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Poeta, anarcobudista y beat. Una charla diferente con Mónica Caldeiro

Poeta, anarcobudista y beat. Una charla diferente con Mónica Caldeiro

Conocí a la poeta Mónica Caldeiro en el colegio. Ya entonces me pareció alguien diferente a la mayoría. La recuerdo con una chupa negra y un grupo de amigas bohemias. Era tímida. Iba a su aire. Leía mucho. Tenía talento. Estudiaba un curso inferior al mío y era compañera de clase de mi hermano.

Años después me reencontré con ella subida a un escenario; recitaba poemas de su poemario ‘La música de los planetas’ (ed. Ya lo dijo Casimiro Parker) y me impresionó la fuerza y la verdad que había en los versos. Su hija Nora, todavía muy pequeña, agarró el micro con desparpajo; conocí a su pareja, Víctor, que también es poeta. “¿Tú eres la hermana de Martín?”, me preguntó. Yo intentaba escribir “algo”; ella llevaba ya tiempo dedicándose al spoken word. Estuvo viviendo en Estados Unidos, conoció a Diane di Prima. Es una de las personas que con toda probabilidad saben más de ese grupo de mujeres escritoras a las que se llama beat, cuando muchas fueron sus precursoras. Unas desconocidas en nuestro país. Mónica experimenta con el lenguaje, tiene un pensamiento radical. Es anarcobudista. Es una beatnik auténtica. Había más de una razón para que veinte años después de cruzarnos en las aulas acabase entrevistándola. Y el próximo otoño la prestigiosa editorial de poesía Varasek publicará su último poemario, ‘Avispero’.

 

Los hipsters se creen los nuevos beatniks, pero algunos son incapaces de nombrar siquiera a una escritora de la generación.

La etiqueta de ‘Generación Beat’ fue un invento de marketing generado por Ginsberg, que tenía la idea utópica de que si unía a todos los poetas con una visión común de ambas costas de Estados Unidos crearía una especie de movimiento poético global, y era el agente literario de todos su colegas. Pero hay muchas autoras con poéticas muy diferentes a las que se metió en ese saco, como Joanne Kyger, y ella, en cambio, pertenecía al renacimiento poético de San Francisco, que fue ‘prebeat’ y era más experimental. Cuando se habla de mujeres beat, yo diferencio mucho entre aquellas que eran compañeras de los beatniks y las que eran escritoras por su propio peso y tenían una vocación poética independiente, como Kyger o Diane di Prima. Las primeras tendían a la autobiografía para explicar el otro lado de la generación; se hicieron compañeras de los ‘beat’ para poder vivir sus aventuras, pero muchas se encontraron criando a sus hijos. Brenda Frazer, por ejemplo, se dedicó a la prostitución con el poeta beat Ray Bremser como chulo. Acabó dando a su hija en adopción.

Joanne Kyger murió el año pasado, ¿no?

Sí, en mayo. Yo había empezado a trabajar en la traducción de un poemario suyo para Varasek e intercambiamos un par de correos, los últimos los contestaba su pareja. Joanne hace juegos muy específicos con el lenguaje y tuve que utilizar mi intuición. Nunca dijo que se estaba muriendo. De repente nos encontramos con un libro póstumo y el poemario cobró un significado diferente. Pero, ¿ves? Una vez le pregunté qué opinaba de que la encasillasen en la ‘Generación Beat’ y me dijo que había dejado de resistirse a la etiqueta, que era una cuestión práctica que ayudaba a ciertas autoras no reconocidas a que tuvieran un lugar.

A Diane di Prima también la conociste…

De hecho, yo llegué a los beatniks a través de ella. Tenía 13 años cuando leí ‘Memorias de una beatnik’, que es el único libro suyo traducido al español, y me impactó. Pensé: ¿Esta vida es posible? Porque crecí en un barrio obrero de Barcelona y tenía la esperanza de que hubiera algo fuera del barrio y de que mi vida como mujer pudiese ser diferente. También fue lo que me impulsó a tener a mi hija cuando me quedé embarazada a los 21 años; pensé que podría criarla de un modo distinto, que fuera una niña libre.

Diane fue madre soltera de cinco hijos y los crió de comuna en comuna. El padre de uno de sus hijos fue Amiri Baraka, que perteneció a la Generación Beat y luego se pasó al Black Arts Movement y se convirtió en activista por los derechos de los afroamericanos. Amiri le dijo que abortase, pero ella no quiso y tuvo que marcharse a San Francisco porque había muchas presión de la comunidad poética para abandonar ese embarazo interracial.

Para mí, Diane di Prima es el paradigma de mujer beat que escoge su vida y tira para adelante con su propia obra, sus estudios de alquimia y budismo. Y una mujer muy sabia. Luego tuve la suerte de conocerla en Estados Unidos cuando tenía 21 años y viví allí un tiempo con el padre de mi hija. Fue una época muy bonita, me marché a Boston con el dinero justo para el primer mes de alquiler y trabajaba de asistente de guardería para una mujer muy mayor que cuidaba niños en su casa. En cuanto pude, viajé de costa a costa para encontrar a Diane.

Poeta, anarcobudista y beatnik. Una charla diferente con Mónica Caldeiro
Foto: Diambra Mariani y Francesco Mion | Blue Tomato Photo

Tengo algunas amigas poetas que dejaron de escribir cuando fueron madres. Es algo que me preocupa.

Yo tardé dos años en volver escribir y hablando con otras madres artistas me explicaron un poco lo mismo. Pero conozco a mujeres que han estado fuera de los escenarios diez años por la maternidad. Además, fui madre soltera porque me separé de mi pareja al año de nacer mi hija y toda la precariedad que viví me radicalizó mucho políticamente.

¿Y tu poética ha ido cambiando en todo este tiempo?

Tuve una etapa en la que mi mirada era más contemplativa y estaba haciendo un trabajo profundo como estudiante de budismo tibetano, y de ahí surgió ‘La música de los planetas’. Pero ‘Avispero’, mi último poemario, nace de la idea de que somos gregarios y hay una mirada colectiva de los afectos. Cada vez voy más en la dirección de entender lo colectivo como parte de un ecosistema. Siempre he basado mi poética más en la percepción de la realidad que en la emoción, porque hay un proceso de trabajo con la mente.

Lo contrario a la idea de que la poesía es pura emoción.

Hay una parte de emociones, pero no creo que tenga que ser conscientemente emocional. Lo que me interesa es la concepción de la poesía desde un punto de vista contemplativo, que tiene mucha relación con el budismo y la desarrollaron los beat en los 50 y 60. Muchos de ellos, además, estudiaron con el mismo maestro tibetano Chögyam Trungpa Rimpoché, que al tiempo fundaría la Universidad Naropa de Colorado. Allen Ginsberg y Anne Waldman crearon allí la Jack Kerouac School, que es toda una institución de poesía experimental. Siempre quise ir a investigar, pero conocí a Anne en una residencia poética en Canadá y me dijo que es carísimo, prácticamente imposible para un europeo. Incluso llegué a empezar un doctorado que me codirigía desde Naropa su marido, pero la burocracia del Plan Bolonia y la enfermedad me noquearon. La vida no me quiere doctora, me quiere a pie de calle.

Ahora prefiero trabajar con editoriales y publicar libros que leerá la gente en vez de escribir un solo libro que no leerá nadie. El año que viene sacaré la primera traducción al español de Ted Berrigan, poeta de la Escuela de Nueva York y amigo de los beat, en la editorial Kriller71.

Eres anarcobudista. Explícame eso…

Siempre tuve cierta vocación espiritual, pero ya sabrás, porque estudiamos en el mismo colegio religioso, que la pierdes cuando llegas a la Secundaria y acabas harta de esa estructura tan jerarquizada de párrocos y misas. A los 14 años empecé a tener una serie de sueños y visiones, y como leía a los beat, me interesé por el budismo y el zen. Pero no fue hasta que nació mi hija que me senté por primera vez a meditar y a leer los libros de Alan Watts. Luego, cuando sufrí una crisis de salud grave, me convertí al budismo y tomé refugio, que es una especie de comunión budista, e inicié mi camino dentro del dharma.

El anarcobudismo es una mirada política y espiritual que contempla esencialmente la interdependencia de todos los seres y un acercamiento político basado en la compasión y la solidaridad mutua. Entiendo que esa mirada se extiende no sólo hacia los humanos, en fraternidad con los pueblos del mundo y las luchas de los diferentes colectivos, sino que enmarca al ser humano dentro de su contexto como parte de un ecosistema más amplio. Ahí ya no es el centro sino otra parte más de él, como podrían ser las abejas, los pinos o las bacterias.

El capitalismo resulta demoledor para el ser humano y su vocación pura, que destruye por completo al convertirlo en mera fuerza de trabajo, y a sus hermanos y hermanas en competidores dentro de un sistema violento y brutal. Mi forma de entender mi propia vida como anarcobudista es pensar en que somos gregarios y necesitamos pensar en colectivo. Así es también como entiendo el arte y las comunidades artísticas, diría que es un triángulo arte-espíritu-política.

Poeta, anarcobudista y beat. Una charla diferente con Mónica Caldeiro
Foto: Diambra Mariani y Francesco Mion | Blue Tomato Photo

Debe ser difícil mantenerte fiel a todo esto cuando padeces lyme y fatiga crónica desde hace años, que es una enfermedad durísima. ¿Cómo convives con ella como mujer, poeta y madre?

El Síndrome de Fatiga Crónica es una enfermedad que aún está muy poco estudiada y el lyme lo padece un uno por ciento de la sociedad, y en fases muy graves ni siquiera puedes tragar, abrir los ojos o moverte de la cama durante años; por eso muchas personas acaban suicidándose. Yo ahora estoy en un grado moderado, pero en febrero tuve una crisis gorda y estaba aterrorizada. Sé lo que es eso. Pasas de viajar y hacer tus bolos a tener que salir a la calle en silla de ruedas. Ni siquiera tenía fuerzas para escribir y llegas a pensar hasta qué punto la enfermedad te está arrebatando tus pasiones… Pero cuando estuve mejor, encontré una forma híbrida de escribir sobre ella y sus aspectos positivos. Me doy cuenta de que la forma de un texto viene determinada por los materiales físicos que usamos, por nuestro cuerpo. Hay una gran diferencia entre trabajar con un ordenador o a mano, en libreta grande o pequeña. William Carlos Williams tenía un tipo de poemas cuya extensión dependía del tamaño del papel, porque él era médico y escribía en el reverso de las recetas.

Creo que una de las cosas más duras de esta enfermedad, además del dolor, es el desamparo médico. El lyme existe desde hace miles de años y se contagia por la picada de una garrapata; pero la Seguridad Social solo entiende esta primera fase en que te aparece un eccema enorme, te dan antibióticos y te curas. Si no tienes marca o es muy pequeña, la infección evoluciona y afecta al sistema nervioso, al digestivo, al endocrino…Y se está convirtiendo en una epidemia con el cambio climático y la migración de las poblaciones de garrapatas. Sin embargo, estoy contenta porque mis médicos creen que en mi caso puedo revertir mi situación en un par de años. Necesitamos esperanza para seguir adelante.

Me impresionó mucho cómo la comunidad de poetas urbanos se volcó para apoyarte este año, cuando tuviste la última crisis. No es frecuente en el mundo del arte y la cultura, donde muchos van ‘a codazos’.

Dentro del mundo de la poesía oral hay sensación de comunidad porque se transmite desde el cuerpo hacia el cuerpo. Tiene esa peculiaridad. Al caer enferma este año no tenía ni un duro ni podía trabajar, y se volcaron para que pudiera pagar las primeras pruebas. Una organización de poetas de la costa oeste de Estados Unidos también me dio una beca por mediación de un amigo de Joan Kyger para ayudarme a pagar el tratamiento. Están siendo un sostén importante.

¿Y qué opinas del auge del slam, tú que llevas años siendo una de las voces de la poesía oral en Barcelona? ¿Te gusta este auge?

No lo sé. Nunca he sido una ‘slammer’ y no es un formato que me atraiga a nivel artístico. Creo que no es un lugar de experimentación creativa, porque hay un patrón y una forma de recitar. El slam es muy jugoso porque te hace entrar en un circuito muy amplio en el que viajas por diferentes ciudades y recitas delante de un público de 300 personas sin tener una carrera literaria que te respalde siquiera.

Pero en cambio, tiene la capacidad de crear grandes comunidades. En Estados Unidos tuvo su relevancia en cuanto a que aportó espacios a jóvenes de minorías en riesgo para poder alzar la voz sobre cuestiones dolorosas de su experiencia. Se dice que «democratizó» la poesía, aunque eso ya lo hicieron los beat. Creo realmente que algunos slammers son honestos en su creación y muy buenos poetas, pero muchos tienen una tendencia exagerada hacia el histrionismo y lo emocional, con poemas llenos de lugares comunes. Pero sucede aquí en España y en todos los países donde existe el slam.

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