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Aaron Lee: «Cuando dejas de sentirte una víctima y decides dar un paso hacia adelante, sacas la bestia que tienes dentro»

El violinista Aaron Lee lleva su biografía a escena en ‘Yo soy el que soy’, la última obra que se representará en el Pavón Teatro Kamikaze antes de su cierre

Aaron Lee: «Cuando dejas de sentirte una víctima y decides dar un paso hacia adelante, sacas la bestia que tienes dentro»

Victoria Iglesias | Teatro Pavón Kamikaze

En una celda con vistas a una pared de hormigón, en una isla perdida en el mapa, sin pasaporte ni dinero, planeó su escape. Aaron Lee (Madrid, 1988), secuestrado por su padre, fue condenado por ser homosexual. Su salvación fue interpretar a un personaje y fingir «su cura». En Yo soy el que soy (Letrame, 2020), sin máscaras, el eximio violinista nacido en Madrid (1988), de origen surcoreano, narra su dolorosa historia. Esta biografía, en clave de himno, se ha convertido en una obra de teatro que se representa en el prestigioso Pavón Teatro Kamikaze, donde, sobre el escenario, Lee comparte sus memorias y su don. Una pieza honesta y una voz auténtica recorren el viaje interior y la lucha de un artista que no compone a otra criatura, sino que libera a sus demonios en cada función.

En Yo soy el que soy, dirigida por Zenón Recalde (director residente de El rey león), Lee narra con las cuerdas de su violín su propia historia. Las palabras, un libreto que nace de la autobiografía de Lee, es decir, en primera persona, son pronunciadas por la actriz Verónica Ronda, una interesante decisión estética e ideológica que hace universal este relato. Esta celebración del orgullo goza de la presencia de otro virtuoso artista, el pianista y maestro de orquesta Gaby Goldman (director musical de Billy Eliot y West Side Story).

Aaron Lee (o Aaron Leeverace, su alias artístico) se define como un «optimista incurable». Se graduó en el Real Conservatorio de Música Superior de Madrid, pero también tocó en la calle para sobrevivir. Padeció la discriminación en distintas formas y también fue miembro de la Orquesta Nacional de España, donde se convirtió en el profesor más joven de la institución. En su discurso no hay odio ni resentimiento [su padre lo llevó engañado a una isla de Corea, con la excusa de que irían a visitar a su abuelo, pero en realidad el destino era un “centro de rehabilitación” de su condición homosexual]. En su discurso se palpa la voluntad de ayudar a los demás y de transmitir un mensaje de esperanza.

 

¿Cómo fue el proceso de escritura de tu biografía?

Tardé un año en escribirlo, pero sin ninguna prisa, sin ninguna necesidad, sin un deadline. Me lo he tomado con mucha calma. También ha sido un proceso muy terapéutico. He tenido la ayuda de una terapeuta con la que ya llevaba trabajando años por el tema de la exposición, no mediática, sino a exponer públicamente una etapa, o, más que una etapa, unos hechos muy íntimos, tanto míos, personales, como de mi familia. Incluso hay fragmentos íntegros de mis diarios escritos entre 2005 y 2010. Siento que he mostrado mi vulnerabilidad en su máxima expresión. Mostré sin miedo este lado vulnerable porque creo que me ha hecho más fuerte y que puede hacer bien a los demás.

¿En qué momento decidiste que tu biografía se convertiría en una obra de teatro?

Fue algo accidental. A partir de agosto, cuando se estaba terminando la fase de la publicación del libro autobiográfico, con mi amigo Gaby Goldman empezamos a jugar y a pensar en una presentación muy espectacular que tendría el libro. Luego invitamos a Zenón Recalde para que nos diese su dirección, un punto de vista más externo, y también llamamos Verónica Ronda. Ella invitó a Miguel del Arco, director y socio del Pavón Teatro Kamikaze, a principios de septiembre, a ver nuestro trabajo. Queríamos pedirle que nos cediese su sala para presentar el libro, una performance que tenía la intención de durar 40 minutos. Pero Miguel nos dijo que teníamos que convertir nuestro trabajo en un espectáculo y nos dio una fecha entonces… a solo seis semanas de aquella muestra.

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Foto: Joaquín Pérez vía Teatro Pavón Kamikaze.

No tuvieron mucho tiempo de reacción.

No. Ya teníamos la mitad del espectáculo creado, pero no es fácil aumentar ese montaje hasta 1 hora y 20 minutos.

Te defines como artista antes que como violinista. ¿Por qué?

El artista está más allá de la ejecución o de la interpretación de un instrumento, por ejemplo. Va hacia el lado más creativo o filosófico, hacia la necesidad de transmitir un sentimiento o una idea a los demás.

¿Qué te gustaría que se llevara el espectador después de ver esta obra?

Una reflexión. Es una concienciación en cuestiones de derechos y de respeto a la diversidad. Es una invitación, la sensibilización hacia un tema sobre el que se habla cada vez más, pero aún es un tema pendiente en la sociedad. No se trata solo del colectivo LGTBI, en todas su formas, sino también el respeto por la diversidad de género, racial, cognitiva…  Me gustaría crear conciencia a través de la conciencia.

¿Cómo sería esta búsqueda?

Cuando uno es conocedor de una realidad, tiene la responsabilidad de actuar. Hay gente que no sabe que en España, en el siglo XXI, siguen pasando casos como el que relato yo. Pero, una vez que lo sabes, como padre, como hermano, como político, líder religioso o simplemente como un ciudadano, tienes la opción de comportarte o de actuar de una manera más respetuosa tal vez.

¿Cómo te quedas después de cada función donde se recorre tu vida?

Muy agotado. No solo por la cuestión física de la interpretación, sino por la emocional. Hay que vaciarse en cada función y yo me siento más vivo que nunca estando en el escenario, y eso que he estado en escenarios más grandes y más famosos. Es otra magia la que se respira en un teatro que en un auditorio de música.

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Foto: Victoria Iglesias vía Teatro Pavón Kamikaze.

Alimentar a través del arte

«Sucio y culpable. Así es como me siento mientras vuelvo a casa en el autobús 514 desde la estación de Príncipe Pío. He visto mirar a los demás pasajeros, como si en un cruce de miradas pudiesen adivinar que en pocos minutos antes he perdido la virginidad. En una iglesia. Ante el Cristo crucificado», así comienza Yo soy el que soy. El título de la biografía de Lee que, a su vez, dio origen a la obra de teatro, parte de la canción que inmortalizó Gloria Gaynor, un tema compuesto por Jerry Herman que también integra el musical La Cage aux folles [Una jaula de grillos, es el nombre de su traducción en España].

Yo soy el que soy realiza su temporada en Madrid y tras estas representaciones Lee desea recorrer el país con esta oda a la tolerancia. No se trata solo de contar una historia, sino también de llevar un movimiento de inclusión, así como también de dar difusión a la valiosa iniciativa que impulsa el violinista: Arte que Alimenta. A través de esta fundación se ha dado de comer durante la pandemia a más de 1000 personas por día con un menú con primero, segundo y postre.

¿Cuándo sentiste por primera la discriminación o la intolerancia?

Desde muy pequeño. El ser de un origen distinto, en mi caso, de Corea del Sur, aunque haya nacido en España, ha sido un estigma que llevaba en los ojos. También por mi sensibilidad. Era un niño muy sensible. Tocar un instrumento musical, al menos en este país. es motivo de mofa. Cualquier cosa que se salga de la media, incluso sacar buenas notas, puede ser motivo de bullying.

¿De dónde sacaste tanta fuerza para construir este profesional que eres y para reponerte del dolor?

Cuando dejas de sentirte una víctima y decides dar un paso hacia adelante, sacas la bestia que tienes dentro. Siento que he podido dar un salto cuantitativo y cualitativo.

Eliges mostrarte y no victimizarte.

Siento mucho rechazo hacia la victimización y hacia la venta de la lástima como algo morboso. Es, como digo a veces, la “pornografía de la lástima”. Significa que buscas que los demás te den una limosna, en lugar de ayudarte. Se consigue el efecto contrario. Creo que he recibido una atención de la sociedad y de los medios muy interesante sin tener que acudir al morbo, la pena y la miseria.

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Foto: Joaquín Pérez vía Teatro Pavón Kamikaze.

¿Qué repercusión tienes del público a la salida del teatro o en las redes sociales? ¿Te sientes, en cierto modo, receptor de otras historias?

Estoy abrumado cada noche del calor que recibo, por parte del público, directa o indirectamente, por las redes sociales, o personas que buscan información en las entrevistas o en el contenido que he ido publicando. Ayer recibí un cuadro precioso de una persona que no conocía, un cuadro sobre la libertad. Hay gente que me ha escrito desde la otra punta del mundo: un adolescente de 18 años, en Sudamérica, me dijo que estaba a punto de suicidarse porque su familia es muy conservadora y religiosa y es homosexual. Me dijo que se había sentido muy identificado con una entrevista que di y eso le había insuflado la esperanza de luchar un poco más. A mí me llena de orgullo y de ganas de seguir luchando. Eso es para mí es el éxito, más allá del número de la venta de entradas o de libros.

¿Tus papás saben de esta obra  o del libro?

No, que yo sepa, no lo saben y no hemos tenido contacto.

Lamentablemente cierra el Pavón Teatro Kamikaze y se despide con tu obra. La pandemia ha afectado a las expresiones culturales. ¿De qué modo te ha afectado a ti el aislamiento y esta crisis?

La pandemia ha sido para todos una debacle. Tenía mis ahorros y he podido sortear la situación con tranquilidad, no como en 2008, con la anterior crisis. No voy a decir que fue una película de terror, pero sí una maratón de supervivencia. En este caso ha sido diferente y daba las gracias porque esta crisis me pilló en una situación donde pude estar en casa, recluido, terminando mi libro o creando mi obra de teatro, dedicado a eso y no a pensar cómo voy iba a comer la próxima semana.

Hablando de comer, hay que destacar que impulsaste una fundación, Arte que Alimenta.

La fundación nace en 2015 y empezó como un juego, como casi todo lo que suelo hacer. Era miembro aún de la Orquesta Nacional de España y de manera accidental conocí una realidad: por la crisis económica anterior a muchos niños de la educación primaria le habían quitado las becas comedor. Eso a mí eso me parecía intolerable en una sociedad como la de España. Yo, como un artista privilegiado que vive muy bien y gana bien, pensé: “¿Qué puedo hacer? Podía extender un cheque, pero también tuve la idea de juntar a mis colegas para, en lugar de pedirles dinero, pedirles su energía y hacer algo más y grande. El nombre contiene cierta ironía porque siempre nos han dicho a los artistas que el arte no puede dar de comer: “Vas a pasar hambre”, nos repiten. Hay que alimentar también el espíritu porque no somos animales que necesitemos llenar nuestros estómagos. Esta es mi manera de decir a la sociedad: “El arte sí puede dar de comer”.

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