron el mal menor de una guerra letal frente al mal mayor de asumir una humillante conquista. 

El 24 de febrero del año pasado parecía que la toma de Kiev y, por tanto, de Ucrania, sería cosa de días o, como mucho, de unas pocas semanas. 16 meses después, la rapidísima marcha hacia Moscú de los mercenarios de Prigozhin pareció evaporarse en la misma tarde del sábado con un ignoto pacto del jefe de la Wagner con el presidente bielorruso. Evaporarse o no. Quién sabe. Prigozhin había tenido la prudencia (o el cinismo) de no arremeter contra Putin sino contra sus dos principales colaboradores en asuntos de guerra: el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y el comandante en jefe, Valeri Gerasimov. Aunque cayeran los dos en las próximas fechas resulta difícil imaginar a los convictos de la Wagner combatiendo de nuevo en Ucrania como si nada hubiera ocurrido. ¿A las órdenes de quién? ¿De Putin? ¿De Prigozhin? Ambos huyeron en la tarde del 24 de junio. Del primero se dijo que su avión había despegado rumbo noroeste; ¿llevará consigo el célebre maletín de las películas, es decir, la capacidad de activar las armas nucleares rusas? Del segundo se contó que será acogido en Bielorrusia; ¿acaso es ese un destino seguro?

No sabemos cuál será el final del inesperado pulso entre un mal mayor, que financia, corrompe y da cobertura a la barbarie, y otro mal mayor, financiado, corrompido y bárbaro. Ojalá ambos, Putin y Prigozhin, junto a los subalternos del autócrata y los mercenarios del condotiero, acaben pronto y sin daños mayores en el basurero de la historia. Pero nunca nada es tan fácil. Nunca, y menos aún cuando hay armas nucleares de por medio. Habrá que mirar a China y escudriñar sus mensajes de los próximos 55 días en Pekín. Y los siguientes. Empieza el verano.

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