THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

¿Por qué está Madrid tan sucia?

«A Carmena era habitual en la prensa reprocharle lo sucia que estaba la ciudad, pero llevamos unos cuantos años con alcalde del PP y el abandono empeora»

Opinión
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¿Por qué está Madrid tan sucia?

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.

Uno de los espectáculos más llamativos que se dan en nuestras ciudades son las bodas religiosas que se celebran a la luz del día, las bodas del mediodía. Camino a la iglesia, los invitados van endomingados, ellos con traje, a veces con frac, y ellas con vestidos de noche, vestidos largos más o menos brillantes, a menudo con escote, y un chal sujeto por los codos, por si hace frío. Todas acaban de pasar por la peluquería. Van muy maquilladas. Llevan bolsitos charolados y zapatos de tacón. Ellos calzan zapatos de cuero negro, brillantes, recién lustrados, y por el nudo demasiado ancho y ostentoso se les nota que en el día a día no suelen llevar corbata o por lo menos no de un color tan chillón. ¡Por una vez que pueden presumir, que se note, que se note!

Los chicos jovencitos van incómodos, les aprieta la corbata, no se hacen al traje que lucen por primera vez, lo suyo son los tejanos y las camisetas. Las chicas calzan sus primeros tacones y andan con torpeza, pero ilusionadas.

Ahora bien: esas galas y esa cosmética puede que luzcan muy bien en las fiestas nocturnas y en los bailes a media luz, pero a pleno sol todos los defectos, impurezas e imperfecciones físicas de los invitados, que se alejan, como es inevitable, del canon apolíneo, quedan resaltadas. 

Así que el desfile hacia la iglesia puede dar una imagen provinciana, pueblerina, y algo tristona… Pero según y cómo también estos esfuerzos fallidos por realzar el cuerpo humano pueden ser entrañables, enternecedores, y hasta eróticos, precisamente por su grosería, por un efecto de desvelamiento de la carne, cuyas impurezas son lo más atractivo que ésta tiene. 

«No hay aquí un problema de política, sino de autoexigencia de los vecinos»

Ahora bien, lo que yo nunca había visto hasta el pasado sábado, es que uno de los invitados a la boda en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, muy coqueto en su frac y con sus zapatos bien embetunados, antes de entrar en el templo hiciera esperar a sus amigos y parientes un momentito para ponerse a mear contra la tapia.

Aliviada su sin duda perentoria necesidad, siguió adelante hacia la ceremonia nupcial como si tal cosa.    

Esta anécdota me pareció sintomática. 

En el libro El Madrid de los Austrias, Néstor Luján, siempre ameno y culto, dedica unas páginas a describir los problemas de la higiene, y las causas de tales problemas, en la ciudad imperial del siglo XVI. Ojalá Luján siguiera vivo y pudiera explicarnos por qué demonios el Madrid del siglo XXI es tan sucio. 

En tiempos de Carmena era habitual en la prensa reprochar a la alcaldesa lo sucia que estaba la ciudad, pero llevamos unos cuantos años con alcalde del PP y el abandono no disminuye sino que empeora, lo cual demuestra que no hay aquí un problema de política, sino de autoexigencia de los vecinos. Hablo del barrio de Chamberí, que es donde habito, y no quiero ni imaginarme lo que pasa «allí donde Madrid huele todavía a gallineja, torrezno y coliflor» (copyright Quico Alsedo), en barrios menos atendidos por la municipalidad. 

A lo mejor allí hay más respeto y educación. 

Salvo excepciones, todos los vecinos que tienen perro dejan cada día en las aceras de García de Paredes un recuerdo de su paseo. En la plaza de los Chisperos, al pie de cada banco hay envases de comida, botellas y latas vacías. Las papeleras rebosan. Cartones y papeles mojados en los alcorques, viejos colchones sospechosos contra los árboles, un reguero de desperdicios alrededor de los contenedores. ¿Esto es Beirut? ¿O cómo se explica?

Podría ser que, como hay tantos turistas… pero más turistas hay en Barcelona y esto no pasa. 

«Podría ser que, como es poca la población realmente madrileña, nadie siente la ciudad como ‘suya’»

Podría ser que, como es poca la población realmente madrileña, porque casi todos procedemos de otros sitios, nadie siente la ciudad como suya, y por tanto importa poco cómo estén las calles.

O al revés, hay que achacar esta dejadez a la tópica idiosincrasia castiza y chulesca: yo hago lo que me da la gana, ya vendrá otro a recoger.

O tal vez al hedonismo, la tendencia a la celebración y la fiesta, característica de esta ciudad alegre, con la consiguiente relajación y desparrame.

O acaso tiene que ver con el encarecimiento de la vida y a multiplicación exponencial del envoltorio: muchos empleados que antes comían en restaurantes de menú ahora compran el almuerzo en un local de comida preparada, la despachan en la calle y dejan los envases y forros en los bancos. 

O quizá sea una cuestión de rencor económico: las cosas me van mal, pues lo tiro todo al suelo.  

No sé. Quién sabe los motivos. No sé qué diría Néstor Luján. Sólo una cosa es segura: que Madrid es sucia. 

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