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Guerra llama «disidente» a Sánchez por abrirse a una amnistía que sería una «humillación»

González pide a Sánchez «no dejarnos chantajear por partidos en vías de extinción» y critica a Díaz por «ir a Waterloo a ver al emperador».

Guerra llama «disidente» a Sánchez por abrirse a una amnistía que sería una «humillación»

Alfonso Guerra y Felipe González durante la presentación del libro. | EFE

El Ateneo de Madrid fue testigo de un acontecimiento histórico que hacía 30 años que no ocurría: el tándem Felipe Gónzález y Alfonso Guerra, presidente y vicepresidente, juntos de nuevo para reivindicar los valores históricos del socialismo y presionar a la actual dirección de Pedro Sánchez de desistir de la amnistía que negocia con los independentistas catalanes. La presentación del último libro de Guerra, La rosa y las espinas (editorial La Esfera de los Libros), era la excusa pero también la oportunidad para cumplir con la expectación generada y hablar sin tapujos sobre la actualidad nacional.

El ex número dos del Gobierno, Alfonso Guerra, comenzó bromeando con aforo completo del auditorio: «Habéis venido aquí con una expectación que no se si vamos a cumplir. Esto es la presentación de un libro, ¿lo sabéis?» Pero Guerra rebasó incluso las exceptivas al entrar de lleno y sin dilación a la cuestión, la amnistía, y calificar «disidente y desleal» al presidente del Gobierno en funciones, refiriéndose a él como «el otro».

Tras fijar el apriorismo de que «una persona de izquierdas tiene la obligación de no callarse si ve injusticias», encadenó la cascada de «posiciones discrepantes» y rectificaciones de Sánchez desde la anterior legislatura: la coalición con Podemos, los indultos, la sedición… «Uno defiende lo que defiende su presidente pero resulta que es el otro ha cambiado! Y no sólo defiende una cosa diferente sino contraria» forzando a que sus defensores «nos quedemos colgados de la brocha. Yo no he sido desleal ni disidente… Más bien ha sido disidente el otro, que va cambiando».

La «humillación» de una amnistía

Pero tras unas sonrisas iniciales, la exposición subió decídelos y endureció el gesto de los presentes al mencionar al elefante en la habitación: la amnistía. «Un retroceso histórico» y una «humillación deliberada de la generación de la Transición» que, a su juicio, «significa condenar la Transición y la democracia, que es lo que buscan los jóvenes inmaduros de la nueva política, que no es otra cosa que una estafa descomunal». Tras la ovación del salón de actos en pleno, Guerra añadió que la concesión de esta medida de gracia «significa la condena del 90% de los españoles que votaron la constitución 78 y que manifiestan su preferencia a la política de acuerdos» entre los dos grandes partidos.

«Tras el indulto a los protagonistas del procés, si el indulto es el perdón, la amnistía es la desaparición de la responsabilidad. Es decir, que no delinquieron», algo que «un demócrata no puede aceptar». De la misma manera, explicó que las amnistías se conceden siempre ante un cambio de régimen y «se hacen siempre por unanimidad y no con medio Parlamento en contra. Yo pido como socialista que no se conceda esa amnistía que falsifique la historia» beneficiando a «los felones que atentaron contra la libertad y democracia y que repiten cada día que volverán a hacerlo. La pregunta no es si cabe en la Constitución sino si se puede extinguir la responsabilidad penal a los autores de una movilización encaminada a subvertir el orden constitucional».

«Se está tragando»

Refiriéndose veladamente a la negociación con Junts Guerra dio por hecho que «se está tragando una decisión que, en caso de tomarse, dejaría una hipoteca enorme porque 40 años más tarde la nación miraría hacia atrás y se diría ¿cómo es posible?». Algo que no está dispuesto a aceptar el ex vicepresidente socialista, quien hizo pedagogía con la resistencia pacífica ante esta decisión: «Aceptar en silencio esta agresión nos convertiría aún cómplices de la ruptura del pacto constitucional».

Guerra concluyó con una referencia velada a una repetición electoral: «Lo que prima es que hablen los ciudadanos» y no que «una vez que el pueblo ha hablado las fuerzas políticas hagan lo contrario de lo que prometieron». Y, en línea con Felipe González, abogó por un cambio del sistema para evitar que las minorías suplanten a las mayorías por necesidades aritméticas. «O se sube el umbral mínimo de representación o se prima al partido que gana las elecciones como se ha hecho en Grecia», porque lo contrario supone quedar en manos de formaciones nacionalistas e independentistas que «sólo representan el 6% de los votos, ERC y Junts han perdido 550.000 votos, el 35% de sus votos y escaños» y, sin embargo, «tienen mas fuerza que nunca y eso es lo contrario de la democracia».

Como muestra de ello, «las prisas» con las que se ha reformado el reglamento del Congreso esta misma semana para el uso de pinganillos y de lenguas cooficiales: «Este disloque que han montado en el Congreso con la transición simultánea… En los colegios, los niños en Cataluña no pueden hablar castellano en el colegio, tiene inspectores que se lo impiden». La ovación fue rotunda pero menor aún que en el cierre: «Algunos no ven el riesgo. Pero ante el riesgo para la democracia que existe yo no me resigno y conmigo muchos de los que están aquí. Las estructuras de los partidos tienden cada vez más a la verticalidad. (…) Esta situación no debe durar, no durará porque la democracia anida en el corazón de muchos socialistas».

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