Nada agrada más a la teoría que las demostraciones que la realidad, de cuando en cuando, le suministra. Andábamos estos años discutiendo acerca del populismo, sin ponernos de acuerdo acerca de casi nada -su naturaleza y rasgos, su relación con la democracia y las instituciones, su filiación ideológica, e incluso su misma existencia- hasta que llegó Venezuela. O sea, hasta que Venezuela nos ha recordado las peores posibilidades del populismo con un caso práctico que parece hecho por encargo. Esto no quiere decir que todos los populismos sean como el venezolano, ni que este país agote la discusión sobre el fenómeno populista. Pero no cabe duda de que su trayectoria es expresiva de los rasgos que describe la teoría. Se trata de un feliz encuentro epistemológico que no puede ser más infeliz para sus protagonistas.