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Tamara Tenenbaum: «La libertad sexual no es incompatible con el respeto»

¿Qué pasa con la monogamia en la actualidad? ¿Qué diferencia nuestras relaciones de la de nuestros padres? La escritora argentina explora estos temas en «El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI»

Tamara Tenenbaum: «La libertad sexual no es incompatible con el respeto»

Rodrigo Mendoza | Seix Barral

El año pasado una de las series más vistas de Netflix fue Unorthodox. La serie narra la vida de una judía jasídica que huye de Brooklyn a Berlín para escapar de un matrimonio concertado donde no existe la posibilidad de desear en libertad o gozar del placer.

No muy lejana a la serie, la escritora y filósofa argentina Tamara Tenenbaum, creció en una comunidad judía ortodoxa en el barrio de Once en Buenos Aires en los años noventa. En la secundaria fue que Tenenbaum conoció el pensamiento laico y descubrió otras posibilidades y libertades en el mundo, sin embargo, tanto el pensamiento laico como el ortodoxo le decían lo mismo sobre el amor: solo se subscribía a la pareja.

Esta primera experiencia de Tamara Tenenbaum es el guiño que da inicio a El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (Seix Barral, 2021) un ensayo donde la autora se adentra desde la antropología y la filosofía en el arte de amar en el siglo XXI, donde las apps nos generan ansiedad si no te responden un mensaje o la soltería de la mujer se convierte en el último gran estigma del relato hegemónico del amor romántico.

El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI desvela los pro y los contras del amor en la actualidad, la complejidad de lo que significa integrar lo digital en los encuentros amorosos o sexuales y cómo podemos llevar el concepto del amor hacia una representación más liberadora, especialmente para las mujeres, entendiendo las relaciones desde sus límites y libertades.

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¿Se podría decir que tu experiencia dentro de una familia judía ortodoxa en Buenos Aires fue el disparador de este libro?

En realidad no, fue un ángulo que encontré más tarde. Empecé pensando en escribir un libro sobre cómo funcionan el amor y el sexo en mi generación y, cuando me senté a pensar en el prólogo, que fue lo primero que escribí, porque me sirvió para encontrar un tono y un punto de apoyo, me di cuenta de que mi interés en esos temas venía de ahí, del hecho de que tuve que aprender las reglas del amor y el sexo en el mundo secular de forma consciente, y por eso desde chica me acostumbré a pensar en estas cosas que para otras personas son tan naturales y yo siempre miré con extrañeza.

¿Cómo se siente salir de la ortodoxia religiosa para entrar en la ortodoxia de las relaciones?

¡Ja! Yo no llamaría a lo otro «ortodoxia». Justamente lo complicado de nuestro mundo es que las reglas son móviles e invisibles: eso es distinto de cualquier ortodoxia donde las reglas son claras y la autoridad de aplicación también. El salto fue complejo también justamente por eso: tuve que aprender a manejarme en un mundo sin ortodoxia, cambiante y sutil.

Más allá de hablar del amor y las relaciones, ¿es un libro sobre la libertad? ¿Sobre el deseo sexual en libertad?

Yo creo que es un libro sobre la libertad, sí, y me gusta creer que el sexo es una parte de eso pero que el asunto es mucho más complejo, y que tiene que ver con aprender a generar comunidades en libertad: porque esa es una verdadera paradoja. Las comunidades históricamente no se han construido en libertad sino designando un «ellos» y un «nosotros», y era muy fácil que, si dejabas de cumplir las reglas, por ejemplo si eras LGBTI, dejaras de ser parte del «nosotros» y pasaras ser el «ellos». Pero la alternativa, una vida sin lazos comunitarios, a mí no me parece valiosa. Entonces de eso se trata: ¿cómo construir lazos comunitarios en libertad, en comunidades diversas y no excluyentes? No es que tenga la respuesta, pero el libro para mí se trata de esa pregunta. Y los vínculos sexuales, por más pasajeros que sean, son parte de la respuesta.

Comentas un artículo de Gabriela Wiener para explicar cómo las historias de violación, pueden causar excitación porque esa es la representación del sexo “que nos vendieron”. ¿Cómo se explica el deseo versus la representación?

El deseo es indisociable de la representación. Yo vengo de la filosofía, entonces quizás por eso la dicotomía entre «lo verdadero» y «lo aparente» me parece una cosa muy vieja que no puedo sostener en serio. A veces veo discursos feministas que tienen que ver con eso, con la idea de que tenemos que lograr encontrar nuestro deseo auténtico separado de las demandas del patriarcado y el capitalismo y el mundo, y la verdad es que eso no existe. Nuestros deseos son hijos de nuestra historia. Pero eso no significa que no podamos reflexionar, experimentar, buscar, animarnos a cuestionar esas narrativas y ver qué sucede a partir de eso. Así como no creo en este concepto del «deseo auténtico», sí creo en el poder del pensamiento y la conversación, que no es otra cosa que pensamiento colectivo. Una vida sin examinar no merece ser vivida, dicen que decía Sócrates, y nada me parece más cierto: y examinar la vida es eso que hacía Sócrates, investigarla charlando con otras personas. Creo que a partir de esa conversación colectiva no llegamos a ningún deseo auténtico metafísico independiente de las representaciones, pero sí aprendemos mucho sobre nuestros deseos y potenciales, conversando y experimentando; o sea, viviendo, viviendo con otros.

Afirmas que las mujeres caen en ciertas relaciones por «la posibilidad de que las dejen de querer por decir no». Más allá de cultura patriarcal, ¿el deseo en la entrega no nubla autoestima y obvia la imposición de límites?

Por supuesto, el deseo nubla la autoestima, lo nubla todo, y también nubla los límites. Por eso estas conversaciones son tan complicadas. Vivimos en una época que se lleva muy mal con la ambigüedad: la gente quiere hablar de respuestas claras, límites claros, decir con claridad qué es violencia y qué no lo es, qué es patriarcal y qué no lo es. Y la verdad, a veces no es tan fácil: a veces el límite es muy lábil, y mucho más, como decís vos, en temas del deseo. Por eso yo creo que tenemos que conversar con libertad, animarnos a debatir y preguntar, y por eso me parece tan nocivo que preguntar ciertas cosas se considere ofensivo o violento. Tenemos que estar abiertas a preguntarnos todo y también a reconocer que ciertas prácticas pueden ser feas pero no violentas, por ejemplo, y que los hombres tienen que ser parte de esa conversación: y hay que generar las condiciones para que participen sin tener miedo de decir una barbaridad.

Tamara Tenenbaum: «La libertad sexual no es incompatible con el respeto»
Foto: Rodrigo Mendoza

Aunque existen mecanismos que nos condicionan como mujeres, ¿por qué la posibilidad de sentirnos bien con nosotras mismas no es opción para ti? ¿Crees que aunque esas normas existen y oprimen no podemos encontrar la felicidad de la soledad con nosotras mismas obviando el afuera o la sociedad o eso es apelar a un discurso de autoayuda vacuo?

Sentirse bien con una misma es una posibilidad, por supuesto; yo me siento bastante bien conmigo misma, a esta altura de la vida, a los veinte años no me pasaba, y después de un trabajo subjetivo, psicoanalítico, filosófico y vital muy grande. Lo que creo es que es imposible desconectar la dimensión personal de la social en la pregunta sobre qué es la felicidad, qué es una buena vida, y está bien que sea imposible: de hecho me parece hasta vacuo, como decís vos, obsesionarse con la felicidad personal en un mundo plagado de injusticias. Mi vida hoy, personalmente, es muy buena; yo no me puedo quejar, trabajo de lo que me gusta, mis vínculos son buenos en general, estoy muy contenta con mi vida, pero no es la historia de la mayoría de las mujeres en el mundo, ni siquiera de la mayoría de las personas, entonces hay un cambio que excede eso. Y por otro lado, muchas de las cosas que nos aquejan en lo personal, por ejemplo, la precarización laboral, el desarme de ciertos vínculos comunitarios sin un armado social que lo reemplace o la presión para ser perfectas, son cosas que no son individuales. Así que luchar por todo eso también va a mejorar nuestras vidas individuales, y en algún punto es la única forma. Salvo que tengas la suerte de pegarla con algo, como decimos en Argentina, para dejar de ser un precarizado necesitas un cambio social; y lo mismo sucede con otros problemas como odiar tu cuerpo. Cuando el mundo deja de repetirte que ciertos cuerpos son horribles, seguramente algo pasa en tu cabeza también. Entonces no es solo cambiar nuestras cabezas, sino cambiar el mundo, lo que hay que hacer.

Somos la generación de la nostalgia, afirmas, siempre estamos comparando la falta de compromiso en las relaciones actuales con la de nuestros padres o abuelos, sin embargo, ¿no existe la posibilidad de que esta generación tenga valores de generaciones anteriores que no se adaptan a los cambios rápidos de la contemporaneidad?

Estoy 100% de acuerdo con vos. Nuestra generación tiene muchas virtudes: la mayoría de la gente que yo conozco, por ejemplo, quiere hacer las cosas bien. Quiere ser buena con otras personas: la mayoría de los chicos que conozco no piensa por ejemplo que una chica, por no ser su novia, sea una puta que no se merece nada, como antes pensaban muchos hombres de sus amantes. Por eso creo que hay que evitar nostalgias que muchas veces inventan un pasado que no es real. Los matrimonios duraban más antes por muchas cosas: entre otras, porque la gente pensaba que si la estaba pasando mal se la tenía que aguantar. Si eran hombres, armar sus cosas por afuera; si eran mujeres, concentrarse en los hijos y no prestar demasiada atención al matrimonio que no funciona.

Quizás, ¿lo queremos todo y no sabemos manejar la frustración de un rechazo en Tinder?

Por supuesto. Digamos que la frustración del rechazo siempre fue difícil. Ahora que tenemos mucho más espacio para interactuar con tantas personas a la vez, se puede volver muy angustiante.

Se dice que las nuevas aplicaciones son un mercado de carne desprovisto de emocionalidad donde, quizás, se premia la belleza y falsedad ¿Hacerse cargo de nuestro deseo y nuestras expectativas no pasaría por dejar de visitar el mercado de carne de las redes sociales y de citas?

No estoy de acuerdo necesariamente con esa afirmación. Creo que las aplicaciones son como cualquier bar, no son más ni menos mercado de la carne que eso. Lo que puede pasar es que a veces se vuelva agotadora la virtualidad; a mí al menos me pasa, cuando las citas no se concretan y una se enreda mensajeándose con gente que no vio nunca. Es como que es agobiante y desgastante tanta ida y vuelta sin cuerpo. Y es fácil despersonalizar, es decir, tratar a los demás como si no fueran personas si jamás los has visto. Pero no creo que haya que dejarlas ni que sean necesariamente malas: creo que son buenas herramientas además para conocer gente que de otro modo no nos hubiéramos cruzado, para salir un poco de la burbuja de cada uno.

¿Volver al amor moderno –no el romántico- no implicaría hacerse cargo de nuestra libertad sexual en consonancia con nuestras responsabilidades emocionales?

Sí, definitivamente. Lo que implica es pensar que la libertad sexual no es incompatible con el respeto, la calidez y la responsabilidad en el trato con otras personas. Pero claro: que no sea incompatible no hace que no sea difícil. Es dificilísimo, pero tenemos, creo, el deber de intentar hacer las cosas bien. Después lo que a cada una le sale es otra cosa.

¿Cómo ves el futuro de las relaciones?

Cada vez más diverso. Es lo único que veo y que espero: cada vez más opciones, más puertas abiertas, más caminos posibles.

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