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Los Simpson, 30 años de la serie que cambió nuestras vidas

Existe un componente emocional inevitable tras Los Simpson. Nos acompañó durante nuestra consolidación como personas y nos llevó de la mano hasta la edad adulta.

Los Simpson, 30 años de la serie que cambió nuestras vidas

Ha contado Matt Groening en varias ocasiones que creó a la familia Simpson a imagen y semejanza de la suya propia, tan disfuncional y conflictiva. De hecho, llegó a reconocer que los nombres de sus padres y sus hermanas son idénticos y que solo el suyo, camuflado en el de Bart, permanece bajo cubierta. Los primeros cortos se emitieron en El show de Tracey Ullman y llegaron a mantenerse en pantalla durante tres temporadas. Era finales de los 80 y la audiencia no estaba acostumbrada a los dibujos animados para adultos, con esas expresiones tan raras y esas referencias enrevesadas. Pero el producto era tan poderoso y la respuesta del público tan entusiasta que decidieron convertir esos cortometrajes en algo más grande. Fue la cadena Fox la que puso en marcha los primeros episodios de la que se convertiría en la serie más seguida de la Historia.

No se puede explicar el carisma de Homer en unas pocas palabras. Pero ese hombre grande, calvo y con mirada inexpresiva es uno de los grandes personajes del siglo XX. Representa todo lo que odiaríamos ser, salvo por un atributo: es irremediablemente feliz. En su ignorancia, en su ingenuidad, en su alcoholismo: Homer es feliz.

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Homer, el pregonero. | Fuente: Fox

 

Y así como Los Simpson lanza el mensaje desesperanzado de que la felicidad solo es alcanzable para los idiotas, describe una sociedad machista y estancada. En esa representación satírica de nuestro mundo, la esposa de Homer, Marge Bouvier, es el prototipo de mujer que ha renunciado a todas las oportunidades que se le presentaron, a cada una de sus ilusiones, a cambio de la felicidad de su familia. Se ha adaptado a una vida que no es la suya, que no es la imaginada, y ahora sigue adelante con paso firme hacia ninguna parte.

Cada miembro en esta familia y en el pueblo de Springfield, que es el mundo entero, encarna la imagen de alguien a quien nosotros podemos poner cara y cuerpo. Porque nos recuerda a nuestro vecino, a nuestro compañero de trabajo, al tipo que nos cruzamos en el metro. Sucede con el hombre de la gorra al final de la barra, que nunca pronunció palabra, solo berridos. Con Moe Szyslak, que traicionó a su amigo encarcelado, pero conoció Hawaii. Con Lenny, nuestro Lenny, que no vio venir el puñetazo directo a la nuca. Con Krusty el Payaso, el alcohólico deprimido que finge ser quien nunca será. Con Graimito, que murió con sus lápices mordisqueados y en el olvido. Con Frank Scorpio, el terrorista sin pretensiones. Con Encías Sangrantes, el saxofonista al que solo admiró Lisa. Hay toda una constelación de personajes grandes como montañas que son parte de nuestra memoria.

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Nada como un flameado de Moe. | Fuente: Fox

 

Springfield es una ciudad líquida sin orden ni mapa que a veces es grande como el D.F. y de pronto se vuelve pequeña como una aldea. Y aunque las últimas temporadas hayan renunciado a la esencia con la que arrancaron ­–ahora los episodios son tontos, reiterativos, poco ingeniosos y, lo más grave, nada divertidos–, siempre recordaremos los momentos en que nos hicieron felices. Repetiremos las canciones, recordaremos los chistes, buscaremos analogías entre las escenas y nuestras vidas y, a fin de cuentas, mediremos el paso del tiempo a partir de sus episodios.

¿Qué serie ha logrado esto después de 30 años?

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