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Sabri Louatah: “En Francia nos mentimos a nosotros mismos respecto a nuestro pasado”

Los salvajes, de Sabri Louatah el thriller social y político del momento, con fuertes ecos en la Francia actual, un país que se enfrenta a un momento decisivo.

Sabri Louatah: “En Francia nos mentimos a nosotros mismos respecto a nuestro pasado”

Francia está dividida. Lo vemos ahora con las protestas de los ‘chalecos amarillos’, última cicatriz visible de un país partido también por el eje racial. Existe una fractura entre provincias y París en un país muy centralista. Pero también dentro de las ciudades, entre el centro y esas banlieus que el expresidente Nicolas Sarkozy decía querer limpiar de racaille (chusma) a manguerazos. Francia tiene dificultades para digerir la globalización, pero también su proceso de descolonización y su propia realidad mestiza. El sistema político de la V República parece agotado, y ningún rey republicano consigue dar con la fórmula del éxito para reformar Francia. Ante la parálisis, resurgen los fantasmas del pasado.

Es en este contexto donde el escritor francés Sabri Louatah (Saint Ettienne, 1983) sitúa su tetralogía Los salvajes (Literatura Random House), una trilogía en España, donde los dos primeros volúmenes se han publicado unidos bajo el subtítulo ‘Una boda francesa’, y donde acaba de publicarse ‘Hermanos, enemigos’, la tercera parte original, la segunda en la edición en castellano, a las que precede un importante éxito de crítica y público en Francia. Los salvajes es un thriller político de ritmo trepidante que cuenta varias historias que se van entrelazando hasta pintar el cuadro de una sociedad partida y de un Estado trufado de nostálgicos dispuestos a defender privilegios de otra época y otras realidades. Terrorismo, brechas sociales y racismo: el retrato de Francia que aquí se dibuja no es alentador.

Idder Chaouch es el primer candidato árabe a la presidencia de Francia, y favorito para derrotar a Sarkozy en las que se consideran las inminentes elecciones. Su hija Jasmine se va a casar con Fouad Nerrouche, un conocido actor de orígenes argelinos que ha apoyado la candidatura de Chaouch. Mientras tanto, la familia Nerrouche se prepara frenéticamente para una gran boda, y Fouad está presente para echar una mano. Su primo Krim cada vez parece más inquieto, y la familia sospecha que algo ocurre. A medida que avanza el día, queda claro que sus problemas van más allá del trabajo que acaba de perder: su primo Nazir, hermano de Fouad y oscura figura del submundo del crimen local, le ha encargado una misión capaz de truncar el destino de una familia y las esperanzas de Francia

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Me llama la atención la naturalidad con la que narra la saga familiar y la dinámica de funcionamiento de organismos y políticos franceses. ¿Cómo se documentó para escribir Los salvajes?

Como un novelista americano, diría. He ido a ver a jueces de instrucción, a policías encargados de la lucha contra el terrorismo… Pero en relación a la saga y del entorno político he recurrido a amigos cercanos o a mi propia familia. Tengo muchos amigos que estudiaron en la Escuela Nacional de Administración, y me ayudaron a conocer los entresijos del aparato del Estado. 

Sabri Louatah: “En Francia nos mentimos a nosotros mismos respecto a nuestro pasado”
En el primer volumen de la trilogía de Louatah, el primer candidato árabe al Eliseo está a punto de desbancar a Nicolas Sarkozy pero no todo el mundo está dispuesto a permitirlo. | Imagen vía Random House.

¿Cuáles son sus referentes literarios y audiovisuales? ¿Es más de libros, de series o de cine?

Tengo una clara preferencia por la novela decimonónica seriada. Y también por las series actuales. Pero no soy muy cinéfilo, eso es verdad. Y no me gusta demasiado la literatura que no es novelesca. Es decir, no me gusta la literatura sociológica, por ejemplo, ni las novelas de trescientas páginas de triángulos amorosos. Soy más norteamericano que francés en esa preferencia por las historias familiares por encima de las de pareja. Quizá me equivoque, pero creo que hay una dicotomía clara entre los dos continentes. El viejo mundo se interesa más por la pareja, mientras que el nuevo se interesa más por la familia.

Leyendo Los Salvajes, la división que se percibe desde fuera en Francia parece aún mucho mayor. Sumisión, de Houellebecq, tenía un aire casi paródico, no irreal pero en todo caso muy lejano. Su novela es distinta. ¿Tan grande y real es la brecha entre las francias que relata?

Sí, diría que en Francia hay una fractura étnica. En francés es difícil decirlo, porque la palabra raza está prohibida. Lo está porque trae malos recuerdos a los franceses. Sin embargo, yo creo que deberíamos volver a ella, porque sin ella tenemos tendencia a determinar en exceso por la religión. Mucha gente se denomina musulmana cuando en realidad no son musulmanes prácticamente, pero el Islam es el que les da una identidad. Yo no soy practicante, de hecho, soy ateo, pero tengo los mismos problemas de discriminación que los musulmanes más visibles, los que llevan chilaba o las mujeres que llevan velo. Y eso demuestra que hay una dimensión racial. Sin embargo, esta cuestión racial en Francia no se puede abordar, y cuanto menos se habla, más grande se hace la brecha.

El relato de los bajos fondos más o menos exaltados y poderosos de Francia ante las elecciones me ha recordado a la Francia reaccionaria que se movilizó en la ficción de Chacal, de Forsyth y Zinnemann cuando De Gaulle concedió la independencia a Argelia. ¿Cuán poderosa sigue siendo esa Francia conservadora, católica y tradicionalista que encarnó la OAS?

Yo creo que en Francia tenemos una particularidad y es que nos mentimos a nosotros mismos respecto a nuestro pasado. Tras la Francia de Vichy, en la Segunda Guerra Mundial, necesitamos treinta años para acabar con el mito de que Francia había resistido casi como un todo. El libro de Robert Paxton sobre aquel régimen o películas como La tristeza y la piedad de Marcel Ophüls han permitido derribar ese mito. Mito creado por De Gaulle, que fue una especie de maestro ilusionista de la historia de Francia, que permitió que el país recuperara la autoestima pero a costa de una mentira.

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El fantasma del terrorismo islamista y el auge de la extrema derecha elevan la adrenalina en la segunda entrega de ‘Los salvajes’. | Imagen vía Random House.

¿Cuál es el peso en todo el contexto de su novela del colonialismo francés? En España siempre se ha considerado que fue una descolonización más o menos ejemplar. Francia conservó una influencia enorme en lo que ahora se conoce como la Franceafrique, por ejemplo. Es como si Francia no se hubiera contado a sí misma un relato real de lo que pasó. Como pasó con la Segunda Guerra Mundial.

Creo que la historia de Argelia, de la que hace más de cincuenta años, sigue siendo objeto de mitificación. No para los historiadores, pero sí para la opinión pública, y especialmente para la Francia conservadora que mencionaba. Esta Francia reaccionaria no se ha sobrepuesto a la pérdida de Argelia. Para ellos, Francia era un imperio con importancia hasta la pérdida de Argelia, momento en el que habrían entrado en declive. Cuando esos franceses ven hoy a esos argelinos argelinos que son franceses, aunque étnicamente argelinos— es como si vieran el símbolo de su propia pérdida de importancia.

El historiador estadounidense Todd Shephard ha estudiado a fondo las representaciones sexuales poscoloniales, algo que no ha sido del interés de los historiadores franceses, por ejemplo, cómo el género permite abordar el tema de la mentalidad francesa después de la guerra de Argelia. Por ejemplo, en la web porno Pornhub, la palabra más buscada es beurettes, que significa mujer de origen árabe. Es decir, una mujer sometida. Hay una obsesión francesa con este tema de la mujer sumisa que los franceses blancos desean sacar de su cultura. Sueñan con “arrancarles” el velo y follar con ellas. Son temas muy importantes para comprender esta obsesión tan persistente. Y, a la vez, la virilidad del hombre magrebí siempre ha sido, para los hombres blancos franceses, una virilidad peligrosa y amenazadora, porque los magrebíes los percibían como hombres blancos afeminados tras haberse dejado dominar por los nazis. Tom Shephard cuenta todo esto, y yo creo que permite entender mejor las motivaciones profundas del racismo francés contemporáneo.

El caso es que Francia parece realmente difícil de modernizar y reformar. Pensemos en Macron y la caída de su popularidad. El peso del pasado reciente y de las tradiciones gaullistas es enorme. ¿En qué sentido debería cambiar Francia para conjurar los escenarios que su novela muestra?

Es curioso, una de las medidas que el presidenciable propone es una reforma constitucional para limitar sus propios poderes. Es decir, para serrar la rama sobre la que él está sentado. Porque el problema francés es que elegimos césares o reyes que son descendientes de De Gaulle, que es quien fundó esta V República en plena guerra de Argelia para otorgarse todo el poder político. Y todos los que han venido después se han hecho escoger como reyes, como esos reyes taumaturgos de la Edad Media que curaban a sus vasallos apenas con el tacto, tocándoles con el dedo. Es decir, que la Francia actual lo que en el fondo hace es elegir a un rey con la esperanza de que ese rey salve a la nación. Y, un año después, evidentemente no lo consigue y todo el mundo le odia. Y suma y sigue. De modo que lo que hay que hacer es cambiar de sistema. El problema es que el sistema no funciona, y todo el mundo lo sabe. 

La vida política europea parece cada vez más polarizada, y Francia parece haber sido vanguardia en esto debido a su historia contemporánea y la colonización. ¿Cómo ve la crisis existencial de Europa y el manejo de la migración?

Europa debe aprender a vivir como un conjunto de países multirraciales. Algo que los estadounidenses han aprendido con mucho sufrimiento. Aquí no tenemos unos Estados Unidos de Europa, no tenemos ese federalismo. Tuvimos la opción, y se perdió. La situación en Europa es mucho más inquietante aquí que en Estados Unidos. Las ideas más asesinas han nacido aquí. En los nuevos países miembros del Este, y en Italia también, vemos que triunfan políticamente aquellos que consideran que un país feliz es un país étnicamente homogéneo, algo crea celos en la opinión pública de derechas de los países occidentales y les incentiva a hacer lo mismo. Hay muchos franceses blancos, de pura cepa, que se van a vivir a Hungría sólo para estar rodeado de gente que racialmente son como ellos. Esas son las cosas ante las que hay que estar atentos, porque con la crisis de los refugiados y la fantasía de los que llegarían en masa nos enfrentamos a fantasías milenaristas de olas de inmigrantes llegando y arrasando el viejo continente. Si nos fijamos en las cifras reales, eso completamente falso. 

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