El populismo, como toda religión de segunda mano, como toda ideología del siglo veintiuno –es decir, mediática, furibunda y desesperada— es un juego de percepciones. Una terapia: “estamos mal, es cierto, pero existe aún la tierra prometida”. ¿Dónde queda esta tierra prometida? Lejos, muy lejos de aquí. Lejos de nuestra realidad irredimible, lejos de nuestra ansiedad individual, lejos también de la sospecha de que como pueblo hemos fracasado y de que como personas aún más. Como decía Eric Hoffner, la tierra prometida de los ideólogos no es un sitio a donde ir. Es una excusa para salir de nosotros mismos. Otro método más de escapismo.