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Jimi Hendrix: negro para los blancos y blanco para los negros

Se cumplen 50 años de la muerte de Jimi Hendrix. De aquel icono zurdo de la psicodelia de los sesenta. Revisitamos una figura clave en la música popular que entró en el selecto y maldito ‘Club de los 27’

Jimi Hendrix: negro para los blancos y blanco para los negros

AP Photo

La guitarra, un animal salvaje que se zarandeaba detrás de la cabeza, entre los dientes o las piernas del joven «Buster». Danzaba junto al instrumento de madera seduciéndolo. Cautivándolo. Como un encantador de serpientes. Era el año en el que Los Beatles acaparaban las emisoras de radio tras el lanzamiento de Revolver cuando sus pies aterrizaron por primera vez en la hedonista Swinging London de los sesenta. Tenía 24 años. 

Jimi Hendrix o la deidad en carne y hueso. Un Aquiles del siglo veinte que alteraba las seis cuerdas de sus guitarras —en plural porque las destruía en cada concierto durante el clímax— al ser zurdo. Aquella noche, el músico originario de Seattle apareció en el London Polytechnic con el sueño de venerar a «la crème de la crème». Nunca mejor dicho.

Cream era, en el año 1966, el grupo de moda que tomaba el lenguaje del blues y lo aplicaba a la ola de la corriente psicodélica. El trío, compuesto por Jack Bruce al bajo y Ginger Baker en la batería, se completaba con un Eric Clapton que ya había curtido sus manos en las filas de Los Yardbirds y Los Bluesbreakers de John Mayall. 

Entonces, Hendrix subió a las tablas de aquella taberna para destronar al Olimpo. A la cumbre absoluta. Los primeros compases de Killing Floor se sucedieron en el aire enmarañado de humo. Acoplamientos, vibratos, «dive booms». Eric ahora era guitarrista. Jimi era una especie de fuera de la naturaleza. Capaz de transformar las notas musicales en lenguaje desconocido. La leyenda acababa de nacer: solo quedaba llegar rápido al estallido final. 

Le quedaban cuatro años de carrera. Un tiempo angosto que puede durar una eternidad en aquel «Live fast. Die young». Hendrix compartió edificio con Handel en Brook Street. Los dos murieron también en Londres. Uno a los 27 años y el otro a los 74. El exceso de barbitúrico agotó su escasa carrera musical el 18 de septiembre de 1970. El guitarrista, pese a grabar tres discos de estudio, redefinió la música popular —incendiando sus instrumentos— y estableciendo nuevos límites para la guitarra. Hendrix también fue barroco. 

La Guerra de Vietnam asolaba la Agenda Pública y los hippies encontraban en el Festival de Altamont, en aquel verano del amor, un oasis de adrenalina e inspiración, ayudados por la ingesta de psicodélicos y otras sustancias. Fue en este contexto en el que Jimi Hendrix libró su propia lucha. La presión de las discográficas y el público —le llegaron a apodar el «Elvis negro»— le encerró una burbuja. Era un negro que hacía música para blancos. 

Y llegó Woodstock. Entonces ya no existía The Jimi Hendrix Experience. Ahora la formación liderada por Hendrix rezaba el nombre Band of Gypsys. A las ocho y media de la mañana de un lunes —para cerrar o continuar el letargo de una tercera jornada ininterrumpida en una granja de Bethel— el músico se rebeló contra un Richard Nixon que llevaba calentando el sillón presidencial desde enero. De la paz y el amor, Hendrix expresó las contradicciones del American way of life y la decadencia de los valores humanos, económicos y políticos en un solo de guitarra de más de cuatro minutos

Jimi Hendrix
La presión de las discográficas y el público —le llegaron a apodar el «Elvis negro»— le encerró una burbuja. Era un negro que hacía música para blancos. | Foto: AP

El lenguaje intrínseco y musical de Jimi Hendrix 

Un pedal y un giro en los compases. En su interpretación del Star Spangled Banner, el himno nacional de Estados Unidos, Hendrix alteró las notas musicales. La Fender Stratocaster lloraba. Clamaba. Del mástil y sus cuerdas caían ametralladoras, proyectiles, bombas. Sonidos de una guerra identificables. Llantos. El vuelo de los aviones. El cántico de la nación había mutado a una canción antibélica. Una canción sin ser cantada: solo con aquella guitarra eléctrica. Hendrix enterró el sueño hippie. Golpeó conciencias desnudando su alma. Cuando la catarsis llegó a su fin, se desmayó y cayó al suelo. Fue una llamada de la Parca

El final estaba cerca. El zurdo quiso desprenderse de los harapos que la sociedad de masas le había impuesto. Sentía la necesidad de dar un paso más, pero la resistencia —física y mental— lo estaba abandonando. Intentó ganarse al público que le había visto crecer en las calles de Nueva York, cuando la segregación racial imperaba. Dos semanas después de aquel apoteósico Woodstock, ofreció un concierto gratuito en las calles de Harlem para un grupo al que llamó «mi gente».

El regreso de Hendrix al barrio fue, sin embargo, más bien amargo. Una botella aterrizó contra el altavoz y una multitud enmarañada arrojó huevos al escenario. Intentó volver a estrechar lazos con aquellos que le describían como un «Tío Tom musical». Y fracasó. Su gente —los Panteras Negras incluidas— le tachaban de haberse vendido al sistema capitalista. Aunque las letras de Jimi rezasen frases como «el negro es oro puro y el verdadero rey de esta tierra». En cierto modo, Hendrix se estancó en un círculo que no dejaba florecer ni evolucionar su música.

La prensa estadounidense le describía como un hombre negro e hipersexualizado que se encontraba bajo los efectos de sustancias estupefacientes en cada actuación. Una limitación creativa de la que se pudo desligar cuando la muerte le ganó. En el hotel Samarkand de Londres hace 50 años.

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Hendrix subió a las tablas de aquella taberna para destronar al Olimpo. A la cumbre absoluta. Los primeros compases de Killing Floor se sucedieron en el aire enmarañado de humo. | Foto: AP

 

 

 

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