THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Una patera en Zahora

«Como no hay freno posible a la inmigración ni planes para asimilarla, tendremos millones de varones jóvenes fatigando los campos y las calles, buscándose la vida»

Opinión
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Una patera en Zahora

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace algún tiempo estuve en la paradisíaca playa de Zahora (provincia de Cádiz) y desde donde nos bañábamos veía, a lo lejos, más allá de las sombrillas de colores y los cuerpos semidesnudos tomando el sol, una patera varada en la arena. Fui dando un paseo a la orilla del mar para verla mejor. Era una barca de pesca de bajura de colores verde y negro, ancha como una gran bañera. Pasé la mano por la madera de la borda, roída por la sal y casi podrida. Debía de hacer tiempo que llegaron en ella a Zahora unas cuantas docenas de inmigrantes africanos, de los que no quedaba allí ni rastro, ni una huella, sólo la precaria embarcación abandonada. Yo la interrogaba mentalmente, y ella, claro está, no decía palabra, pero su mudez era más imponente que los discursos completos de Castelar. Pensé dónde podrían estar a aquellas alturas aquellos hombres negros, con su tremenda experiencia del miedo prácticamente incomunicable a cuestas, rondando por qué ciudades, buscando empleo dónde, con los bolsillos vacíos y en busca de techo, comida, dinero, amor y porvenir. Me venían también a la memoria remotas lecturas de La Odisea, porque la embarcación tenía un aire intemporal y casi eterno.

Estos días en que las Islas Canarias reciben un aluvión de inmigrantes —25.000 en lo que va de año— tan necesitados que corren el riesgo gravísimo de zozobrar en el Atlántico con la esperanza de alcanzar costas europeas, y que colapsan los servicios y desbordan las posibilidades de atención, no digo ya asimilación, de las islas Afortunadas, mientras nos entretenemos en nuestras cosas se va desplegando ante nuestros ojos distraídos no ya una gran tragedia —la tragedia de los desdichados que dejan atrás su tierra y sus seres queridos en busca de un incierto porvenir en tierras más prósperas, cuya abundancia han podido ver por televisión pero que no los acogen precisamente con gusto y alegría sino resignándose a lo inevitable— sino el devenir del futuro inmediato al que no prestamos mucha atención, entretenidos como estamos con otras cosas y otras preocupaciones que, desde luego, también son serias.

Pienso que ésta, la inmigración, es la más seria de todas, seguramente porque no tiene freno ni solución y transformará el orden de nuestro mundo: muchos países africanos son Estados fallidos de los que quien puede escapa hacia el norte. La sequía, las tiranías, las guerras, el expolio de nuevos colonizadores en complicidad con lideratos locales, la expansión del islamismo fanático, todo invita a la juventud a largarse de tan sufridas patrias.

(Supongo que los palestinos de la franja de Gaza, en fin, los que sobrevivan a la respuesta del ejército israelí a la brutalidad de Hamás, sea esta repuesta proporcionada o desproporcionada, esos palestinos a los que no quieren dejar entrar ni en Egipto ni en Jordania, tampoco querrán quedarse allí hasta que los hagan picadillo, preferirán venirse al norte, como es lógico y natural. Creo que son poco más de dos millones, perfectamente alojables, por ejemplo, como repobladores de la España vacía, eso sí, tras pasar un filtro selectivo que descarte a la clerigalla fanatizante y a los que hayan cometido delitos de sangre. Seguramente la UE, la ONU y los USA estarían encantados con el final del conflicto en Gaza y aportarían fondos y tecnología futurista para reconvertir la España vacía en un vergel… Desde luego que para el pueblo gazaití abandonar su tierra al enemigo sería asumir una rendición incondicional, pero también sería un nuevo comienzo en paz, y en cualquier caso más vale asumir una amarga derrota que morir o vivir en la esclavitud bajo la bota del colono.)

«Media África abandonará el continente en unas pocas décadas, y no habrá muros ni fronteras que la puedan parar»

Al margen de esta fantasía entre paréntesis, tan sensata y razonable que es imposible de llevar a la práctica, profetizo que en sucesivas oleadas todo el Senegal y media África abandonará el continente en unas pocas décadas, y no habrá muros ni fronteras que las puedan parar. Como no es posible convencer a los emigrantes de que se queden en sus tierras ofreciéndoles la esperanza de un nuevo Plan Marshall para el que las economías europeas tienen poca disponibilidad y pocas ganas, y que además sería imposible aplicar, allí donde las autoridades tienen por norma acreditada el saqueo y la rapiña, la única manera de disuadirlos es mediante el asesinato masivo. El ametrallamiento es una solución final a la que ya recurre, según hemos leído recientemente, determinado país árabe; pero a nosotros por supuesto nos repugna la idea de tan inhumano proceder, o de devolver las pateras con su pasaje al mar, o de hundirlas a cañonazos, o de meter a los que lleguen en aviones y llevarlos a Ruanda, según la idea de Boris Johnson, ni creo que vayan a tener resultados sustanciosos las nuevas leyes para deportarlos «a gran escala», de vuelta a sus países de origen, del canciller alemán Olaf Scholz, ni tampoco vamos a dejar que las multitudes hambrientas se mueran al pie de nuestras murallas.

De manera que como no hay freno posible a la inmigración, ni planes para asimilarla racionalmente, hay que hacerse a la idea: tendremos millones de varones jóvenes desempleados, sin oficio, estudios, dinero ni mujer, fatigando los campos y las calles, buscándose la vida. Naturalmente, una necesidad tan grande provocará toda clase de problemas de orden público. La delincuencia se multiplicará. La confianza se volatilizará. El prójimo dará miedo. El modelo de estructura para las ciudades europeas de un futuro que ya está a la vuelta de la esquina es el de tantos países suramericanos: algunos condominios fuertemente protegidos para alojar a la minoría de las clases solventes, rodeados de asentamientos irregulares, de inmensos barrios de barracas, de favelas donde, no habiendo alternativa para pasar el rato agradablemente, la gente se aparea y reproduce non stop, multiplicando la prole y la pobreza.

Le pregunté mentalmente a la patera varada en la playa de Zahora si voy muy desencaminado en mis predicciones o si lo que digo es verdad y –no sé si sería el efecto de una ráfaga de viento que sopló en aquel preciso momento— pero me pareció que me susurraba: «Es verd… noshh vrd…sssihvrr».

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